Las cinco muertes de José Martí y su descanso en claustro de mármol


Las cinco muertes de José Martí y su descanso en claustro de mármol

Hace aproximadamente un año provoqué, sin proponérmelo, una tremenda “trifulca” en un grupo de Facebook de cuyo nombre no quiero acordarme, por afirmar que José Martí, Apóstol de Cuba, había tenido una actitud suicida en Dos Ríos.
De nada me valió explicar que en dos ocasiones escuché ese acerto de labios del doctor Eusebio Leal Spengler (1942-2020), “eterno historiador” de la Ciudad de La Habana. La primera fue en una conferencia transmitida por la Televisión Cubana, en la cual Eusebio indicó, incluso, que la topografía del lugar donde cayó el héroe reúne todas las condiciones para conformar el Triángulo masónico, Orden a la que sabemos que perteneció Martí, aunque no podemos tener la seguridad absoluta de que haya sido un maestro masón del Grado 33.
La segunda ocasión en que Leal Spengler se refirió en aquellos términos al fallecimiento de Martí tuvo lugar en un despacho de la emisora Habana Radio, mientras ofrecía una entrevista sobre el tema al periodista Eduardo Vázquez, en la cual yo me encontraba presente porque, a mi vez, estaba esperando mi turno para entrevistarlo sobre la música antigua en La Habana.
Recuerdo que nos habló de la vestimenta de Martí, su traje negro (“Iba vestido como para una boda” -dijo) en gran contraste con el caballo blanco que le había regalado José Maceo, hermano de Antonio, reflexionando sobre la imposibilidad de que aquel violento contraste hubiera podido pasar inadvertido para los tiradores españoles ocultos entre las hierbas altas del potrero. También analizó uno por uno todos los objetos hallados sobre el cadáver por los soldados españoles de la tropa del coronel Ximénez de Sandoval, y que ayudaron a identificar al portador.
La teoría de Leal Spengler, con la que otros historiadores no concuerdan, era que Martí se había inmolado en una especie de sacrificio muy acorde con su ideal masónico; se había ofrendado como víctima propiciatoria en el altar de la independencia.
También nos dijo aquella tarde que la turbulenta entrevista en La Mejorana, aún hoy un enigma sin resolver, porque el Generalísimo Máximo Gómez arrancó las tres páginas del Diario de campaña de Martí donde el Apóstol anotó lo ocurrido en aquel fatal encuentro, fue probablemente el detonante que impulsó a Martí a tomar semejante decisión de poner fin a su vida en combate, decisión que, a juzgar por las cartas que escribió luego de pisar tierra cubana y pocas horas antes de su muerte, no había tenido en mente. Eusebio, sin decirlo con todas sus letras, nos dio a entender que aquellas páginas estaban en su poder, enviadas a él junto con otros muy importantes documentos inéditos de nuestra Historia nacional, por la viuda de cierto historiador luego del fallecimiento del esposo y por voluntad expresa del mismo.
Aunque se afirma en muchos libros que el joven teniente Ángel de la Guardia fue el único mambí que siguió a Martí cuando este dejó atrás la retaguardia y se lanzó hacia los españoles, el propio Ángel dio testimonio de que con ellos iban otros guerreros cubanos, cuya identidad no he podido conocer ni, al parecer, Ángel reveló. Lo hubiera hecho, tal vez, si no hubiera muerto poco después. Tenía menos de 20 años cuando presenció la muerte e Martí. Murió en combate a los 22.
Existen versiones distintas de la caída de Martí. Lo que vio Ángel de La Guardia fue que, al salir al claro donde la fusilería era más nutrida, se produjo una descarga cerrada que hirió a su caballo, que cayó a tierra y arrastró consigo a su jinete, quien quedó atrapado bajo el peso del animal. Cuando se disipó la humareda de los disparos, Ángel vio a Martí bocarriba sobre la tierra, con el cuello, la barbilla y el pecho empapados de sangre. Logró arrastrarse hasta el Maestro e intentó rescatarlo, pero Ángel, aún imberbe, no pudo arrastrar el cuerpo del caído y tuvo que huir en busca de ayuda.
Otras versiones dicen que Martí no murió de inmediato, y cuando los españoles llegaron a él aún respiraba. Fue reconocido por el mulato Enrique Oliva, práctico cubano de la tropa de Sandoval y desertor del Ejército Libertador, quien se dice que se inclinó riendo sobre el herido y exclamó: “¡Pero miren a quién tenemos aquí, si es el mismísimo señor Martí!”, y lo remató de un disparo, a cambio de que los españoles le perdonaran la vida.
Una tercera versión refiere que Martí, ya cadáver, fue reconocido por un soldado español que le había visto meses antes en Santo Domingo.
Una última versión[1] cuenta que:
Martí, sumado a un destacamento mambí -con el que se encuentra accidentalmente- que machetea a una avanzada española y persigue a los sobrevivientes hasta la casa de José Rosalía, donde buscan refugio; allí la esposa del campesino escucha al Apóstol cuando conmina a Ángel de la Guardia a marchar adelante, solos, y fue así que tropezó con la tropa enemiga que lo aniquiló. Si tal cosa hubiera ocurrido, alguno de los componentes de ese destacamento se hubiera convertido en testimoniante de los hechos; ninguno de los protagonistas principales de la acción de Dos Ríos aludió siquiera a ese pasaje.
Pero los detalles de la caída del Apóstol en aquella emboscada de Dos Ríos no son lo más espeluznante y doloroso de esa historia. Sobre el cuerpo fueron encontrados una escarapela bordada con mostacilla —que se dice utilizó Carlos Manuel de Céspedes en la primera guerra—, un libro muy pequeño manuscrito con letras del Padre de la Patria y, en el dedo de la mano, una sortija en la que se leía la palabra "Cuba", elaborada con el hierro del grillete que llevó desde la cintura hasta el tobillo durante su estancia en el Presidio Político. Un detalle significativo fue aportado por el propio coronel Ximénez de Sandoval. Martí “tenía los ojos azules”.
Pero aún hay más y es estremecedor para quienes lo amamos, a pesar de todo el tiempo transcurrido.
Máximo Gómez, al recibir la noticia de la muerte de Martí, intenta desesperadamente recuperar el cadáver, pero al final tiene que renunciar, inmovilizado junto a sus hombres por una tormenta que se desató de los cielos con furia indetenible. Por su parte, Sandoval y sus hombres también tienen que guarecerse, y es aquí donde la sangre se agolpa en el corazón: bajaron el cuerpo de Martí de la mula sobre la que lo llevaban, lo colocaron, según cuenta Jorge Mañach en su biografía José Martí, el Apóstol, sobre unas tablas y lo dejaron toda la noche “bajo el cielo negro”, o sea, ¡bajo el temporal!
A partir de aquel momento, el cadáver del más grande de todos los cubanos emprende una odisea macabra. La columna de Sandoval avanza a marchas forzadas hacia el poblado de Remanganagua.
Atravesado en el lomo de un caballo entra el cadáver al caserío. Es tirado en el patio del fuerte, donde a modo de recompensa se reparten entre la tropa los 500 pesos que le han saqueado; con ese dinero compran ron y tabacos en la bodega local. También le sustraen los papeles, la escarapela (de Céspedes, dicen), el cortaplumas, el cinto, el revólver, el reloj, el anillo… Botín de guerra. Todo se reparte.[2]
Perseguido de cerca por Máximo Gómez, quien hace lo imposible por rescatar el cuerpo de Martí, Ximénes de Sandoval acude al expediente de un entierro rápido y anónimo. Sepulta a Martí en tierra viva, en una fosa común del cementerio local y con el cadáver de un sargento español encima. Pero órdenes llegadas desde Santiago de Cuba, emitidas por el propio General Arsenio Matínez Campos, quien se encontraba en esa ciudad, obligan a Sandoval a desenterrar el cuerpo y llevarlo a Santiago para ser exhibido, de manera que no queden dudas sobre su deceso y la noticia no pueda ser desmentida por los espantados cubanos del exilio ni por el Ejército Libertador. Para ello envía Martínez Campos al doctor Pablo Aurelinano de Valencia Forns, médico forense de Santiago de Cuba, natural de La Habana, de 23 años de edad, graduado en España y especializado en práctica forense, “que constituía en aquella época todo el alcance de la Medicina Legal”. Sus propósitos eran establecer la identidad de Martí y preparar el cadáver mediante embalsamamiento para su traslado a la Ciudad de Santiago de Cuba. Ante el avanzado estado de descomposición del cuerpo, el forense ordena dejar las vísceras enterradas en Remanganagua.
Antes de llegar a Santiago de Cuba, la tropa de Sandoval se detiene a descansar en Palma Soriano. Consigna la historia que allí ultrajaron sus despojos mortales “al escupirlo y realizar actos de degradación”. Frente a ese espectáculo, el pueblo protesta enérgicamente y, de inmediato, el cadáver es trasladado al cuartel de las milicias locales para redoblar la vigilancia.
Ya en Santiago, y luego de ser expuesto abierto durante horas sobre unas parihuelas, el ataúd de madera -mal claveteado- que guarda los despojos es enterrado en el cementerio de Santa Ifigenia, y en aquella ocasión Ximénez de Sandoval se consagra ante la Historia por haber pronunciado un discurso digno de la más alta hidalguía y el honor de los oficiales de carrera del Ejército español. El coronel despidió el duelo con estas palabras:
Señores:
Cuando pelean hombres de hidalga condición, como nosotros, desaparecen odios y rencores. Nadie que se sienta inspirado de nobles sentimientos debe ver en estos despojos un enemigo. Los militares españoles luchan hasta morir; pero tienen consideración para el vencido y honores para los muertos.
Hay otra versión del discurso de Sandoval con ciertos detalles que corroboran su pertenencia a la masonería española:
Señores:
Ante el cadáver del que fue en vida José Martí y en la carencia absoluta de quien ante su cadáver pronuncie las frases que la costumbre ha hecho de rúbrica, suplico a ustedes no vean en el que a nuestra vista está el enemigo y sí el cadáver del hombre que las luchas de la política colocaron ante los soldados españoles.
Desde el momento que los espíritus abandonan la materia, el Todopoderoso apoderándose de aquellos los acoge con generoso perdón allá en su seno, nosotros al hacernos cargo de la materia abandonada cesa todo rencor como enemigo, dando a su cadáver la cristiana sepultura que los muertos merecen.
Curioso discurso, no solo por su nobleza e integridad, sino por el empleo de ese “nosotros”. Para los españoles, José Martí Pérez, hijo de un valenciano y una nativa de las Islas Canarias, es un español de eso que hoy llamaríamos primera generación, aunque sea para ellos un traidor. Criollo, sí, nacido en Cuba, pero criado por españoles, educado en España, titulado en España… Hoy la Genética da la razón a Ximénez de Sandoval, y decreta sin apelación lo que el militar español afirmaba entonces por intuición.
Vale recordar que Sandoval, además de un alto militar, era también un masón, y las cosas poco honorables que hizo al inicio de esta historia las llevó a cabo presionado, primero, por Gómez, y luego por el general Quintín Banderas, quien también lo acosaba con su tropa con idéntico propósito que Gómez, y Banderas era un jefe mambí temidísimo por los españoles, debido a unas “cargas al machete” de las que no escapaba nadie vivo.
Un resumen del resultado de la autopsia realizado al cadáver de Martí consigna:
- Una herida de bala penetrante en el pecho cuyo orificio de entrada parecía corresponder a la parte anterior del pecho, a nivel del punto del esternón, que había sido fracturado; al parecer dicha herida presentaba un orificio de salida por la parte posterior del tórax en el cuarto espacio intercostal derecho, a unos diez centímetros de la columna vertebral.
- Otra herida de bala a unos 15cm de la misma y a 4cm de la rama del maxilar inferior, lado derecho, cuyo orificio de salida se encontraba por arriba del labio superior, que estaba destrozado.
- Otra herida igualmente de bala en el tercio superior del muslo derecho y hacia su parte interna; además, presentaba contusiones en el resto del cuerpo.10 En la primera herida localizada en la región torácica se afectaron el pulmón derecho, el manubrio del esternón y, posiblemente, el paquete vascular -en estas circunstancias se pudiera haber planteado un hemotórax; en la segunda se afecta el paquete vasculonervioso del cuello y en la tercera, localizada en el tercio superior del muslo del miembro inferior derecho, no se describe la profundidad a la que estaba; si de hecho se hubiera hallado en planos profundos, la arteria femoral hubiera estado dañada, con la posible hemorragia a este nivel.
Muchas de estas teorías no pudieron ser determinadas en el momento en que se hace la exhumación del cadáver pues se encontraba en estado avanzado de descomposición.
Luego de la inhumación en el cementerio de Santa Ifigenia, los restos fueron nuevamente exhumados para darles un entierro oficial, lo que tuvo lugar en mayo de 1895, con la presencia de una pequeña concurrencia integrada básicamente por oficiales colonialistas y algunos cubanos, entre ellos Antonio Bravo Correoso y Joaquín Castillo Duany.
Una tercera exhumación ocurrió el 24 de febrero de 1907. En aquella ocasión, los restos fueron examinados por el doctor Virgilio Zayas-Bazán. Terminado este peritaje, fueron depositados en una urna de plomo y sepultados en una galería de nichos. Ese día acudieron su hijo, José Francisco, y veteranos de la Guerra de Independencia. El general Rafael Portuondo Tamayo dijo las palabras de la ceremonia.
Durante las primeras décadas de la llamada República neocolonial (1902-1958) se decide que los restos de Martí no deben continuar en la galería de nichos de Santa Ifigenia, ya casi derrumbada por exigencias sanitarias, y nace el proyecto de construirle un mausoleo, por lo que en 1947 la urna con los restos del Apóstol es trasladada al Retablo de los Héroes, mientras se termina la nueva construcción.
En aquella ubicación, permanece la urna hasta junio de 1951. Ese mismo día, es trasladada a la sede del Gobierno provincial para hacer los honores del quinto entierro, al que asisten todas las fuerzas políticas, el cuerpo diplomático, masones y destacadas personalidades de la cultura.
El cortejo fúnebre partió en un armón de artillería y recorrió las calles céntricas de Santiago de Cuba. A su paso el pueblo dejó caer rosas blancas. En la necrópolis lo esperaron los veteranos de la Guerra de Independencia, quienes entregaron la urna al presidente Carlos Prío Socarrás para colocarla en la cripta donde hasta hoy reposan.

La forma hexagonal del mausoleo se corresponde con el número de provincias de la Isla de entonces, representadas cada una por sus atributos. En el interior se observan el emblema patrio y los escudos de las naciones americanas, tras los cuales hay un puñado de tierra de cada país en cuestión.

Los mármoles del piso conforman una estrella como expresión de los rasgos fundamentales de su pensamiento: independencia, soberanía, unidad, libertad y coraje. Las piedras de Jaimanitas con las que fue edificado hacen referencia a la parte occidental de la isla que lo vio nacer, los mármoles de la Isla de Pinos a su prematuro cautiverio y los 28 monolitos que lo custodian a algunos campamentos martianos desde el desembarco en Playita de Cajobabo hasta su caída en combate en Dos Ríos.
Sobre la cripta donde reposan sus restos siempre incide un rayo de luz. Desde 2002 en el mausoleo se realiza una guardia de honor permanente que comienza al amanecer, termina con el ocaso y cambia cada 30 minutos.[3]
El práctico traidor Enrique Oliva, ejecutor o no del supuesto disparo de gracia que segó la vida de Martí, fue ajusticiado poco después del fin de la guerra por veteranos que le escucharon vanagloriarse de su acción en una taberna de Palmarito del Cauto. (Gina Picart Baluja. Foto: red social X)
RSL
 
[1] file:///C:/Users/USUARIO/Downloads/715-1335-2-PB.pdf
[2] http://www.cubadebate.cu/especiales/2021/05/19/jose-marti-y-las-reliquias-de-la-muerte-fotos/
[3] https://www.diariolasamericas.com/america-latina/jose-marti-los-cinco-entierros-del-apostol-n4199405

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