Desde principios del siglo XVIII, existieron relaciones comerciales
clandestinas entre Cuba y las Trece Colonias Británicas, en el territorio de lo que hoy es Estados Unidos de
América.
Su carácter clandestino se debió a que los rebeldes norteños
querían evadir los abusivos impuestos con que las autoridades coloniales gravaban
sus actividades comerciales.
En 1764, Inglaterra prohibió el comercio de mieles entre las
Trece Colonias y las Antillas hispanas y
francesas, lo que dio lugar a un violento conflicto entre los colonos
norteamericanos y la Corona británica porque, sin esas mieles, la producción de
ron quedaba prácticamente abolida.
España, Francia e Inglaterra, los tres grandes imperios
europeos de la época, eran enemigas históricas y habían pasado siglos
guerreando entre sí, estableciendo cada vez contradictorias alianzas.
En el momento de la prohibición del comercio de mieles,
España y Francia estaban aliadas contra Inglaterra, por lo que desde 1770
España había desarrollado con sutil cautela un movimiento de espionaje, y otro tanto hizo Francia, debido a lo
cual la marcha de los sucesos en las Trece Colonias era bien conocida por los
enemigos principales de Inglaterra.
El rey español Carlos III ordenó al gobernador de La Habana,
marqués de La Torre, que enviara armas y municiones a los insurrectos del
Norte. Esos pertrechos militares salían de España, llegaban al puerto de La
Habana y, desde ahí, se enviaban a Nueva Orleans, donde eran recibidos por los rebeldes.
Pero no solo se trataba de una cuestión de contrabando, al
que tan aficionados eran los cubanos de la época y en el que tanta y tan
productiva actividad desarrollaban. Por parte de España, había una herida
abierta del honor que aún sangraba: la Toma de La Habana por los ingleses, y ya
se sabe que España no perdona jamás un agravio, o al menos no lo perdonaba en aquellos tiempos.
Si a esa cuestión se añade el tráfico comercial voluminoso
de los productores azucareros cubanos con el mercado de las Trece Colonias, el
plato estaba servido para que La Habana entrara en el conflicto con un rol protagónico
abierto. Luisiana y la Florida, territorios pertenecientes a la Capitanía General de la Isla de Cuba,
se aprestaron a la acción.
La figura que desempeñó el rol más destacado en la ayuda de
Cuba a los independentistas de las Trece Colonias fue el habanero Juan de
Miralles, quien ha pasado a las implacables páginas de la Historia como el
comerciante y contrabandista más
inescrupuloso de La Habana.
Tal vez por esas habilidades fue escogido como agente del Gobierno
español ante los rebeldes de Norteamérica.
Todo gran empeño tiene su explicación, y la intromisión de
España en las malas relaciones de los colonos norteamericanos con Inglaterra no
obedeció a un caso de simpatía ni mucho menos, ni únicamente a un punto de honor maltrecho.
La clave de esos hechos está en que la prohibición inglesa
sobre la importación de la melaza cubana, vital para la fabricación del “ron
antillano” en Norteamérica, se convirtió en un muy serio problema, tanto para
los fabricantes de Massachusetts y Rhode Island como para los comerciantes y
negreros cubanos, ya que la isla era uno de los más importantes abastecedores
de esas refinerías.
Por otra parte, traficantes y negreros norteños se
beneficiaban de la existencia de este segundo rubro comercial, con la apertura
del comercio con Cuba.
Y como tercera razón, para la intervención cubana en la
pelea entre colonos norteamericanos y colonialistas ingleses, puede citarse que
tanto norteños como isleños poseían considerables volúmenes de capitales, cuyo
movimiento hacía fructificar vertiginosamente un jugoso flujo comercial bilateral, del que, de algún modo no muy
difícil de imaginar, quedaban excluidas las metrópolis coloniales.
Cuando llegó el momento de pasar a la acción militar, la
Corona española prometió a Millares que, en reconocimiento a sus esfuerzos, se
le concedería el nombramiento de primer representante y ministro
plenipotenciario de España ante las Trece Colonias. Para alguien como Millares,
ello significaba montañas de monedas de oro.
Al declararse la guerra
abierta entre norteamericanos e ingleses, comenzó un intenso movimiento
militar en Cuba, donde no sólo se activaron las defensas y fortificaciones,
sino que tanto las tropas regulares como las milicias, entre las que estaba
incluido el Batallón de Pardos y Morenos, empezaron a prepararse para iniciar
operaciones ofensivas sobre las plazas inglesas.
Hay que decir que ese batallón había recibido el
reconocimiento público de la Corona española por su extraordinaria bravura en la defensa de La Habana contra los
ingleses. Eran, pues, tropas fogueadas y aguerridas.
Todos los altos mandos de los contingentes habaneros fueron
colocados en manos de generales.
Dos meses después de la declaración de guerra, el general
español Bernardo Gálvez avanzó sobre la Florida con un Ejército conformado por
criollos de Cuba. Sus imparables tropas obtuvieron una sucesión ininterrumpida
de victorias.
Los cubanos, junto a los colonos rebeldes norteamericanos,
combatieron contra el enemigo común en Manchac,
Panmure y Baton Rouge.
Desde La Habana, los cubanos recibieron refuerzos con
elementos del Regimiento de Fijos y de los batallones de Pardos y Morenos de La
Habana, quienes entraron de lleno en la contienda.
Con esas tropas ampliadas, Gálvez atacó y tomó Mobile, y al
año siguiente puso sitio a Pensacola. Como la defensa inglesa de la plaza era
encarnizada, recibió nuevos refuerzos de
La Habana, que llegaron bajo el mando del general cubano Juan Manuel
Cajigal, el primero en entrar a esa ciudad.
En un esfuerzo conjunto, el general español y el cubano
aseguraron el cauce del río Mississippi, garantizando con ello el
abastecimiento a los rebeldes y arruinando los planes ingleses de cercar por el
oeste a los Ejércitos independentistas. Por méritos de guerra, Cajigal resultó
premiado con la Capitanía General de
Cuba, en 1781.
De inmediato, se iniciaron los preparativos para desalojar a
los ingleses de Las Bahamas, lo que se intentó con una fuerza habanera
integrada por dos mil hombres con formación militar.
La empresa fue exitosa y en 1782 las tropas cubanas tomaron
Nassau. Se esperaba que, con la ocupación de Jamaica, Inglaterra quedara
definitivamente despojada de sus principales colonias caribeñas.
Si bien el general Gálvez no pudo lograr esa meta; uniendo sus
fuerzas a las de Cajigal, consiguió
expulsar a los ingleses de todas las posiciones fundamentales en la costa
antillana y del golfo de México.
Ambos generales obligaron a las tropas y marina británicas a
desplegar importantes fuerzas navales y militares en estos enfrentamientos, lo
que disminuyó la capacidad operacional
de Inglaterra en Norteamérica.
Hay que destacar que la inmensa mayoría de los gastos
militares ocasionados por aquellas contiendas fue financiada por Cuba, con su
propia economía, pues abasteció a todas las fuerzas militares
hispano-habaneras, tanto regulares como de milicias, que intervinieron en el
conflicto y, además, entregó a las Trece Colonias rebeldes una importante ayuda
económica, tanto financiera como
comercial y en abastecimientos.
No obstante, la situación económica de los rebeldes se había
deteriorado considerablemente, y estaban muy faltos de fondos, por lo que se
dirigieron, a través de Millares, al Gobernador de Cuba. Pero Millares
falleció, y el general Cajigal tuvo que encomendar la misión a su secretario y
amigo personal, el venezolano Francisco
de Miranda.
Miranda viajó al Norte para conocer exactamente la situación
y, de regreso a La Habana, se dedicó a reunir los fondos necesarios para los
rebeldes.
No solo las autoridades coloniales entregaron
importantísimas sumas pertenecientes a los fondos de Cuba, sino que el fervor y
simpatía de los cubanos por la lucha de las Trece Colonias eran tales que,
hasta las damas criollas, donaron sus joyas para colaborar con la causa.
Miranda logró recaudar en La Habana un millón 800 mil pesos
de ocho reales, y la cifra llegó a manos de los insurrectos norteños a través
de sus aliados franceses. La entrega se hizo, de más está decir, en La Habana.
Y este es el brevísimo resumen de cómo Cuba contribuyó de
manera decisiva a la independencia de
las Trece Colonias y, por tanto, al nacimiento de los Estados Unidos de
América, ayuda que la nación vecina retribuyó de malos modos cuando en 1898
irrumpió en la gesta independentista de 1895, y terminó relegando al sufrido y
heroico Ejército Libertador a un plano ni siquiera secundario, e izó en el
castillo de los Tres Reyes Magos del Morro no la bandera cubana, como era el
gran sueño del pueblo cubano, sino la suya propia, dando comienzo así a la
vergonzosa intervención militar de una isla que se había defendido con ríos de
sangre para ser libre. (Gina Picart Baluja. Foto: Ecured)
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