La arquitectura cubana ha sido pródiga en
nombres brillantes, pero fue la etapa colonial la que nos dejó los más
destacables y sobresalientes representantes de esta especialidad que se debate
en los confines entre la ciencia, la
técnica y el arte.
Y si bien de la
firma Govantes y Cabarrocas no quedó casi nada escrito como legado para las
generaciones futuras, muy diferente fue el caso de Joaquín Weiss y Sánchez.
Nacido en La
Habana en 1894, se formó como arquitecto en el College University de Ithaca,
Nueva York, y trabajó como como tal durante dos años en esa ciudad, pero, como
era costumbre en la época, regresó a La Habana en 1918 y revalidó su título en
la Universidad de La Habana.
Junto al
arquitecto Carlos Mauri, fundó la firma Mauri y Weiss, pero más tarde se separó
de su compañero para ejercer en solitario.
Entre sus obras
se cuenta el edificio para la biblioteca
de la Universidad de La Habana y la restauración de la casa situada en la calle
Cuba 64, en la zona más antigua de la capital del país.
Durante mis años
de estudiante en la Facultad de Filología, de la universidad habanera, visité
en numerosas ocasiones aquella biblioteca, de la que guardo un grato recuerdo.
En especial, la
pequeña sala dedicada a los diccionarios, con sus artesonados de madera, su
globo terráqueo y sus encuadernaciones antiguas, todo unido a una sugestiva
iluminación crepuscular que penetraba por el gran ventanal, me crearon más de
una vez la ilusión de estar en una sala de la Biblioteca de Alejandría o de
algún palacio florentino del Renacimiento.
De todos los
locales donde he estudiado, ese tenía una magia muy especial. Era, ya lo creo,
la celda de un estudioso del pasado, un hogar para el alma ávida de conocimiento. Esa energía era la que se respiraba
allí.
Weiss fue miembro
de la Academia de Artes y Letras, de la Junta Nacional de Arqueología y
Etnología y de la Comisión Nacional de Monumentos. Además, por breve tiempo
ejerció como presidente del Colegio de Arquitectos de La Habana.
En 1928, fue
nombrado instructor de la Cátedra Q de Historia de la Arquitectura en la
Escuela de Ingenieros y Arquitectos, y en 1920 pasó a ser profesor titular,
cargo en el que se mantuvo hasta 1962.
Llegó a ser decano
de la Facultad de Arquitectura. Recibió una Medalla de Honor por su excelente labor profesoral y por ser autor
del primer texto cubano de historia de la arquitectura. Cosechó en vida
numerosos reconocimientos.
Autor de nutridas
y capitales obras sobre la arquitectura cubana, su título más relevante e
ineludible material de consulta es, en mi opinión, La Arquitectura Colonial Cubana, cuya edición más completa abarca
toda la isla, mientras que existe una más breve, dedicada solo a La Habana.
Era, claramente,
un profundísimo conocedor del tema. Escribió sobre los techos y pórticos
coloniales y tiene una monografía dedicada a la Catedral de La Habana, texto que
nunca he tenido en mis manos.
Falleció en 1968 en
su ciudad natal. Veinte años más tarde, le fue otorgado post mortem el diploma
de Profesor de Profesores de la Facultad de Arquitectura del entonces Instituto
Superior Politécnico (hoy Universidad Tecnológica de La Habana) José Antonio Echeverría.
Si Govantes y
Cabarrocas fueron los grandes artistas creadores de un estilo arquitectónico
nacional, Weiss fue el erudito, el maestro formador que dejó para todos los
tiempos su saber destilado en libros maravillosos, que se disfrutan, aunque no
se sepa nada de arquitectura, solo por amor a nuestra maravillosa y eterna ciudad de las columnas. (Gina Picart
Baluja. Foto: tomada de Internet)
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