Origen y esplendor del teatro cubano (II parte)

Un breve y sencillo cotejo de fechas puede demostrar que si la villa de San Cristóbal de La Habana fue fundada en su actual emplazamiento en 1519, solo siete años después ya había en ella cabildos y por tanto, ya contaba con ciertas formas teatrales africanas de naturaleza ritual, o sea, teatro ontológico.

No hay que pensar que las diversiones de los negros estuvieran exclusivamente destinadas a los africanos y sus descendientes, al margen de la población blanca, pues, si bien no eran fiestas de blancos, en los arrabales donde vivían los negros libres, tanto dentro como fuera de las murallas, también vivían mestizos y gente blanca de muy bajo nivel de vida.

El intercambio social entre esta población marginal y otras capas superiores se daba a través de los oficios, ya fuera mediante el alquiler de esclavos o el desempeño de los artesanos que prestaban servicios en las casas y palacios de la ciudad.

Y el intercambio de servicios trae indefectiblemente un intercambio cultural. ¿Acaso no fue en un baile de negros donde Leonardo Gamboa, invitado por otros jóvenes patricios, conoció a Cecilia Valdés?

Si bien hasta 1577 hay representaciones de autos sacramentales y misterios en la isla, es en ese mismo año que las Actas del Cabildo habanero reflejan la aparición del primer autor dramático en la capital.

Su nombre fue Juan Pérez de Bragas, y al parecer su composición estaba concebida para ser recitada o declamada y no era una obra tal como las que hoy conocemos.

Luego de ser revisada y aprobada por el Obispo y el señor Teniente, se le pagaron por ella 40 ducados.

Once años más tarde, en 1588, ya las Actas del Cabildo reflejan la existencia de toda una compañía teatral, nada menos que de comedias, género que tan bien se aviene con el legendario carácter chocarrero de los nativos de esta isla.

Se presentaron también en una fiesta del Corpus, pero entonces todavía no se les llamaba actores a sus integrantes, sino farsantes. Se les pagaron 20 ducados, lo que demuestra que, desde su nacimiento en el Nuevo Mundo, el teatro pagó mal a los actores, o por lo menos les pagó menos que al director y al dramaturgo.

El hecho de que se haga mención tan reiteradamente a la fiesta del Corpus se debe a que era, dentro de la liturgia cristiana, la más celebrada por los conquistadores.

Ya en 1597, son mencionados en las Actas Capitulares los entremeses, forma de representación propia del teatro medieval español (recuérdense los populares entremeses de Cervantes), y en 1599 ya se habla de comedias.

Entre estas dos fechas, consta una primera representación teatral de una obra cubana. Conocemos la noticia por una crónica de la época, que data de 1598, donde se explica que dicha obra se debe a los mancebos de la población, quienes han montado la pieza en honor al Gobernador.

Debió de celebrarse la noche de San Juan, y para esa ocasión se mandó a construir una barraca en las cercanías de la fortaleza. La comedia se llamaba Los buenos en el cielo y los malos en el suelo, en la más pura sangre del futuro teatro bufo cubano. Era el primer espectáculo de esta clase ofrecido en la ciudad de La Habana y es fácil comprender que debió atraer como un imán a la población.

La variopinta concurrencia, totalmente desconocedora de la disciplina necesaria a un auditorio teatral, debió aglutinarse dentro de aquella especie de choza gigante, sentándose en las primeras filas la gente principal de la villa, y detrás el pueblo llano. Sudando a mares bajo los paños de indumentarias en nada apropiadas para los rigores del clima, sin mucho oxígeno en el local cerrado y poseídos por la excitación que provoca lo desconocido, aquel grupo se puso a alborotar de lo lindo, y cuando los actores salieron al improvisado escenario y dieron comienzo a la representación, la gente siguió hablando y comentando en voz alta y nadie quería callarse.

El señor Gobernador Juan Maldonado Barnuevo, cansado de agitar inútilmente su campanilla admonitoria, tuvo al fin que erguirse en toda su estatura y requerir a los vocingleros, amenazándolos rudamente con enviarlos al cepo si no volvían prestamente al orden y concierto necesarios. A pesar de la euforia y la exaltación reinantes en el lugar, la representación siguió su curso y se extendió hasta después de media noche.

Según documentos de la época, el espectáculo gustó tanto que aquel respetable público volvió a irrumpir en vivas manifestaciones de entusiasmo que se acompañaban de pataleos y griteríos, exigiendo briosamente que se repitiera la representación. Los actores, sintiéndose quizás presionados por la voluntad de diversión de los presentes, y juzgando la Autoridad poco recomendable llevar la contraria a semejante público, accedieron a la demanda y todo el mundo permaneció dentro de la barraca hasta las primeras luces del alba, con gran júbilo y contento de los espectadores.

Se dice, sin embargo que esta noticia no es verídica por haber en ella ciertos datos anacrónicos, como por ejemplo, el hecho que las representaciones se hiciesen de noche, ya que no era esto lo acostumbrado ni siquiera en Europa, donde solo comenzaron a ofrecerse representaciones nocturnas a mediados del XVIII. Sin embargo, reflexionando sobre este punto, se me ocurre pensar que tal vez los habaneros prefirieran presenciar aquella representación con el sol en retirada debido a los calores que siempre han agobiado a la villa cristobalense. ¿Podrá saberse de cierto alguna vez? (Gina Picart)

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