Origen y esplendor del teatro cubano (III y final)

Se dice que las primeras representaciones dramáticas realizadas en nuestro país se llevaron a cabo a las puertas de la Catedral de La Habana, y lo mismo que en la Europa medieval, consistieron en autos sacramentales, loas y danzas de carácter sacro.

Más tarde, cuando los inquietos capitalinos le tomaron apego al espectáculo de los cómicos, se levantaban tablados de madera al aire libre en el callejón de Jústiz, entre la Plaza de Armas y el mar, para representar allí los muy gustados entremeses.

El 18 de mayo de 1776, se terminó el primer edificio construido en Cuba expresamente con carácter de teatro para ofrecer representaciones a la población, como ya era tradicional en el Viejo Mundo. Se le dio el nombre de Coliseo.

Este inmueble estuvo ubicado frente a la bella Alameda de Paula, recién inaugurada por aquel entonces, y se encontraba entre las calles Acosta, Oficios, Luz y el mencionado paseo.

Concebido por el arquitecto habanero Antonio Fernández Trebejo, fue considerado en su tiempo por los viajeros que andaban de tránsito por la isla como el más hermoso que se le pudiera atribuir a la monarquía española.

El viajero francés Etienne Michel Masse, quien lo visitó después de remozado y ampliado en 1792, llegó a calificarlo como superior a todos los teatros de los Estados Unidos, tanto por su construcción y distribución interior como por la calidad de sus músicos y actores. Como dato curioso, anotamos aquí que su interior, incluido el lunetario, era completamente de madera.

Según los estudios realizados hasta el día de hoy, la primera obra dramática conocida como escrita íntegramente en Cuba fue El príncipe jardinero y fingido Cloridano, comedia de enredos al estilo clásico español, de autor anónimo, aunque se cree que se debe a la pluma del fraile habanero José Rodríguez Uscarres, alias fray Capacho.

Y el primer actor dramático cubano, Francisco Covarrubias, apareció en escena a fines del XVIII. Su verdadera profesión era la de médico cirujano, pero se inició como actor aficionado a los 17 años. Murió septuagenario, después de casi seis décadas de una vida dedicada a las tablas.

Dos siglos y medio más tarde, en 1837 Francisco Martí construyó el teatro Tacón, cuyo costo se estimó entonces en alrededor de un cuarto de millón de dólares, según unos, y para otros la cifra en cuestión ascendió a 400 mil dólares, siendo la obra más costosa de su género en el mundo hasta ese momento. Pero tan astronómica inversión pronto fue recuperada con creces, pues el celebrado teatro se alquilaba en unos 10 mil dólares oro por mes.

Por sus escenarios desfilaron las mejores compañías teatrales y de ópera de Europa y América, y los mejores solistas del mundo, entre ellos Adelaide Ristori y otros divos italianos y franceses de fama internacional.

Las compañías de ópera, en particular, llegaron a ofrecer hasta cuatro funciones por semana ante una nutrida concurrencia entre la que se encontraba todo lo más granado de la sociedad habanera. Testigos presenciales aseguraban que el brillo de las luces en el cielorraso era eclipsado por el titilar de las joyas sobre los escotes de las patricias habaneras.

Pero es en la ciudad de Matanzas, cuyo desarrollo acelerado debido al comercio del azúcar constituía la admiración de todo el que la visitaba, donde se construye un teatro realmente magnífico, el Sauto, obra singular de arquitectura y lujo sin límites, del que se han conservado descripciones de épocas pasadas que muestran vívidamente el brillo y la intensidad de la actividad teatral en Cuba. Así lo describe Dolores María de Ximeno y Cruz, acaudalada patricia matancera, en sus hermosas Memorias:

La sala deslumbradora de artística y gran riqueza, con la frescura de los edificios recién construidos; múltiples bombillas de gas alrededor de los cuatro pisos; la enorme araña en el centro de bronce y cristal centuplicaba la casi claridad diurna (…) las condiciones acústicas inmejorables, pues al igual que La Scala de Milán, posee nuestro teatro este privilegio que lo eleva hasta los primeros del mundo. Los palcos, con sus simétricas divisiones, separan aquella doble hilera de mujeres bellísimas (…) damas majestosas, hermosas doncellas de recatado porte, caballeros correctísimos, y el público de las altas localidades, sugestionado a la vez por el orden, la riqueza, el arte y la hermosura.

Lola María continúa narrando cómo desde el palco de la Presidencia, ubicado en el segundo piso del teatro, el doctor Sauto llevaba el control de la representación, teniendo al alcance de la mano en la barandilla del palco una pequeña campanita que acostumbraba a agitar si el aplauso o el entusiasmo del público excedían los límites de las conveniencias sociales.

Para que se pueda apreciar en todo su esplendor el colmo del refinamiento a que llegaron los teatros de La Habana y Matanzas, véase a continuación la descripción de un palco de lujo en el mencionado teatro Sauto, tomada de la misma fuente:

El palco de mis padres se hallaba situado frente al de la primera autoridad, en el primer piso y con las mismas dimensiones, y tenía un antepalco alfombrado, con paredes tapizadas de tonos claros, y recorriendo los ángulos y perfiles la fina vajilla dorada. La mesa de centro de malaquita sostenía un candelabro de bronce que surgía de la misma mesa, cuyas luces de gas flameaban en blancas bujías imitadas. Canapés de piel verde armonizaban en color con el jaspe de la malaquita, y por asientos, banquetas de todas formas y tamaños allí diseminadas… Un mueble de espejo, ancho, severo, inglés, ocupaba todo un testero, y en él, en pequeñas cestas de plata cubiertas por tejido de fino crochet, los blancos azucarillos o panales, agua helada y del tiempo en preciosas jarras de plata cinceladas, como de hojas de nenúfar; ricas botellas y copas diminutas de Bohemia azul zafiro para el sorbo de licor, y otras mayores de transparente cristal muselina agrupadas en diversas bandejas. En las gavetas del mueble se guardaban los estuches de ricos habanos. Y armonizando con este testero, en otro, una como especie de panoplia, escudo que en el piso descansaba, muy raro, para abrigos y sombreros. Y allá en el palco, fuera en la sala, doble hilera de sillones de rejillas, de alto respaldo para los caballeros, y en la fila delantera otros más pequeños y graciosos para las damas. En la puerta de aquellos gabinetes solíase colocar a algún mestizo joven de la servidumbre de la familia en cuestión, de buena apariencia y bien trajeado con librea y gorra, atento a prestar el más mínimo servicio requerido por los ocupantes del palco o a llevar y traer recados a los palcos vecinos.

Y así terminan estas fugaces pinceladas testimoniales de dos épocas, comienzo y esplendor de un arte que gozó desde sus inicios en nuestra isla del singular y entusiasta favor del público en general, y que prestigió a nuestras tablas con la presencia y actividad de las mejores y más distinguidas figuras del arte mundial de aquellos años, colocando a La Habana y Matanzas entre las primeras ciudades en importancia en el mundo internacional de la cultura y el disfrute del arte más exquisito y refinado. (Gina Picart. Foto: Tripadvisor)

TRABAJO RELACIONADOS:

Origen y esplendor del teatro cubano (I parte)

Origen y esplendor del teatro cubano (II parte)

Publicar un comentario

Gracias por participar

Artículo Anterior Artículo Siguiente