¿Por qué si Antonio Maceo y Máximo Gómez fueron igualmente guerreros, el caballo del primero, en el monumento en el parque que lleva su nombre, frente al Hospital Hermanos Ameijeiras, tiene las patas delanteras levantadas, mientras que el del otro patriota, en una de las bocas del Túnel de La Habana, se apoya en sus cuatro extremidades? ¿Por qué si Maceo y Calixto García eran cubanos, Maceo mira a la ciudad desde su altura y Calixto miraba al mar en su desplazado monumento de la calle G?
Cuando el caballo de un
guerrero alza, en su escultura, las patas delanteras, significa que ese
guerrero murió en combate. Si levanta una sola pata, indica que el guerrero
murió a consecuencia de heridas de guerra, pero no en una batalla en sí. Si la
cabalgadura descansa en sus cuatros extremidades, la escultura exterioriza que
el hombre de guerra murió en la cama. Si el personaje representado en una
escultura mira hacia el mar, expone su condición de extranjero. Calixto García,
cubano y holguinero por más señas, miraba en esa dirección en su ya aludido
monumento de Malecón y G. Y lo mismo hace José Miguel Gómez, espirituano, en su
monumento de G y 27. Sucede que ambos fallecieron en el exterior. Calixto en
Washington; José Miguel en Nueva York.
Ernest Hemingway, en la
escultura de José Villa Soberón emplazada en el bar Floridita, se acoda en la
barra como si se dispusiera a beber su daiquiri doble sin azúcar. El Caballero
de Paris, obra del mismo artista, frente al antiguo convento de San Francisco,
prosigue su peregrinar incesante por La Habana. Cubanos y visitantes de otros
países se fotografían a su lado e intercambian con ese personaje de leyenda.
El más demorado
Hay, en esto de los
monumentos habaneros, información que sorprenderá al lector. Desde los que
demoraron más de medio siglo en ejecutarse a monumentos itinerantes que en el
transcurso de los años cambiaron de sitio o posición, sin olvidar otros que ya
no son e incluso algunos que fueron develados por el propio homenajeado.
Entre estos últimos se halla el del presidente Alfredo Zayas. El mandatario quiso, en vida, erigirse un monumento, y lo hizo emplazar en el terreno enmarcado por las calles Monserrate, Zulueta, Colón y Trocadero –el llamado parque Zayas- espacio que ocupa hoy el memorial Granma, al fondo del antiguo Palacio Presidencial, actual Museo de la Revolución. El mismo Zayas lo inauguró el 20 de mayo de 1925, día en que traspasaba el poder a Gerardo Machado.
En su escultura, de 2.5
metros de alto, obra del italiano Vanetti, que se elevaba sobre una plataforma
de mármol de Carrara y una columna de mármol Botticino con relieve y adornos,
para un total de 18 metros de altura, Zayas aparecía de pie, en traje de calle
y con la cabeza descubierta. Con una mano señalaba el Palacio Presidencial,
mientras mantenía la otra en el bolsillo de la chaqueta. Parecía decir: Lo que tengo
aquí, me lo robé de allí.
De los monumentos habaneros
ninguno demoró tanto en concretarse como el de Carlos Manuel de Céspedes, en la
Plaza de Armas. En 1900 surgió la idea de erigir en la capital un monumento al
Padre de la Patria, pero no fue hasta 1919 cuando se votó un crédito de 175 000
pesos para ejecutarlo. Nade se hizo, sin embargo. Nada se haría tampoco en 1932
cuando se dio el nombre del Iniciador a esa plaza. Habría que esperar hasta
1952 cuando con otro crédito, esa vez de 10 000 pesos, se convocó a un concurso
para elegir la obra mejor, erigida al fin en 1955.
Ya para entonces, el historiador Fernando Portuondo, en sus días de director del Instituto de Segunda Enseñanza de La Víbora, había hecho emplazar un busto de Céspedes frente a ese centro docente. Existió asimismo la idea de que el proyecto que alcanzó el tercer premio en el certamen para el monumento a Martí en la Plaza Cívica o de la República (actual Plaza de la Revolución) se transformara para convertirlo en un monumento a Céspedes. Por una decisión arbitraria de Batista, fue aquel tercer premio el que se ejecutó en la Plaza y quedó sin su monumento el Padre de la Patria.
El más antiguo
El monumento más antiguo que
se conserva en La Habana es una pequeña lápida de piedra erigida en memoria de
doña María Cepero, en el mismo lugar donde cayó mortalmente herida, en 1557.
Quiso la mala suerte que la señora, vecina principal de la villa, fuera
alcanzada, de manera casual, por un disparo de arcabuz, mientras rezaba en la
Parroquial Mayor, ubicada donde después se construyó el Palacio de los
Capitanes Generales. Cuando se demolió dicho templo, en 1777, la tarja fue
trasladada a la esquina de Obispo y Oficios, casa solariega de los Cepero, y
allí estuvo hasta que pasó a formar parte de los fondos el Museo Nacional, en
1914. En 1937 la tarja se restituyó a su espacio original, ocupado entonces por
el Ayuntamiento habanero, y allí estuvo hasta encontrar su sitio definitivo.
Otro monumento antiquísimo
es la columna de tres caras que en 1754 se erigió en uno de los extremos de la
actual Plaza de Armas para rememorar la celebración en La Habana de la primera
misa y el primer cabildo, hechos que, dice la tradición, ocurrieron en 1519, a
la sombra de la ceiba que crecía en el mismo lugar.
En 1803, una estatua del rey
Carlos III quedaba emplazada en el paseo llamado entonces de Extramuros, aproximadamente
en el mismo sitio donde se situó después la estatua y fuente de la India,
frente a la Plaza de la Fraternidad Americana, entonces Campo de Marte, hasta
que en 1836 fue trasladada para el comienzo, a la altura de Belascoaín, del
Paseo de Tacón, vía que comenzó a ser conocida popularmente, primero por Paseo
y luego Avenida de Carlos III, nombre que, de tan arraigado, no logra sustituir
el de Salvador Allende, que es el nombre oficial de esa vía.
La Noble Habana
De un lugar a otro anduvo también La Fuente de la India, conocida asimismo como de La Noble Habana. Se erigió originalmente (1837) frente a la puerta Este del Campo de Marte, muy próxima al lugar que hoy ocupa frente a la Plaza de la Fraternidad. En 1841 se movió para el final de la segunda sección de la Alameda del Prado, con lo que quedó prácticamente en el mismo sitio. Estuvo en el Parque Central entre 1863 y 1875, fecha en que volvió a su asentamiento original, pero mirando hacia el Campo de Marte. No fue hasta 1928 cuando se le dio la posición que mantiene en la actualidad.
Itinerantes fueron también
la Fuente de los Leones y la Fuente de Neptuno. La primera se asentó en 1836 en
la plaza adyacente al convento de San Francisco y pasó después al parque de
Trillo, en Centro Habana, y a la Plaza de la Fraternidad antes de volver a su
sitio original. La de Neptuno (1838) se erigió en La Habana y se fue a El
Vedado para terminar volviendo a La Habana. Cerca del castillo de La Punta se
hallaba el monumento a José de la Luz y Caballero que ahora se observa en la
Avenida del Puerto. La columna de la Alameda de Paula se levantó en 1847 en
honor a la Marina española. Ha permanecido siempre en el mismo sitio. También
se movió de su puesto primigenio el monumento a doña Leonor Pérez, madre de José
Martí. Se erigió en 1953, Año del Centenario del Apóstol, en Egido esquina a
Desamparados, a iniciativa de la masonería cubana, y fue trasladado, a
solicitud de la Gran Logia de Cuba, para el parque Víctor Hugo, en El Vedado.
En el ya aludido parque de Trillo se levanta la estatua en bronce del general Quintín Bandera. Ese monumento nunca ha cambiado de lugar. Lo que cambió aquí fue el monumento mismo. El artista cubano Florencio Gelabert ejecutó la obra a solicitud de la Asociación Nacional Cívico Patriótica Mayor General Quintín Bandera, y quedó inaugurada, con la asistencia del doctor Ramón Grau San Martin, Presidente de la Republica, que la develó el 28 de septiembre de 1948.
En esta se apreciaba al
guerrero de pie y con uniforme militar sobre un sencillo pedestal. Pero el
escultor Gelabert quedó insatisfecho con su trabajo. Ya concluido le advirtió
ciertamente algunos defectos y no paró hasta lograr que fuera sustituido por
otro salido de sus propias manos. En la nueva estatua, que es la que se aprecia
hoy en el parque de Trillo, el glorioso mambí aparece en actitud de desenvainar
el machete redentor y cuenta con un basamento mejor que el anterior.
Esta relación dista mucho de agotar el tema. Señalaremos finalmente que hay muy pocas mujeres en la estatuaria habanera. Aparte de los ya mencionados, solo vienen ahora a la mente del cronista los de Mariana Grajales (1935) en El Vedado, y Emilia de Córdoba, en la barriada de la Víbora, además de los bustos que recuerdan a América Arias, esposa de José Miguel, patriota y mujer ejemplar. Y existen un Monumento a la Madre, en Luyanó, y el Alma Mater, en la Universidad habanera.
https://rciudadhabanaoficial.blogspot.com/2024/04/pinceladas-de-historia-en-habanero.html
(Autor: Ciro Bianchi Ross –
Cubadebate)
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