Leandro Simón Guergué, músico y profesor vasco afincado en Cuba, tuvo en 1889 un hijo que nació en La Habana, al que nombraron Moisés.
Nunca imaginó el padre que aquel vástago modificaría su
apellido y que, además, sería un estudioso sin descanso de la música cubana.
Fue precisamente su padre quien le abrió las puertas al
universo musical, cuando desde muy niño comenzaron sus inclinaciones hacia el
género, y bien podría decirse que poseyó atributos de prodigio, si tenemos en
cuenta que antes de los 15 años ya tocaba piano, órgano, había fungido como
maestro de capilla y comenzaba a dirigir compañías infantiles en el teatro Martí.
Pero Moisés Simón, ya por estos años con su apellido
adaptado artísticamente a Simons, y con el cual lo conoceríamos, no detuvo sus
ansias de superación y emprendió caminos para ampliar sus conocimientos, al
recibir clases de contrapunto con José Mauri, y de composición con Fernando
Carnicer, Ignacio Tellería y Felipe Palau, todos maestros reconocidos que
serían fundamentales para su posterior
desarrollo compositivo.
Con solo 17 años, ya tenía una orquesta que actuaba en
diferentes espectáculos de teatros habaneros, y fue convocado a dirigir la
orquesta del famoso parque de diversiones Tivolí, en Palatino. En estos años,
Simons llegó a un punto definitorio en su carrera cuando dirigió la orquesta del
teatro Martí, en el que se estrenaban las comedias musicales de Ernesto Lecuona.
Este encuentro marcó cercanías y coincidencias con el estilo
que pronto desarrollaría Moisés, y que no podemos deslindar de la vanguardia
académica y nacionalista cubana del siglo xx. Es aquí cuando el joven
compositor comenzaría una serie de ensayos sobre música, que plantearían no
pocas preocupaciones y enfoques morfológicos y dialécticos sobre el tema, a la
vez que ya estrenaba su opereta Deuda de amor.
Luego llegarían obras como Guateque -con texto de Alejo Carpentier-, la cual nos remite al refinamiento no solo musical, sino también literario
de Moisés, y a su vinculación con la intelectualidad cubana de entonces. Pero,
sin duda, su obra más conocida es El Manisero, grabada y estrenada por
la inigualable Rita Montaner, en 1928.
La fama de la obra se debió, en gran medida, a la excelencia
interpretativa de la artista: una mezcla de sensualidad, carisma y una inusual
claridad vocal, definida además por Carpentier como “creadora de un estilo,
imitado hasta la saciedad”.
El Manisero ha sido versionada desde Nueva York hasta París, y
en Cuba sobresale una muy singular adaptación instrumental hecha por Armando
Romeu, con difíciles y virtuosos pasajes, en los que se entremezclan el jazz
afrocubano y el blues, con la grandilocuencia del lenguaje big band, que fue
estrenada y grabada por la Orquesta Cubana de Música Moderna.
La obra de Simons abarcó, posteriormente, operetas y
comedias musicales, y en todas existe una honda
vinculación lingüística y autoral con ritmos y reminiscencias hacia lo
cubano, como A una rosa y la comedia Niña Mercé, estrenadas en París y en
Madrid.
Nacido hace 135 años, Simons es uno de los imprescindibles
de la música de Cuba y un referente obligatorio de la cultura nacional.
(Redacción Digital. Con información del diario Granma. Fotos: red social X)
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