Este 19 de octubre, se cumplen 34 años de la muerte de Félix Pita Rodríguez, destacado
intelectual habanero, escritor, poeta, periodista y crítico literario.
Nacido en Bejucal en 1909, realizó estudios primarios en su
pueblo natal; muy joven aún, viajó por
México y Venezuela, llevado por una curiosidad insaciable y un ardiente
amor por la aventura.
Su actividad durante la república neocolonial cubana fue tan
destacada como rica. Ejerció el
periodismo en publicaciones punteras de su tiempo, como la Revista de
Avance, Social y el suplemento literario del Diario de la Marina.
Bohemio empedernido, fue a parar al Barrio Latino de París, capital cultural del Viejo Mundo, en la
que, desde siempre, se han dado cita los intelectuales de todas partes, en
especial los latinoamericanos jóvenes, quienes consideraban ese viaje como un
ritual ineludible para el buen inicio de
trayectorias artísticas.
En París, coincidió con otros intelectuales cubanos, entre
ellos el también por entonces periodista Alejo Carpentier, y el pintor Carlos Enríquez.
Carpentier, muy vinculado en aquel momento al movimiento
surrealista, introdujo en ese mundo a Pita Rodriguez, quien conoció a las
principales figuras de la polémica corriente artística, de la que en un futuro
ambos cubanos terminaron apartándose para seguir sus caminos personales.
Durante aquellos años, visitó Italia,
España y Marruecos.
Como toda la intelectualidad joven de la década del 30, Pita
Rodríguez se involucró con la causa de la Guerra Civil Española. En compañía de
Juan Marinello, Alejo Carpentier y
Nicolás Guillén, formó parte en 1937 de la delegación cubana al II Congreso
de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, que en medio de la contienda
tuvo sedes en Valencia, Madrid, Barcelona y de nuevo París.
Visitó Bélgica en 1938 y, de vuelta a la capital gala, se
desempeñó como jefe de Redacción del diario La voz de Madrid (1938-39).
Al regresar a Cuba en 1940, ocupó hasta 1943 la dirección
del magazine dominical del periódico Noticias de Hoy, órgano oficial del Partido
Socialista Popular. Al mismo tiempo, se desempeñó como autor radial y, ese
mismo año, la Asociación de la Crónica Radial e Impresa lo eligió como el mejor autor dramático.
Aunque solo lo intentó una vez, escribió para el teatro su
obra El relevo, estrenada un año después.
En 1946, obtuvo el muy codiciado Premio Internacional Hernández Catá, con su cuento Cosme y Damián.
Vale decir que, en la época, este premio equivalía al “Casa de Las Américas” de
hoy y quizá más, puesto que podían participar en él autores de todo el mundo.
Su espíritu inquieto lo llevó más tarde a Buenos Aires y Caracas, donde continuó
haciendo radio, y muy bueno debía ser en el oficio, pues Buenos Aires no solo
era una plaza cultural puntera en Latinoamérica, junto con México, sino también
un emporio arrollador en el mundo de la comunicación.
Como tantos intelectuales cubanos, regresó a la isla en
1959, inmediatamente después del triunfo revolucionario, y llevó una vida
artística plena de éxitos y reconocimientos.
Fue vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba Uneac) y presidente de su
Sección de Literatura, jurado de los principales concursos nacionales e
internacionales convocados, como el Premio Casa de las Américas y el auspiciado
por la Uneac.
Como figura representativa
de la cultura cubana viajó a la entonces Unión Soviética, China y Vietnam, entre
otros países.
Fruto de su vida bohemia y errante, dominaba más de un
idioma. Hizo excelentes traducciones del francés, incluida la del Diario de prisión de Ho Chi Min.
Sus cuentos y poemarios han sido traducidos al inglés,
francés, italiano, alemán, ruso, polaco, checo, chino, búlgaro, húngaro y al
vietnamita.
En 1985, obtuvo el Premio
Nacional de Literatura, como reconocimiento a la totalidad de su obra, y un
año más tarde, el Premio de la Crítica por su libro De sueños y memorias.
Yo no conocí a Pita Rodríguez, pero su libro Elogio de Marco Polo, una especie de
biografía del viajero italiano Marco Polo, quien atravesó tres continentes y
vivió en la corte del Gran Kan de Mongolia, fue uno de los libros que más
disfruté en mi adolescencia.
Recuerdo que me lo regalaron mis padres en uno de mis
cumpleaños, y lo leí en una noche. Es un
libro mágico, muy interesante y hermosamente escrito. Creo que Pita Rodríguez
se identificaba muchísimo con este joven errante que todo lo observó y todo lo escribió para una posteridad que,
sabía, sería presta en perder la memoria.
Pita Rodríguez fue, creo, uno de esos espíritus soñadores,
intranquilos, imaginativos y ganosos de lejanías exóticas, al estilo de Casal, que se dan poco en Cuba, aún regida por el
canon literario realista español.
Lo incluí en la antología de escritores raros cubanos que alguna vez tuve la intención de publicar, pero que nunca vio la imprenta. Y lo siento, porque siempre he creído que los mejores nombres de la literatura cubana se encuentran en esa categoría. (Gina Picart Baluja. Foto: tomada del portal Cubarte)
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