En la memoria de La Habana: Zafiros, locura azul (+ fotos y video)

En la memoria de La Habana: Zafiros, locura azul


La cinta Zafiros, locura azul hizo las delicias del público en Cuba a fines de la década de los años 90 del siglo XX, al estar dedicada al afamado cuarteto vocal del que toma nombre, uno de los más notorios de la historia musical del país caribeño.

A la mente de muchos vinieron este miércoles en la noche evocaciones relacionadas con la legendaria agrupación, pues el canal Cubavisión retransmitió el gustado filme, en la edición de cierre del programa Mi película favorita, conducido por el periodista Reinaldo Taladrid.


A propósito del acontecimiento, Radio Ciudad de La Habana obsequia a sus seguidores un artículo sobre el tema, de la autoría de nuestra colega Gina Picart Baluja, Premio Alejo Carpentier de Cuento (2008) y una de las voces literarias femeninas más importantes de Cuba:

Habana, como gemir de violines (+ video)

Foto: tomada de Internet.

En el XIX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, tuvo un éxito rotundo la película Zafiros, locura azul, que hizo más honda aún la permanencia de la afamada agrupación en la memoria y el alma de los cubanos.

Hoy, quiero llamar la atención sobre la última pregunta que se le hizo al director de esa propuesta: Hugo Cancio, hijo del único integrante del grupo vocal que quedaba entonces con vida (Miguel Cancio), en una entrevista a propósito de la mencionada cinta.

¿Qué parte del filme le causó mayor emoción?, a lo que Cancio respondió: “El arreglo de La Habana con la imagen de El Morro detrás”.

Cuento esto porque fue precisamente una imagen casi idéntica la que viví, años después, durante una visita que hicimos a El Morro y La Cabaña mi esposo, Oscar Ferrer, y yo cuando comenzábamos nuestro noviazgo, hoy convertido en una unión de varias décadas.

Ya llevábamos muchas horas recorriendo las fortalezas, cuando decidimos mirar La Habana por última vez desde los muros de La Cabaña, antes de regresar a casa.

Contemplamos la ciudad, el mar que nos separaba de ella con su oleaje discreto y oscuro bajo la luz naranja del atardecer, que, como dije en un artículo reciente, es para mí el oro de los tristes.

De repente, me fijé en que las piedras de aquellos muros tan antiguos estaban calcinadas y eran viejas, muy viejas, casi tanto como la ciudad en que he nacido y que mi abuelo, el poeta y periodista José Manuel Picart, me llevaba a conocer durante largos paseos en que me mostraba las ruinas de los palacios y las estatuas, las fuentes, los soportales de columnas heridos de sombras, de las sombras de tantos y tantos fantasmas que una vez fueron cuerpos vivientes y pisaron esas calles…

Y me prometí a mí misma que, por amor a mi abuelo y a mi ciudad, algún día escribiría un libro sobre ella.

Mientras mi esposo y yo mirábamos caer la tarde desde los muros de la fortaleza, en una radio que alguien encendió a nuestras espaldas se dejó oír la canción Hermosa Habana, de Los Zafiros, y sus acordes se esparcieron entre aquellos muros, y dentro de mi alma se empozaron para siempre.

Como desde mis comienzos en el periodismo me especialicé en La Habana colonial y republicana, reuní en una semana todos los trabajos de periodismo literario y de investigación que tenía hasta el momento sobre el tema en un libro para el que no me costó ningún esfuerzo encontrarle título, porque ¿de qué otra forma podía llamarse que Habana, como gemir de violines…?


RSL

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