La Habana, 1860. En una fábrica de tabaco de la calle Industria, un lector -pagado por los obreros- recita en voz alta El Conde de Montecristo, mientras decenas de manos expertas enrollan hojas de tabaco.
Afuera, en los portales de La Lonja del Comercio, comerciantes
españoles discuten el precio del azúcar.
Al caer la noche, el aroma a café y ron
inunda las cantinas de La Habana Vieja, donde criollos y esclavos liberados
comparten tragos entre murmullos de conspiraciones independentistas.
Casi un siglo después, en 1950, esa misma
ciudad vibra al ritmo de las congas en el cabaret Tropicana, mientras magnates estadounidenses
apuestan fortunas en el casino del Hotel Nacional de Cuba.
¿Cómo pasó La Habana de las tertulias clandestinas a los cabarets
deslumbrantes? Este es un recorrido por su vida social, antes y después de
1902.
La Colonia: tabaqueros ilustrados y cantinas
revolucionarias
En el siglo XIX, La Habana era una ciudad de contrastes:
joya del imperio español, pero también crisol de rebeliones.
El tabaco, junto al azúcar, era el oro oscuro
que movía la economía. Los tabaqueros, muchos de ellos esclavos liberados o
migrantes canarios, no solo eran artesanos, sino también la primera clase
obrera organizada de Cuba.
En las fábricas, la figura del “lector” -un
narrador que entretenía a los trabajadores- convirtió los talleres en espacios
de ilustración. Leían desde obras de Víctor Hugo hasta periódicos
independentistas como La Aurora.
“Era una universidad popular”, escribió el historiador José Martí López. No es
casual que líderes como José Martí encontraran apoyo en esos gremios.
Las cantinas, por su parte, eran el
termómetro social. En El Louvre
(fundado en 1863), la élite criolla bebía cerveza alemana y discutía de
política. Mientras, en lugares como La
Dominica, cerca del puerto, marineros, esclavos y artesanos mezclaban ron
barato con conversaciones subversivas.
“En esas mesas de madera gastada se gestó el
grito de Yara”, afirma el antropólogo Tomás Fernández.
Pero no todo era lucha: en salones como El Louvre, las tertulias literarias
reunían a figuras como Gertrudis Gómez de Avellaneda. La contradanza, fusión de ritmos europeos y africanos, ya anunciaba
la identidad musical cubana.
1902: La república llega (con jazz y ron)
El 20 de mayo de 1902, Cuba se convirtió en
república… bajo la sombra de la Enmienda Platt. La Habana comenzó a derribar
murallas coloniales -literal y metafóricamente- para abrazar la modernidad.
El tabaco seguía siendo rey, pero ahora las
fábricas competían con marcas como Partagás y H. Upmann, que exportaban a
Europa. Los tabaqueros, aunque mejor organizados, enfrentaban condiciones
precarias: en 1907, una huelga en La Corona paralizó la ciudad.
El verdadero cambio llegó con el turismo
estadounidense. Tras la Ley Seca (1920-1933), La Habana se convirtió en el patio de recreo de Hollywood. Barcos
como el SS Florida desembarcaban en el Malecón a millonarios sedientos de ron
Bacardí y casinos.
Las cantinas coloniales dieron paso a bares
de estrellas: el Floridita (con su daiquirí helado) atraía a Ernest Hemingway;
el Sloppy Joe’s era parada obligatoria para Clark Gable.
Pero el símbolo máximo fue el cabaret. En
1939, el “Tropicana” estrenó su famoso Arco de Triunfo bajo las estrellas: espectáculos con 200 bailarines, orquestas como la de Arsenio Rodríguez, y un
escenario rodeado de palmeras. “Era la fantasía de un Caribe inventado para turistas”, critica la escritora Ana Cairo.
Mientras la élite bailaba danzones, en barrios
como Cayo Hueso y Jesús María, la rumba y la santería mantenían viva la
herencia afrocubana. Los cabarets de segunda, como Ali Bar o Shanghai Theater
mezclaban prostitución, boxeo y jazz. “Ahí nacía el mambo”, diría Pérez Prado.
La dualidad de una ciudad
La Habana republicana era un espejismo.
Detrás del brillo del Capitolio de La Habana (inspirado en el de Washington) se
escondían barrios sin agua corriente.
Los tabaqueros, aunque sindicalizados,
seguían respirando polvo en talleres sin
ventilación. Y el racismo persistía: en espacios como el Miramar Yacht
Club, los negros solo entraban como músicos o sirvientes.
“La república fue un carnaval para unos
pocos”, resume el historiador Alejandro de la Fuente.
Mientras el Malecón se llenaba de Cadillacs,
en las casas de cuna (bares clandestinos), poetas como Nicolás Guillén
recitaban versos contra la desigualdad.
Epílogo: cuando se apagaron las luces
En 1959, la Revolución cerró los casinos de juego. Las
fábricas de tabaco se estatizaron, y las cantinas coloniales quedaron en el
olvido…hasta que el turismo las redescubrió en la década de 1990.
Hoy, mientras el “Floridita” sigue sirviendo daiquirís, los tabaqueros continúan escuchando lectores que recitan.
La Habana, como un viejo actor, aún
representa su pasado. En sus bares y solares, el eco de las cantinas
revolucionarias y los trompetazos del “Tropicana” se funden en una misma
pregunta: ¿Quién fue más real, la colonia que soñó con ser libre o la república
que soñó con ser moderna? (Gina Picart Baluja. Foto: Cuba Travel)
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