Emilio Roig, director fundador de la Oficina del Historiador de La Habana


Raimundo Lazo destacó la vehemencia con que defendía sus tesis y la agresividad de sus planteamientos, que apoyaba siempre en un enorme cúmulo de datos. José María Chacón y Calvo advertía una variedad inagotable en su obra periodística.

Se inició en la letra impresa como escritor de costumbres; incursionó después en los estudios jurídicos en materia de derecho internacional para devenir historiador especializado en el proceso de las guerras cubanas por la independencia, las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, la Enmienda Platt, el antimperialismo de José Martí y, sobre todo, el estudio y la evocación del pasado de la ciudad de La Habana, de la que fue historiador oficial durante muchos años.
Obra suya, en esta línea, es la Oficina del Historiador de la Ciudad, “una de esas creaciones afortunadas, de vigencia y actividad constantes, que han conquistado lugar propio y han realizado obra de verdadera utilidad, gracias al espíritu de independencia y respeto que para ella logró su creador”, afirmó Félix Lizaso.

Como su predecesor y maestro lo reconoció Eusebio Leal. Un maestro sin cuya vida y obra, aseveró Leal, las suyas habrían sido imposibles.

Emilio Roig de Leuchsenring, el autor de los tres volúmenes de La Habana. Apuntes históricos y Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos, entre otros muchos títulos medulares, nació en La Habana el 23 de agosto de 1889. También en agosto, pero el 8, de 1964, ocurrió su fallecimiento. En igual mes se inició en la letra impresa, pues el 4 de agosto de 1912 aparecía en la revista habanera El Fígaro su artículo “¿Se puede vivir en La Habana sin un centavo?”, con el que obtuvo el primer premio en el concurso humorístico convocado por dicha publicación.

El curioso parlanchín

Lo dicho no llena todas las aristas de este habanero definitivo. Tuvo Roig una trayectoria periodística extensa y destacada. En la revista Carteles colaboró entre 1923 y 1954, escribió para Gráfico, y entre 1926 y 1938 acometió un importante trabajo como director literario de la revista Social. Se valió de numerosos seudónimos en su quehacer periodístico: Hermann Leuchsenring, Unoquelovio, Unoquelosabe, El Curioso Parlanchín…

De su labor como escritor costumbrista solo logró ver publicado un libro, El caballero que ha perdido a su señora (San José de Costa Rica, 1922). Una recopilación más completa de esta faceta de su quehacer aparece en Artículos de costumbres (La Habana, Ediciones La Memoria, 2004). Textos en los que fue capaz de pintar, al detalle y con fino humor, diversos tipos de personajes que pululaban en la sociedad cubana: el conocido joven, los novios de sillones y de ventanas, los mataperros, los rascabucheadores, los consagrados, el marido carcelario… descritos, dijo el maestro Chacón y Calvo, “con una mesura perfecta, con una amable sonrisa”.

La crítica coincidió en que tales personajes populares fueron descubiertos y fotografiados por el autor a través de la palabra, en un ejercicio de observación y comunicación que los dotó de vida en sus páginas.

Porque Roig, dijo Eusebio Leal, aparte de haber sido un lector insaciable, creyó en la virtud de la memoria popular, y de lo uno y de lo otro dejó constancia en sus artículos de costumbres. Gran conversador, escuchaba con paciencia y gozo a todos aquellos que se le acercaban, y que con sus recuerdos y anécdotas forjaban un imaginario fascinante.

Encomiable fue, asimismo, su labor como editor. Entre otros libros y cuadernos se debe a Roig la publicación, en 1932, de la primera edición cubana de La edad de oro, con una introducción de su autoría.

Cesanteado y repuesto

Desde 1927, trabajó el joven historiador como comisionado de la intermunicipalidad de la ciudad, en el Ayuntamiento de La Habana, cuando el alcalde Miguel Mariano Gómez, que llegaría a ocupar la Presidencia de la República, le confió el examen y estudio de las actas capitulares. Al año siguiente apareció su libro La Habana de ayer, de hoy y de mañana, álbum que se obsequió a políticos y diplomáticos que participaron en la Conferencia Panamericana, que tuvo lugar en Cuba, en 1928, y a los delegados del II Congreso Internacional de Emigración e Inmigración.

Por sus campañas periodísticas contra la dictadura de Machado lo cesantearon en 1931. Ya para entonces, Roig había conseguido que se mecanografiaran los siete primeros tomos que contenían las actas capitulares y había publicado en libro las correspondientes a la dominación inglesa en La Habana. Lo repusieron en 1933, a la caída de Machado.

En 1935, por disposición del alcalde Antonio Beruff Mendieta, es ya el Historiador de La Habana. En 1938, también por disposición alcaldicia, surge la Oficina del Historiador de La Habana y quedan a su cuidado todos los tomos de las actas capitulares. En 1942 se crea el Museo de la Ciudad, que, junto con la Oficina, quedaría emplazado en el Palacio de Lombillo, en la Plaza de la Catedral.

Además de la Oficina del Historiador, Roig creó la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e internacionales, la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos y Artísticos Habaneros y la Junta Nacional de Arqueología, entre otras instituciones. Integró también la Sociedad de Estudios Afrocubanos, que presidió Fernando Ortiz.

El alcalde Beruff Mendieta aceptó, en 1935, que el municipio asumiese la impresión de obras sobre temas históricos, que se repartirían de manera gratuita.

Nacieron de ese modo los Cuadernos de Historia, colección que alcanzó los 75 volúmenes y que dejó de aparecer en 1962, fecha en que dio a conocer, en cuatro volúmenes, La Literatura costumbrista cubana de los siglos XVIII y XIX. Los ya aludidos Apuntes históricos vieron la luz en 1963, y en 1965, póstumamente, apareció Médicos y medicina en Cuba. Historia. Biografía. Costumbrismo.

El conservador

Tan importante como su obra escrita, fueron las muchas batallas que Roig libró a favor de La Habana y el cuidado y conservación de su patrimonio colonial. Ganó algunas de ellas. Logró salvar de la demolición total el edificio que fue de la iglesia de Paula, Monumento Nacional desde 1944, y que dos años más tarde fue expropiado a los Ferrocarriles Unidos a fin de proceder a su restauración.

En 1926, la fábrica de tabacos La Corona se instaló en el Palacio de Aldama. Fue un escándalo: protestaron las instituciones cívicas y culturales. Además de cometer ese atentado monstruoso, los propietarios de la firma no se detuvieron ante nada y añadieron al edificio un piso más, el tercero, que aún existe, y que, si bien fue construido en el mismo estilo del resto del inmueble, no ostenta las proporciones majestuosas de los dos pisos originales ni el hermoso remate que antes lucía.

Veinte años después, en 1946, esa empresa o la que la sustituyó en la propiedad del edificio, pretendió demolerlo aduciendo razones de “conveniencia práctica”. Afortunadamente, todas las instituciones cívicas y culturales cerraron filas en torno a Roig en defensa del Palacio, y se logró que el doctor Ramón Grau San Martín, presidente de la República, como hizo antes con la iglesia de Paula, lo declarara Monumento Nacional. Así se impidió el estropicio.

También las presiones de Roig impidieron, en 1940, que el edificio social del Colegio de Abogados se construyera en los terrenos anexos al Castillo de la Real Fuerza, lo que hubiera destruido la interesante perspectiva que ofrece la vieja fortaleza.

No tuvo suerte el historiador, sin embargo, con el convento de San Juan de Letrán, donde funcionó la Universidad de San Gerónimo, fundada por los padres dominicos en 1728. Vendido a particulares, la demolición comenzó en 1917. En 1941, se levantó, por Mercaderes, un inmueble que armonizaba con el Palacio de los Capitanes Generales, cuya fachada trasera se alza enfrente. Pero esa construcción y lo que quedaba de la iglesia y el convento fueron totalmente arrasados en los años 50, como para que no quedara vestigio alguno de la vieja casa de estudios.

Protestó Roig, protestó el jefe de Urbanismo Municipal y lo mismo hicieron instituciones cívicas y culturales y representantes de las clases vivas. Nada ni nadie pudo impedirlo. La propiedad del terreno había pasado al Banco Nacional, que pensaba levantar un edificio, pero que finalmente arrendó el terreno, por 30 años, a una Asociación de Inversionistas y Propietarios de La Habana Vieja, que decidió construir un edificio de oficinas, donde radicaría la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, y, en su azotea, una terminal de helicópteros.

El Gobierno revolucionario ubicó allí el Ministerio de Hacienda y, después, el de Educación. Fue rescatado posteriormente por la Oficina del Historiador y recuperó su función original como Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana.

Las cartas

El 23 de agosto de 1969, el mismo día en que Emilio Roig de Leuchsenring hubiese cumplido 80 años de edad, su viuda María Benítez –26 años más joven que él– puso en manos de Eusebio Leal el epistolario del desaparecido historiador.

Eran 14 mil cartas, nueve mil remitidas a Roig y cinco mil de su autoría. Una selección de ellas ha venido publicándose. Ponen de relieve no solo al intelectual que fue, sino al hombre, sencillo y humilde, capaz de responder a cuantos le escribieron. (Tomado de Cubadebate)

RSL

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