Mucha gente pregunta por qué la capital de Cuba fue en sus orígenes fundada con el nombre de villa
de San Cristóbal de La Habana.
Existen al respecto varias hipótesis.
Según la hagiografía cristiana, Cristóbal fue un hombre
nacido en la antigua tierra de Caanán,
Asia Occidental, entre el Mediterráneo y el río Jordán, y sobresalía entre
sus coterráneos por su gigantesca estatura, de unos 12 codos de altura, o sea,
mucho más de dos metros, según asegura la leyenda.
Mientras se encontraba al servicio del rey de su país, un
día se dijo a sí mismo que, en realidad, él debería servir al señor más
poderoso de la Tierra.
Tras una prolongada y estéril búsqueda para hallar a su
nuevo patrón, el gigantesco Cristóbal llegó al refugio de un anciano ermitaño,
a quien pidió consejo. El ermitaño le sugirió que se estableciera a la orilla
del río más caudaloso y profundo de
aquellas tierras y aprovechara su corpulencia para ayudar a los viajeros a
cruzar la peligrosa corriente. Era, aseguró, la única manera en que el gigante
podría lograr que el gran señor a quien buscaba se le manifestara algún día.
Obedeció el gigante y se construyó una cabaña a la orilla
del río. Talló una gruesa rama de árbol para que le sirviera como báculo para
ayudarse a caminar mejor dentro del agua, y se dedicó a transportar sobre sus
fuertes hombros a todo aquel que deseara atravesar el río. Una noche, mientras
Cristóbal dormía, oyó la voz de un niño que le pedía ayuda para pasar a la otra
margen. Cristóbal lo cargó sobre su espalda y se metió en el agua, pero no
tardó en sentir que el cuerpo de la criatura se iba haciendo cada vez más
pesado hasta casi hundirlo a él, el portador, en el fango blando del lecho del río.
Al llegar a la otra orilla, Cristóbal recriminó al pequeño,
pero éste le reveló que era el propio Cristo en persona, y su exceso de peso se
debía a que, aunque pequeño, llevaba sobre sí todo el peso del mundo. Como
prueba de sus palabras, indicó a Cristóbal que plantara el báculo junto a su
cabaña, y a la mañana siguiente lo encontraría convertido en un árbol florecido, cosa que la leyenda
asegura que sucedió.
Lo último que se sabe sobre Cristóbal, el cananeo es que, presuntamente, padeció el martirio y
murió alrededor del año 250 durante la persecución de Decio contra los
cristianos.
Hacia finales del Medioevo la leyenda, de Cristóbal cobró
nuevo auge, y por haber transportado sobre sus espaldas al niño Dios, Cristóbal
fue convertido en patrono de los trasbordadores y barqueros.
Como La Habana, en su definitiva ubicación se fundó como
puerto de mar geográficamente colocado entre el Nuevo y el Viejo Mundo, es
fácil imaginar cuántos marinos, aventureros, soldados, frailes, comerciantes,
exploradores y viajeros se habrán sentido necesitados de obtener la protección
del santo para enfrentar las aguas procelosas que separan la isla de Cuba de toda tierra firme. Ésa pudiera ser la
razón para que la nueva villa haya sido colocada bajo la advocación del santo y
bautizada con su nombre.
También se cree que La Habana pudo ser llamada San Cristóbal
en honor a Cristóbal Colón,
descubridor del Nuevo Mundo y de la hermosa tierra cubana.
Al margen de su talla moral y simbólica, la Iglesia católica
no le ha concedido la condición de santo, alrededor de la cual existe todavía
una encendida polémica muy bien representada en la novela El arpa y la sombra, del
escritor cubano Alejo Carpentier. Por lo tanto, en 1519, cuando San Cristóbal
de La Habana fue fundada, a nadie se le habría ocurrido pensar en el descubridor
como un santo.
Sin embargo, es muy posible que Colón haya sido bautizado
con ese nombre en memoria del buen gigante. También resulta muy tentador para
la imaginación especular si el descubridor, a quien se le achacan orígenes hebreos, genoveses y otros aún
más oscuros, no se habrá cambiado su verdadero nombre por otro más castizo para
presentarse sin levantar innecesarias sospechas en España, tierra perseguidora
de infieles. De ser esto cierto, su amor al mar y su temprana vocación de
marino le habrían sugerido seguramente tomar el nombre de Cristóbal como
amuleto protector que lo acompañaría en su futura vida entre olas y tierras
ignotas flotando sobre el mar.
Como dato curioso, añadimos que de todos los grabados
fechados que se conservan en el mundo, el más antiguo es, precisamente, una representación de San Cristóbal o
Cristophoros, el Porteador de Cristo. Se trata de una xilografía o grabado en
madera, que data de 1423. El desconocido autor presentó la figura del santo en
el momento de alcanzar la otra margen del río, llevando a Cristo en hombros. A
su alrededor aparecen el ermitaño junto a su ermita, un viajero que atraviesa
el arroyo con su mula, y un molinero que acarrea un saco hacia su molino.
También fueron grabados una liebre y un pez, símbolos del cristianismo
esotérico.
¿POR QUÉ LA HABANA…?
Según ciertos investigadores, la segunda parte del topónimo
que da nombre a la capital cubana, Habana, no es más que una corrupción de la palabra haitiana sabana,
que quiere decir exactamente eso: sabana, formación vegetal donde dominan las
plantas herbáceas, propia de zonas tropicales en cuyo clima hay una estación
seca. De donde La Habana sería una provincia en cuyo suelo predominaban las
sabanas.
Yo solo me pregunto por qué los aborígenes, que tenían su
propia lengua, habrían acudido a un préstamo lingüístico a todas luces
innecesario, y también me pregunto si conocerían que ese vocablo describía
precisamente el suelo característico de la zona.
Eusebio Leal Spengler
(1942-2020), “eterno historiador” de la ciudad, era partidario de la tesis según
la cual existió en el occidente de la isla un cacique poderoso de nombre Habaguanex. Este jefe habría sido el
origen del primer nombre de la capital cubana.
Según el lingüista Whitney, havana viene de haven o gaven,
que significa puerto, fondeadero o abra. En apoyo de su teoría, este
especialista menciona la existencia de un puerto denominado Havanne, en la
costa septentrional europea.
Otra posibilidad subyace en la existencia de la Fuente de La India. Se cree que esta
escultura conmemora una antigua leyenda basada en un hecho supuestamente real:
la historia de la india Guara, quien, enamorada de un conquistador español, le
avisa cómo y dónde asaltar un asentamiento indígena. Al ver la carnicería
causada por los soldados españoles entre los hombres y mujeres de su raza, la
aldea quemada y la sangre humedeciendo la tierra, Guara enloquece y vaga
desmelenada por los alrededores hasta que, maldiciéndose a sí misma, se arroja al
fuego y muere carbonizada. En esta leyenda aparecen unas indias plañideras que,
al dar sepultura a los restos de Guara, repiten incansablemente la palabra
habana, lo que en lengua aruaca querría decir: “ella (Guara) está loca”.
Quizá ya nunca se consiga esclarecer el origen del nombre de esta hermosa ciudad que mira al Caribe como si interrogara a las olas sobre su destino. Pero no deja de resultar curioso que, si intentáramos traducir fielmente el nombre completo de la capital y para ello tomáramos el sentido literal de porteador y el de la leyenda de Guara, o sea, locura, el resultado sería que el nombre de la urbe significaría más o menos “el porteador de la locura” o “el que lleva sobre sus hombros la locura”, lo cual le va muy bien con el temperamento del habanero, esa cosmopolita locura porteña del frenesí de vivir intensamente cada minuto de existencia, hasta que la vida pase junto a él y se despida con un breve y definitivo adiós. (Gina Picart Baluja. Fotos: Facebook)
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