Primer órgano en la capilla de Música de la Catedral de La Habana

Primer órgano en la capilla de Música de la Catedral de La Habana

El órgano es el instrumento musical que tipifica la música religiosa de la liturgia católica en Occidente.

La primera capilla de música que existió en Cuba estuvo en la Catedral de Santiago de Cuba, entonces capital primada de la isla. Años después tuvo la suya La Habana, y durante algún tiempo existió cierta rivalidad entre ambas, pero esa parte de la historia, investigada por la musicóloga Miriam Escudero con hallazgos sorprendentes, como las partituras de Esteban Salas, no es el centro de este artículo, sino cuándo tuvo la Catedral de La Habana su primer órgano.

En el siglo XVIII el florecimiento de La Habana le permitió contar con una capilla de música en la Parroquial Mayor.

El primer organista fue Cayetano Pagueras, en ese puesto hasta principios del siglo XIX. Pagueras era también compositor y cantor. Su música se creía desaparecida, o así lo declaró Alejo Carpentier cuando no pudo incluir ninguna pieza suya en su tratado La música en Cuba, pero la musicóloga Escudero se anotaría nuevos triunfos en el tema durante sus investigaciones en la Iglesia de Nuestra Señora de La Merced.

Sobre el primer órgano que existió en La Habana no hay toda la información que sería de desear. Probablemente el clima, tan hostil a la buena conservación de los instrumentos musicales, fue la causa de su destrucción. En 1862, se inició el proceso para la adquisición de un nuevo órgano para la Capilla de Música habanera.

El plano de ese instrumento se conserva todavía, y fue construido por la casa Merklin-Schutse, de Bruselas. Según informe de 1935, firmado por el organero José Pigarau, quien lo reparó, se trataba de un instrumento “monumental”, que “dispone de instrumentación suficiente […] En el mecanismo, aunque antiguo, se observa una obra muy bien acabada y con material de primera clase”.

También cuenta Pigarau que, desde la fecha de su construcción, el Merklen pasó por varias reparaciones, y entre las novedades que se le incorporaron al instrumento cita “la máquina neumática”. Pero asegura que, no obstante todas las innovaciones y cambios, siempre se respetó “la construcción y disposición de su primitivo estado”. Que Pigarau estaba enamorado del instrumento lo prueban estas frases suyas:

Pocos son los órganos que, como este, reúnen una instrumentación tan perfecta, en lo que respecta a los grandes flautados […] llenos y muchos juegos mordientes, aventaja a los modernos. […] Los secretos en división de fondos y lengüetería permiten al organista el poder ejecutar por medio de pedales de enganche, varias combinaciones, en especial las de más necesidad.

Sin embargo, esta maravilla de la luthiería no estaba destinada a conservarse, y en la década de los años 80, asegura Escudero, que ya estaba completamente destruido. Fue sustituido por el órgano de la convento de Santa Catalina de Siena.

Pagueras, quien había nacido en Barcelona en fecha aún indeterminada, falleció en La Habana en fecha igualmente desconocida, porque su rastro desaparece en 1814.

Desde entonces, nuevos organistas desfilaron por el gran templo capitalino. Casi todos fueron músicos de formación empírica, salvo algunos sacerdotes extranjeros que dominaban la técnica del instrumento.

Uno de los intérpretes más destacados fue el franciscano de origen vasco Estanislao Sudupe, quien llegó a Cuna en 1938, y era graduado de la prestigiosa Julliard School. Ofreció conciertos en otras iglesias, entre ellas el convento de San Francisco de Asís, que tenía, según Escudero, un instrumento de excelente calidad sonora construido en Alemania.

Sudupe compuso algunas obras para órgano y fue el maestro de Manuel Suárez González, quien fundó la primera y única cátedra de órgano que ha existido en La Habana, radicada en el conservatorio Amadeo Roldán desde 1965 hasta 1976.

Suárez fue un gran promotor del instrumento, en especial de los órganos eléctricos sin tubos, y ofreció conciertos demostrativos en toda Cuba.

En La Habana, se presentó con frecuencia en el teatro América y también hizo presentaciones en la televisión de la época. Trabajó con la asociación Pro Arte Musical para invitar organistas extranjeros.

Organistas formados por él en esa cátedra ejecutaron en la iglesia de Paula, en La Habana Vieja, obras de grandes compositores internacionales, como el Stabat Mater de Pergolessi, el cuarto concierto para piano y orquesta de Handel, obras de Bach y otras piezas.

La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH) ha tenido proyectos para la restauración de los órganos que aún quedan en la capital, casi todos de los siglos XIX Y XX, que pertenecen a los sistemas mecánico, neumático y electroneumático.

Curiosamente, no muestran influencias del órgano clásico español en sus estilos sonoros, sino del prerromanticismo francés hasta el posrromántico.

A partir de 1950, el luthier vasco Guillermo Aizpuru comenzó en la capital cubana la construcción de seis nuevos órganos, el primero de ellos destinado a la iglesia de Los Pasionistas. Con Aizpuro aprendió los secretos de la construcción de órganos el carpintero ebanista Guillermo Pérez, quien hasta la década de los 80 fue el único organero que se dedicó a reparar y afinar esos instrumentos en La Habana.

Pero el clima cubano es cada vez más inclemente con la madera y los metales de los instrumentos de música, y nuestros órganos eclesiásticos han seguido deteriorándose, sin que la OHCH haya renunciado al propósito de retomar su reparación.

Son instrumentos muy costosos, aunque hay modelos portátiles, pero no son los que se utilizan en las iglesias.

¡Es una gran pena que tanto ellos como las arpas, de cuya historia en la isla no sabemos casi nada, sean tan extremadamente difíciles de adquirir, dados sus altos precios en el mercado internacional de la música, y casi imposibles de construir por luthiers nacionales, debido a su extraordinaria complejidad y a la falta de asesoría por parte de especialistas debidamente capacitados!

Quienes amamos la bellísima y majestuosa música sacra, seamos o no creyentes de alguna religión, padecemos la pena profunda de no poder escuchar conciertos de estos instrumentos. El grupo de música antigua Ars Longa tenía un órgano y un intérprete, y también una arpista. Los escuché tocar en los conciertos de la iglesia de Paula.

Nunca me resignaré a que esa tan hermosa sonoridad pueda no volver a escucharse entre nosotros, y prefiero mantener la esperanza de que “algún día pronto”, como dice un personaje de la magnífica serie WestWorld, aparezcan de nuevo esos instrumentos y sus maestros, se abran nuevas cátedras y se formen intérpretes que vuelvan a traernos el placer de escuchar, de soñar… (Gina Picart Baluja. Imagen de portada: Facebook)

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FNY

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