Arquitectura doméstica habanera como espacios de poder y resistencia

Arquitectura doméstica habanera como espacios de poder y resistencia
Foto tomada de Internet 

La Habana colonial fue una ciudad de contrastes: por un lado, las mansiones de los grandes comerciantes y funcionarios; por otro, las casas humildes de artesanos y esclavos libertos. 

La arquitectura doméstica se convirtió en espejo de las jerarquías sociales, pero también en escenario de resistencias silenciosas. Las casas coloniales, con sus patios interiores y balcones de hierro, no eran sólo espacios privados: eran símbolos de poder y control. 

El patio servía como núcleo de la vida familiar, pero también como lugar de vigilancia, donde la servidumbre estaba siempre bajo la mirada del amo.

En el siglo XVIII, las casas principales se levantaban con gruesos muros de piedra y techos de tejas criollas. 

La monumentalidad buscaba transmitir estabilidad y autoridad. Sin embargo, en esos mismos espacios se gestaban prácticas de resistencia: la cocina, por ejemplo, era un lugar donde los saberes africanos y criollos se mezclaban, creando una cultura culinaria que escapaba al control de las élites. 

La arquitectura, entonces, era escenario de contradicción: poder y resistencia convivían bajo el mismo techo.

Con la llegada de la República, la ciudad experimentó una transformación. Cuando la alta y media burguesía habanera emigró primero a Centro Habana y luego a El Vedado, las casas coloniales fueron adaptadas, subdivididas y convertidas en solares. 

Lo que antes había sido mansión de una familia poderosa, se convirtió en hogar compartido por decenas de familias humildes. La arquitectura se resignificó: los balcones se llenaron de ropa tendida, los patios se convirtieron en espacios comunitarios donde se lavaba, sonaban los tambores y se cantaba y bailaba rumba y guaguancó, y las paredes antiguas guardaron nuevas memorias. 

La Habana republicana heredó la monumentalidad colonial, pero la transformó en escenario de vida popular.

La arquitectura doméstica también fue testimonio de aspiraciones. En los barrios emergentes, las casas republicanas buscaban imitar el estilo neoclásico o art déco, mostrando el deseo de modernidad. Sin embargo, la precariedad económica obligaba a soluciones improvisadas: materiales reciclados, ampliaciones informales, adaptaciones creativas. La casa se convirtió en símbolo de lucha cotidiana, donde cada pared levantada era un acto de resistencia frente a la exclusión.

Hoy, mirar la arquitectura doméstica de La Habana es leer un palimpsesto de poder y resistencia. Cada balcón, cada patio, cada fachada cuenta una historia: la del comerciante colonial que buscaba ostentar su riqueza, la del esclavo que cocinaba su memoria en la cocina, la del obrero republicano que compartía un solar con su comunidad. 

La casa habanera es testimonio vivo de una ciudad que aprendió a transformar la opresión en legado.

Por Gina Picart _ Foto tomada de Internet 

SST- JCDT 

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