Otros misterios de La Habana

 Otros misterios de La Habana

Hace años, comencé una serie de crónicas que titulé Misterios de La Habana colonial, que comenzaban con las leyendas del conde Barreto.

Pero no solo La Habana colonial tuvo misterios que erizan la epidermis y son dignos del mejor catálogo gore. También en tiempos más cercanos ocurrieron hechos muy intrigantes. Uno de ellos fue la muerte de la actriz María Valero y los aparentes poderes paranormales del actor Gaspar de Santelices y la pintora Antonia Eiriz.

Comenzaré por este último personaje, importantísima figura de la plástica republicana, de afiliación estética expresionista, quien terminó convirtiéndose en una humildísima instructora de un taller local de papier maché en el municipio de San Miguel del Padrón.

Cuando yo estudiaba en la Academia San Alejandro, una tarde nuestro profesor de Historia del Arte, Alejo Alejo, nos hablaba del impresionismo en la pintura y, claro, mencionó a Eiriz.

Alejo había conocido a todo el mundo en su entonces ya larga vida, y nos refirió una anécdota curiosa que, por los muchos años transcurridos, no recuerdo con todos sus detalles, pero era más o menos así: alguien del mundo del arte exponía en una galería en los Estados Unidos y debía tomar el avión. Visitó a Antonia, quien tenía fama de ser muy buena leyendo las cartas de la baraja llamada Tarot, para pedirle que le dijera si lo acompañaría la suerte en su aventura. Antonia desplegó los naipes y vio la carta de La Muerte con su guadaña y su reguero de miembros ubicada en el centro de la tirada.

—No cojas ese avión—advirtió. —Se va a caer.

El visitante palideció: no quería perder aquella oportunidad que había esperado durante mucho tiempo. Se despidió y se fue a hacer su valija dispuesto a correr el riesgo. Total, quién va a guiar su vida por una profecía, aunque viniera de Antonia Eiriz… Pero había calculado mal el tiempo o se entretuvo más de lo prudente bebiendo el té de su anfitriona, y cuando llegó al aeropuerto su aeronave ya se elevaba en la pista.

Seguro que se maldijo, pero, pocos minutos más tarde, los motores se incendiaron en el aire.

La segunda historia la debo a mi maestro Ciro Bianchi Ross, quien la publicó en su libro La Habana de Hemingway y otras historiasy también involucra a artistas, pero esta vez de la televisión, la radio y el cine.

María Valero era una actriz española que había ganado en Cuba el sobrenombre de “la gran dama de la radio de Cuba” por sus actuaciones estelares en las radionovelas El collar de lágrimas y la celebérrima El derecho de nacerHabía nacido en Madrid en 1912, en una prestigiosa familia de actores cuyo trabajo había sido avalado, incluso, por los reyes de España.

Cuando estalló la Guerra Civil, María se hizo enfermera militar, conoció y fue amiga de la fotógrafa Tina Modoti, el gran amor de Julio Antonio Mella. Cuando cayó la República española, se embarcó para Cuba con 27 años y una mantilla de encaje negro.

La Habana era por entones una plaza fuerte de la actuación, y la competencia resultaba durísima, pero María consiguió el papel de Doña Bárbara en la novela homónima de Rómulo Gallegos, con el actor Ernesto Galindo como Santos Luzardo.

Para no hacer demasiado larga esta historia, con el recuento de los triunfos de Valero, baste decir que el mundo del espectáculo se la disputó y se convirtió en el salario más alto de CMQ.

También incursionó con éxito en el teatro, que, al parecer, fue su verdadera pasión. Todos querían a María Valero, quien, a falta de una belleza deslumbrante, irradiaba carisma.

Estaba en la cumbre de su carrera cuando una tarde, mientras conversaba en los pasillos de CMQ con otros actores, pasó por su lado el actor camagüeyano Gaspar de Santelices. Gaspar era un poco temido en el gremio porque tenía fama de brujo.

Intempestivamente, agarraba a cualquiera por una mano, se la leía y le hacía vaticinios que nunca fallaban. Lo mismo hizo en aquel momento con María. Al voltearle la palma de la mano, la expresión de su rostro se oscureció grave, y mirando a los ojos a la española, le advirtió con voz grave:

—Cuidado, cuidado…, hay un accidente.

María sonrió con amabilidad y continuó platicando. Era el 26 de noviembre de 1948, y estaba anunciado que en horas de la madrugada un cometa cruzaría los cielos habaneros y sería bien visible desde el Malecón. Un grupo de actores, entre quienes se encontraban María y su primo Eduardo Egea, se entusiasmaron con la idea de vivir esa experiencia, y tomaron un auto para dirigirse al lugar, muy cerca de El Templete, donde ya existía entonces un restaurante muy frecuentado por la bohemia nocturna.

Eran las 05:00 (hora local), cuando el grupo se dispuso a ubicarse en el sitio previamente escogido como mirador. Unos dicen que María llevaba al cuello una larga chalina que ondulaba en el viento del amanecer y, para su desgracia, se enredó en la rueda delantera de otro auto que los seguía de muy cerca. El cuerpo de la actriz voló de su asiento y fue a caer contra el pavimento, donde el impacto de su cráneo contra el asfalto la mató al instante. Pero la escritora Mirta Muñiz, quien estaba presente en la escena, declaró que, por alguna razón, María se había adelantado al grupo y fue atropellada por un auto que cruzaba la avenida a gran velocidad.

Lo cierto —afirma Ciro— es que la supuesta chalina asesina no aparece en las últimas fotos tomadas in situ inmediatamente después del accidente por los periodistas que acudieron a cubrir la tragedia. En las imágenes se ve el rostro del cadáver oculto por la mantilla negra con que había cubierto sus cabellos durante la travesía de España a La Habana.

Estas dos microhistorias son, tal vez, solo coincidencias sin un significado especial, pero no dejan de resultar sorprendentes. La primera no pasó de ser conocida por un grupo de artistas del círculo de Antonia Eriz, pero la segunda fue un suceso muy sonado en la capital de Cuba.

En todo caso, mirémoslas como pasto para el anecdotario de leyendas urbanas de nuestra mágica ciudad(Gina Picart Baluja. Foto: red social X)

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