La ceiba -el más
representativo integrante de la flora cubana- está íntimamente relacionada con
la fundación de La Habana en 1519 y con las celebraciones de cada aniversario de tan
remoto e histórico acontecimiento.
Encarnación de Dios
en la religión yoruba, se le atribuye a este gigantesco árbol la propiedad de
vigorizar a quien busque cobijo a su sombra, que los creyentes no pisan sin
antes pedir permiso a la planta, y que nadie se atreve a despojar de sus hojas
sin pagar un “derecho”, que consiste en depositar
algunas monedas entre sus raíces.
Dicen los seguidores de esa tradición religiosa que el rayo
nunca la hiere con su fuego y, según ellos, quien tenga la osadía de cortarla será castigado.
Existe la creencia de que, en ocasiones, es posible
descubrir en su tronco rostros, sexos y otros rasgos humanos formados por la
naturaleza.
Cuentan las leyendas que los aborígenes cubanos danzaban
alrededor de la ceiba por considerarla representante del Sol.
Los afrocubanos creen que en su tronco reside un orisha
llamado Iroko, y para los chinos es su célebre San Fan Kon quien allí habita.
Algunos afirman que en ella viven pequeños duendes de piel negra, conocidos como checherekú,
quienes aparecen cuando alguien molesta al árbol y –además- propinan bofetones
al intruso.
La ceiba, como árbol que asistió al alumbramiento de La
Habana, protagoniza desde hace décadas una de las más pintorescas tradiciones
capitalinas: las famosas tres vueltas que deben darse alrededor de su tronco en
cada cumpleaños de la urbe, si se quiere tener 12 meses benéficos con la salud garantizada y el bolsillo
aconsejablemente surtido.
Resulta curioso que, mientras tantos creen fervientemente en
los poderes mágicos de esa planta, muchos otros discuten apasionadamente la
antigüedad de este, desde simples ciudadanos hasta historiadores, etnólogos,
folcloristas y especialistas de toda clase.
En varias ocasiones, ha sido sustituida la ceiba de El Templete, en el afán de mantener un
ejemplar saludable.
OPINIONES DIVERSAS
Para unos, ya existía en ese emplazamiento antes de la
llegada de los colonizadores españoles a finales del siglo XV, al tiempo que
otros cuestionan su presencia durante la ceremonia fundacional de la villa, sin
faltar quien asegure que los esclavos
negros eran atados a su tronco cuando sus amos decidían azotarlos, para
“corregir” alguna falta.
El capitán general Francisco Dionisio Vives había
propugnado, desde 1827, la erección en el lugar de un monumento de más prestancia
que una simple columna. Así surgió El Templete, construcción sólida y duradera
que ya se acerca a su segundo centenario.
Inspirado en su homónimo de la ciudad vasca de Guernica, El
Templete fue ideado como réplica modesta del pórtico de un templo antiguo de estilo
dórico, pero con dobles columnas en sus extremos.
En cuatro meses y a un costo
que duplicó el presupuesto inicial de 20 mil pesos, el edificio fue
terminado en 1828. Su estilo neoclásico ejerció una influencia decisiva en la
arquitectura capitalina.
Su interior, poco profundo, fue decorado con tres murales
del pintor francés Jean Baptiste Vermay.
Uno representa la ceremonia de la primera misa; otro, la reunión del primer
cabildo, y el tercero muestra a las autoridades y demás personas que asistieron
a la inauguración de la edificación.
Esas obras, debidamente restauradas y conservadas, se exhiben
hoy para disfrute de los visitantes.
En el lugar donde se ubica El Templete, en la actualidad
considerado oficialmente como el de la fundación de la ciudad de La Habana, el 16 de noviembre de 1519, la corpulenta
ceiba original sirvió de altar natural para la primera misa y fue testigo del primer
cabildo capitalino, reunido en presencia del legendario conquistador Diego Velásquez.
Allí nació una villa que ahora abarca más de 720 kilómetros
cuadrados y sobrepasa los dos millones de habitantes. Allí también surgió una
hermosa tradición.
Cada aniversario del
nacimiento de la urbe -que este mes cumple 505 años- miles de personas
acuden a El Templete, donde la tradición popular se hace realidad durante una ceremonia
en la cual alegría, respeto y fe se funden en un solo haz.
Es un acontecimiento social y cultural que no solo comprende
las tres vueltas alrededor del árbol para rogar por la prosperidad ciudadana y
personal, sino que incorpora también un amplio programa de actividades de las
instituciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
En vísperas de cada 16 de noviembre, se desarrolla tan
peculiar ceremonia, que incluye un recorrido emotivo y pintoresco, además de las
tradicionales vueltas en torno a la ceiba, costumbre marcada por el sincretismo
que se produjo en Cuba entre las culturas española y africana.
Las vueltas a la
ceiba de El Templete, relacionadas con las leyendas africanas del orisha
Iroko -que para algunos simboliza en Cuba la Purísima Concepción de los
católicos-, están también vinculadas con el mito de Aggayú Solá, otro orisha
mayor, padre de Changó y patrón africano de la ciudad, sincretizado en Cuba con
San Cristóbal.
La tradición incluye una costumbre de origen español que
consiste en levantarse temprano y asistir a la Catedral, para escuchar en
silencio la misa de los mudos.
Durante la celebración, miles de personas, con alegría y
solemnidad, circunvalan en silencio tres veces la mítica ceiba, la tocan con
sus manos, la abrazan, y muchos le lanzan monedas o besos a manera de
agradecimiento por algún milagro que consideran concedido o que esperan se
conceda, mientras otros disfrutan del espectáculo sin pedir nada y acuden a la
ceremonia como a una fiesta, para rendir homenaje a los orígenes de una ciudad
con nombre de mujer.
No faltan quienes confiesan al árbol secretos y pecados ni quienes lo saludan como a un familiar
querido.
Tres vueltas alrededor de la ceiba han protagonizado allí gobernantes,
científicos, escritores, artistas, pintores y deportistas, civiles y militares,
niños, jóvenes y ancianos, habaneros, cubanos de otras provincias y extranjeros
provenientes de los más diversos rincones del mundo, algo que llama la atención
de los turistas que coinciden con la festividad durante su estancia en La
Habana, o viajan a esta ciudad expresamente para pedir un milagro salvador al
actual ejemplar de ceiba que allí ha echado raíces, hermanado, a pesar de los
siglos transcurridos, con aquel árbol generoso
que hace 505 años vio nacer a una urbe alegre, bulliciosa, acogedora y
orgullosa de ser la capital de todos los cubanos. (Oscar Ferrer Carbonell,
colaborador de Radio Ciudad de La Habana. Foto: Ponterest/tomada de Facebook)
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