El periódico La Lucha emergió, en La Habana, como una voz fundamental en la historia de Cuba, especialmente durante el turbulento periodo que marcó el nacimiento de la república neocolonial en 1902.
Fundado el 25 de agosto de 1885 por el español Antonio San Miguel Segalá, este diario se consolidó como un actor clave en la formación de la identidad nacional, navegando entre lealtades coloniales, aspiraciones independentistas y las complejidades de la influencia estadounidense.
Segalá, un español con profundo apego a su tierra natal, pero crítico de las políticas coloniales, concibió La Lucha como un medio para abogar por reformas en Cuba, sin romper del todo con España.
Aunque inicialmente buscaba cooperar con la metrópoli, su pluma cáustica denunciaba la corrupción de los funcionarios coloniales y defendía los derechos de los cubanos, lo que lo situó en una posición ambigua entre el reformismo y el independentismo.
Curiosamente, otras fuentes mencionan una publicación homónima de 1882 a 1883 bajo la dirección de Manuel Villanueva, de orientación liberal autonomista, pero esta parece ser una etapa distinta y menos relevante, en comparación con el proyecto de Segalá.
Tras la Guerra del 95 (1895-1898) y la intervención militar estadounidense, La Lucha se adaptó al nuevo contexto republicano. En 1902, con la proclamación de la República, el periódico se posicionó como un órgano bilingüe (español-inglés), reflejando las tensiones entre la soberanía cubana y el poder de Estados Unidos.
Sus lectores incluían a intelectuales nacionalistas y figuras antimperialistas, como Juan Gualberto Gómez y Manuel Sanguily, quienes utilizaron sus páginas para criticar la Enmienda Platt y defender la autodeterminación.
El análisis de su discurso durante esta transición revela una doble intención: por un lado, legitimar el nuevo orden republicano, y por otro, cuestionar la injerencia extranjera.
Por ejemplo, en mayo de 1902, el periódico abordó los desafíos de la soberanía limitada, destacando las luchas internas entre sectores políticos que buscaban consolidar un proyecto nacional auténtico.
Segalá no solo fue un ideólogo, sino también un pionero del periodismo moderno en Cuba. En 1894, introdujo la estereotipia y una rotativa francesa Derrier, revolucionando la producción gráfica.
Para 1904, adquirió máquinas de linotipo y una rotativa Walter Scott, lo que permitió ampliar su tirada y diversificar contenidos, incluyendo secciones de deportes, economía y corresponsalías en Nueva York, Madrid y París.
Esta modernización facilitó que La Lucha se convirtiera en una empresa editora de peso, publicando, además, diarios como La Noche y El Imparcial, y sirviendo como plataforma para figuras como Enrique José Varona y Rafael Montoro, cuyos artículos moldeaban el debate público.
Durante las primeras décadas del siglo XX, el periódico mantuvo una línea editorial que equilibraba el elogio a la cultura española con la defensa de la cubanidad.
Esto se evidenció en su campaña por la “comprensión fraternal” entre españoles y cubanos, un intento de sanar las heridas coloniales.
Sin embargo, su postura frente a Estados Unidos fue más contundente: denunció la ocupación militar (1898-1902) y cuestionó los tratados comerciales que perpetuaban la dependencia económica de Cuba del poderoso vecino del norte.
La Lucha sobrevivió hasta bien entrada la década de 1920, adaptándose a los cambios políticos y sociales.
Bajo la administración de José Hernández Guzmán (desde 1909), el diario expandió su infraestructura y mantuvo su relevancia con 12 páginas diarias de información internacional, crítica cultural y análisis económico.
No obstante, su influencia decayó gradualmente, ante el surgimiento de nuevos medios y la radicalización de las luchas políticas en los años 30.
Más que un simple periódico, La Lucha fue un espejo de las contradicciones de su tiempo: un proyecto fundado por un español que abrazó la causa cubana, un defensor de la república que cuestionó sus límites, y un puente entre tradición y modernidad.
Su archivo hemerográfico sigue siendo hoy una fuente indispensable para entender cómo se construyó —y se narró— la nación cubana en una parte de sus horas decisivas.
(Gina Picart Baluja. Foto: Facebook)
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