En la memoria de Cuba, estatura poética y humana de Julián del Casal

En la memoria de Cuba, estatura poética y humana de Julián del Casal

En el ensayo La falacia patética, del crítico inglés John Ruskin[1], influyente intelectual, esteta y pensador decimonónico, su autor analiza la relación del arte, y en especial de la poesía con la verdad.

Ruskin concluye que el tremendo poder, la magia suprema de la belleza no radica en su verosimilitud, sino en “el gran efecto que produce, aunque sea, o quizá por serlo, falsa”.

En semejante conclusión se engloba todo el poder del arte y en especial de la poesía que, según él, es siempre una mentira, pues no nace de la apariencia ordinaria de la realidad, “sino cuando el artista se halla bajo el influjo de la pasión distorsionada o de la fantasía contemplativa[2]. Influjo bajo el cual se encontró constantemente la sensibilidad de Julián del Casal, porque esa era la naturaleza de su condición artística: vivir sin intervalos en un perpetuo estado alterado de consciencia. No por gusto era un poeta.

Ya me referí a la identificación de Casal con el duque Des Eseinstes de Huysmans, pero dije que la actitud de Casal ante la vida era una fusión entre este personaje literario que tan bien encarna todos los rasgos del héroe decadente y un personaje real.

Se trata del rey Luis II de Baviera, y es un tema bastante inexplorado, hasta donde pensaba, mientras no leí en el ensayo titulado Julián del Casal y la música del porvenir, del doctor Roberto Méndez, miembro de la Academia Cubana de la Lengua.

La identificación espiritual entre el rey europeo y el poeta habanero nació de muchas facetas comunes a ambos, tales como el carácter introvertido, solitario y mórbido mostrado por el monarca desde sus primeros años, que le impedía hacer una vida de corte rodeado de gente, y ni siquiera asistir a eventos artísticos o políticos en presencia de públicos (Casal tenia horror a las multitudes); su imaginación siempre exaltada, su homosexualidad inocultada, su polémico pacifismo a ultranza y su fervorosa devoción por la belleza en todas sus manifestaciones.

Pero Méndez explora una faceta decisiva del vínculo que unió a Casal con este joven monarca, muerto en plena juventud en circunstancias nunca esclarecidas.

Resulta que, en La Habana del tiempo de Casal, el panorama musical estaba ocupado enteramente por compañías de ópera francesas e italianas que se presentaban en el teatro Tacón, y que Casal, en su condición de periodista, se veía obligado a cubrir y reseñar, pero no despertaban su interés estético por considerarlas repetitivas y ya obsoletas.

Bethoven, Chopin y otros grandes compositores europeos apenas empezaban a ser conocidos en La Habana, a la que Martí llamó la comarca demorada, por lo mucho que demoraban en llegar a ella los nuevos aires de las artes y la política europeos.

En su correspondencia con artistas franceses, como Moreau, Huysmans, y muy probablemente Teophile Gautier, Casal fue informado de la nueva estética operística del compositor alemán Richard Wagner, quien rompió con las tradiciones establecidas en ese género musical y creó nuevos cánones estéticos y patrones musicales.

Casal recibió los libros que publicó Judit, hija de Gautier, entusiasta promotora y una de las musas de Wagner, quien alimentó en el formidable músico la atracción por las místicas orientales y fue la inspiradora de las “muchachas flores” de Parsifal. Y es así como tiene Casal conocimiento de que su muy admirado rey Luis de Baviera es el mecenas del gran músico germano, al extremo de que le ha construido Bayreuth, un teatro magnífico y muy especial para que Wagner pueda montar en él sus grandiosas representaciones operáticas.

Casal no tiene formación musical y no puede leer partituras, pero, gracias a estos libros, se entera del apoyo de todos los simbolistas franceses al germano y comienza a formarse una idea de cómo podría ser la magnificencia de esa nueva ópera.

De inmediato, su imaginación se dispara, se ve en Bayreuth escuchando los acordes wagnerianos y tiene la suerte de que en marzo de 1890 puede escuchar por primera vez un pasaje de una obra de Wagner, Coro de las hilanderas, del segundo acto de El buque fantasma, interpretado como cierre de una velada en el Conservatorio de Hubert de Blanck, su amigo personal, por 80 alumnas de la institución.

Aunque a lo largo de la noche se ejecutaron obras de Chopin, Chaikovski, Donizetti, Haydn y otros autores, el periodista, en su crónica Un coro de Wagner, publicada en La Discusión el 31 de marzo de aquel año, asegura:

El largo programa se fue cumpliendo lentamente, sobre todo para mí, que sólo deseaba oír el magnífico coro del segundo acto del Buque fantasma, soberbio trozo musical, escrito en la mayor, por el genio más asombroso del siglo […] Ricardo Wagner es para mí una especie de dios. Temo hablar de él, porque mi admiración me arrastra hasta el laberinto de la extravagancia. Nunca he podido leer el Lohengrin o el Crepúsculo de los dioses sin sentir una conmoción profunda en todo mí ser. Tiene el don de arrebatarme a tales alturas que sufro intensamente al descender de ellas.

Resulta muy significativo que tanto Casal como José Martí y Rubén Darío, los otros dos fundadores del Modernismo, se refirieran a Wagner con entusiasmo pocos años después de su muerte, antes de que Barcelona y Madrid, primeras ciudades culturales de España, poseyeran círculos wagnerianos, aunque tampoco hay certeza de que Martí asistiera a alguna de las exitosas representaciones de Tanhauser y Lohengrin en New York, pero parece que pudo escuchar algunos pasajes de estas y otras obras en conciertos orquestales.

Los mismos mecanismos de la imaginación que permitieron a Casal concebir la música de Wagner actuaron, al parecer, en las sensibilidades de Martí y Darío. Sin embargo, la única ocasión en que Casal tuvo la oportunidad real de escuchar una ópera completa de Wagner fue Lohengrin, que se ofreció en La Habana, en vida del poeta, en el teatro Tacón, en representación única, pero Casal se negó a asistir. ¿Por qué? Por la misma razón que, habiendo emprendido un viaje a España con la intención de seguir hasta París para conocer la ciudad de sus sueños, en la que tenía tantas almas afines en el mundo del arte, prefirió no enfrentar la realidad de la aventura por temor a que el choque destrozara la idealización que se había forjado de aquella urbe. Al respecto confirmó:

Así he visto representar esta ópera, grandiosa, en el teatro de Bayreuth, con los ojos de la imaginación, que son los ojos que ven las cosas de la manera más bella, cuando sabía soñar. Esta noche se representa en el Tacón. ¡Ojalá que los artistas encargados de su desempeño, la hayan presentado ya a los lectores de estas crónicas de una manera superior a la que mi fantasía se la ha querido presentar!

Que Luis de Baviera hubiera sido la persona más poderosa de Europa que tan tempranamente se interesó en el trabajo de Wagner, atrajo aún más poderosamente el interés de Casal y se convirtió en un lazo más que lo unió en espíritu al Rey Loco. Probablemente no dejaba de comprender que el duque Des Esseinstes, más allá de su hastío y otras características que lo convertían en ícono del decadentismo, no disponía de recursos para convertir en realidad los más infinitos anhelos de la belleza (¿acaso hubiera podido construir Bayreuth y disfrutar a oscuras y en completa soledad la música de Wagner?), mientras que el poderoso monarca de Baviera sí podía, cual si fuera un dios, realizar cualquier sueño, y esa circunstancia debió impresionar al poeta cubano, amén de que Luis era una figura casi mítica en los círculos simbolistas y decadentes a los que se había afiliado Casal, quien escribió sobre el rey en varias ocasiones, e incluso le dedicó un poema muy ilustrativo de su sentir, que reproduzco a continuación:

Flores de éter (fragmentos)

A la memoria de Luis II de Baviera

 

Rey solitario como la aurora,

Rey misterioso como la nieve,

¿En qué mundo tu espíritu mora?

¿Sobre qué cimas sus alas mueve?

¿Vive con diosas en una estrella

Como guerrero con sus cautivas,

O está en la tumba —blanca doncella—

Bajo coronas de siemprevivas?...

 

Aún eras niño, cuando sentías,

Como legado de tus mayores,

Esas tempranas melancolías

De los espíritus soñadores,

Y huyendo lejos de los palacios

Donde veías morir tu infancia,

Te remontabas a los espacios

En que esparcíase la fragancia

De los sueños que, hora tras hora,

Minado fueron tu vida breve,

Rey solitario como la aurora,

Rey misterioso como la nieve.

 

Si así tu alma gozar quería

Y a otras regiones arrebatarte,

En bajel tuvo: la Fantasía,

Y un mar espléndido: el mar del Arte.

…………….

Colas abiertas de pavos reales,

Róseos flamencos en la arboleda,

Fríos crepúsculos matinales,

Áureos dragones en roja seda,

Verdes luciérnagas en las lilas,

Plumas de cisnes alabastrinos,

Sonidos vagos de las esquilas,

Sobre hombros blancos encajes finos,

Vapor de lago dormido en calma,

Mirtos fragantes, nupciales tules,

Nada más bello fue que tu alma

Hecha de vagas nieblas azules

Y que a la mía sólo enamora

De las del siglo décimo nueve,

Rey solitario como la aurora,

Rey misterioso como la nieve.

 

Aunque sentiste sobre tu cuna

Caer los dones de la existencia,

Tú no gozaste de dicha alguna

Más que en los brazos de la Demencia.

Halo llevabas de poesía

Y más que el brillo de tu corona

A los extraños les atraía

Lo misterioso de tu persona

Que apasionaba nobles mancebos,

Porque ostentabas en formas bellas

La gallardía de los efebos

Con el recato de las doncellas.

 

Tedio profundo de la existencia,

Sed de lo extraño que nos tortura,

De viejas razas mortal herencia,

………..

Visión sangrienta de la neurosis,

Deliscuescencia de las pasiones,

Entre fulgores de apoteosis

Tu alma llevaron a otras regiones

……..

Rey solitario como la aurora,

Rey misterioso como la nieve […].

 

Hay algo verdaderamente sorprendente en este poema de tomo elegíaco: tan dado como fue Casal a las idealizaciones a veces desmesuradas de acontecimientos y personas, respecto de Luis de Baviera no incurrió ni en una sola exageración y pareció conocerlo tan bien como a sí mismo. Creo que intuía en él un alma más gemela.

Luis, quien además de ser apodado “Rey Loco”, también fue llamado “Rey Cisne” y “Rey de Cuento de Hadas”, nació en 1845 en el Palacio de Nymphenburg, Múnich, reino de Baviera, pero pasó su infancia en el de Hohenschwangau, donde se familiarizó con leyendas y cuentos de la Edad Media germánica, profusamente representadas en pinturas, murales y tapices.

Su habitación de niño estaba decorada con escenas de su leyenda favorita, Tristán e Isolda, y tenía el techo cubierto de estrellas que, por la noche, se iluminaban con lámparas ocultas.

Desde aquella estancia, el joven príncipe imaginaba el futuro castillo de sus sueños. Coronado a los 18 años, tras la prematura muerte de su padre, era un adolecente físicamente bello y de elevada estatura, de cabellos rubios y ojos verdes, como el mismo Casal. Allí trabó amistad con su prima Isabel de Baviera, más conocida como Sisi, Reina de Hungría, su alma gemela y con quien se dice sostuvo un romance que no está históricamente documentado.

A pesar de sus supuestos amores con Sisi y de haber estado comprometido para casarse con otra princesa, la homosexualidad de Luis, que su catolicismo le impedía aceptar, no era un secreto para nadie y se rumora que tuvo relaciones con cortesanos, un caballerizo y hasta con sus soldados. Llevó un diario íntimo, donde se supone dejó testimonios de estas relaciones, pero se perdió durante la Segunda Guerra Mundial, aunque aún existen escritos suyos por los que se sabe que mantuvo relaciones con la estrella de teatro húngara Josef Kainz, entre otros hombres.

El escritor austríaco Leopoldo Sashier-Massosh, en cuya vida y obra se basan las actuales teorías sobre el sadomasoquismo, insinuó en su novela La Venus de las pieles, que firmó junto con su esposa y Luis, un contrato para mantener un ménage à trois de carácter sadomaso.

Luis, quien desde niño mostró gran afición por la arquitectura, realizó su primera construcción y fue el castillo de Newschwanstein, el más fantasioso de sus proyectos arquitectónicos, en el que murales con leyendas germánicas medievales de caballeros, dioses nórdicos, poetas y cisnes mágicos decoran los salones. El interior de Neuschwanstein es como un inmenso escenario, con pesados cortinajes de seda y terciopelo, revestimientos de roble y pinturas murales dedicadas a las sagas germánicas, muchas hilo argumental de las óperas de Wagner, mientras que El Salón del Trono está inspirado en un templo bizantino, con mosaicos y lámparas en forma de corona con incrustaciones de piedras preciosas.

La llamada Sala de Cantores está adornada con escenas de Parsifal, y era una de las favoritas de Luis. Se dice que este castillo sirvió de inspiración a Walt Disney para su filme de dibujo animado La Bella Durmiente.

Construyó otro castillo, Linderhof, su preferido y el único que logró ver terminado. Era una recreación en pequeña escala del Palacio de Versalles, pues Luis era un gran admirador del Rey Sol francés.

Estaba rodeado por jardines con fuentes doradas, galerías moriscas y la Gruta de Venus, otra de sus delirantes, pero exquisitas construcciones, donde quiso reproducir la cueva que se describe en la ópera Tannhäuser, de Wagner, con un lago artificial, un escenario con cortinajes y pinturas murales, luces de colores y un trono desde el que disfrutaba de veladas artísticas y fiestas.

Su última construcción palaciega fue el castillo de Herrenchiemsee, en la mayor de las islas del Mar de Baviera.

Luis II, de tan refinados gustos artísticos, era un excéntrico en sus costumbres personales, a quien, entre otras rarezas, le fascinaban los disfraces y las máscaras, cono a Casal; comer a solas rodeado de estatuas de reyes que le precedieron porque no soportaba hacerlo en compañía de personas vivas, y despertar a sus sirvientes en plena noche para pasear en trineo por sus jardines.

Tuvo un trágico y misterioso final. Su familia lo había recluido tiempo atrás en el castillo de Hohenschwangau, alegando que estaba inhabilitado para reinar por una supuesta esquizofrenia. En su encierro, lo acompañaba su psiquiatra.

El 13 de junio de 1886, el rey invitó a su médico a dar un paseo por las riberas del lago de Starnberger, y ordenó a sus guardias que no los acompañaran.

Ninguno de los dos regresó, y sus cuerpos fueron hallados en el agua, supuestamente ahogados.

Varias teorías florecieron de inmediato sobre esas muertes: una conspiración de la familia real, deseosa de otro candidato para el trono; el rey asesinó a su médico y luego se suicidó; o realmente el dúo se ahogó, la más inverosímil de las explicaciones.

La locura de Luis, desmentida por su acertado Gobierno durante el cual Baviera prosperó mucho, está avalada, sin embargo, por la locura de su hermano menor, recluido en un sanatorio por creer que era un perro, y por el mismo cuadro de depresión profunda que acompañó a Sisi hasta su trágico asesinato.

¿Resulta sorprendente que Julián del Casal sintiera tal veneración por un hombre, un rey que pudo paladear el goce y la satisfacción infinitos de haber materializados sus sueños? No tengo dudas de que fue Luis, el Rey Cisne, El Rey Ángel, quien tuvo mayor peso en la conformación de una mística personal del poeta cubano. Al fin y al cabo, la posibilidad casi divina de poder hacer realidad todas nuestras fantasías, incluso las más ambiciosas, y habitar definitivamente en el esplendoroso paraíso del Arte, unidas a la total libertad de disfrutar una sensualidad subvertidora del orden establecido y socialmente prohibida a los simples mortales, ¿no era mucho más, no era la plenitud misma comparada con los logros limitados de un Des Esseinstes?

Si vemos una imagen del Salón de los Espejos de Herrenchiemsee, ¿no acude de inmediato a nuestra memoria aquel poema casaliano Mis amores. Soneto Pompadour?:

Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,

las vidrieras de múltiples colores,

los tapices pintados de oro y flores

y las brillantes lunas venecianas.

Amo también las bellas castellanas,

la canción de los viejos trovadores,

los árabes corceles voladores,

las flébiles baladas alemanas,

el rico piano de marfil sonoro,

el sonido del cuerno en la espesura,

del pebetero la fragante esencia,

Y el lecho de m arfil, sándalo y oro […]


Yo sé muy bien cuál sería mi elección, si se me diera la posibilidad de escoger entre el rey todopoderoso y el duque amargado.

Al final, creo que quien mejor comprendió la naturaleza y la sensibilidad de Casal fue Martí, aunque me temo que, por la diferencia de sus posturas ante la vida y la poesía misma, no fue capaz de valorar toda su grandeza como poeta:

… Aquel fino espíritu, aquel cariño medroso y tierno, aquella ideal peregrinación, aquel melancólico amor a la hermosura ausente de su tierra nativa, porque las letras sólo pueden ser enlutadas o hetairas en un país sin libertad, […] De la beldad vivía prendida su alma; del cristal tallado y de la levedad japonesa; del color del ajenjo y de las rosas del jardín; de mujeres de perla, con ornamentos de plata labrada; y él, como Cellini, ponía en un salero a Júpiter. Aborrecía lo falso y pomposo. Murió, de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme. […] Así vamos todos, en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos, con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio! Nos agriamos en vez de amarnos. […]

Leamos también un fragmento de Autobiografía, uno de los poemas de Casal:

Libre de abrumadoras ambiciones,

soporto de la vida el rudo fardo,

porque me alienta el formidable orgullo

de vivir, ni envidioso ni envidiado,

persiguiendo fantásticas visiones,

mientras se arrastran otros por el fango.

 Partido no únicamente en dos, sino en múltiples fragmentos como un espejo roto, vivió Casal sus cortos y dolorosos años, en lucha perpetua contra la mediocridad e incomprensión de la Cuba de su época: contra la presencia de una homosexualidad de la que hubiera querido librarse, y del lado oscuro de su personalidad, algo satánico y monstruoso, palpable en relatos como El amante de las torturas, que quizá nadie o muy pocos de sus allegados le llegaron a sospechar.

Pensemos en él y en su obra una vez más, en este año en que se cumplen aniversarios cerrados de su vida y su muerte, y no permitamos que, así como se perdieron sus restos y se olvidó el lugar de su sepultura, se borre de nuestra memoria nacional su gigantesca estatura poética y humana. (Gina Picart Baluja)

 



[1] Ruskin (Londres, 1819- Cumbria, 1900) fue un escritor, crítico de arte, sociólogo, artista y reformador social muy identificado con los criterios estéticos de La Hermandad Prerrafaelita y mecenas de algunos de sus miembros.

[2] Antón Arrufat, Op. Cit.


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