Historia de la Macorina cubana (II) (+ fotos y video)

María Calvo Nodarse, más conocida como La Macorina, se mantuvo activa como hembra galante hasta 1934, y la cosecha que le rindió su oficio no fue desdeñable.

Llegó a tener cuatro mansiones lujosas, si se ha de creer a los cronistas de entonces y a ella misma y sus amigos: una en Calzada y B, otra en Línea y B, otra en Habana y Compostela y una más en San Miguel entre Belascoaín y Gervasio.

Fue dueña de valiosos caballos de carrera, atesoró pieles costosísimas y una considerable cantidad de joyas, según testigos, de incalculable valor.

Nunca abandonó su pasión por el automovilismo y llegó a tener nueve vehículos, casi todos de marcas europeas, sus preferidas.

Hay quienes aseguran que su tren mensual de vida alcanzaba la nada despreciable cifra de dos mil pesos, y eso, en los años 20, era una auténtica y respetable fortuna. Piénsese que, según los tasadores, todas las joyas que Juan de Pedro Baró obsequió en vida a su amadísima esposa Catalina Lasa, y con las cuales se dice que la enterró, ascendían a un monto de cinco mil pesos oro. Habría que indagar más en las equivalencias monetarias, pero, de cualquier modo, La Macorina manejó mucho dinero.

Sería ocioso intentar esclarecer la larga lista de sus amantes. Solo habría que mirar hacia las filas masculinas de la alta burguesía, la aristocracia, el comercio y hasta de la política, pues ni los presidentes escaparon a su seducción, y créanme que cualquier chica no hubiera podido robarle el corazón al rudo José Miguel Gómez, a quien llamaban Tiburón, un señor que no se andaba con escrúpulos, y quienes no lo crean, que pregunte, a los muertos del partido de Los Independientes de Color.

Dicen que su apodo de Macorina, que ella detestaba, nació cuando paseaba una noche por la famosa Acera del Louvre, donde se reunía lo más granado de la joven sociedad habanera, y uno de aquellos jovenzuelos ricachones, beodo, exclamó desde su mesa al verla pasar: “¡Ahí va la Macorina!”. Alguien, tal vez él mismo al día siguiente, libre ya de la resaca, aclaró que, en realidad, había querido decir La Fornarina, apodo que por aquellos días daban los habaneros a María Consuelo Bello, famosa cupletista española muy aclamada en la escena cubana. Tal vez haya que admitir la posibilidad de que el joven incontinenti hubiera querido comparar la belleza de María con aquella de la muy mentada Fornarina.

La crisis económica que provocó la arribazón de las Vacas Flacas al panorama nacional, coincidió con que María doblaba en ese momento el proceloso cabo de los 40. Como suele suceder en esa clase de vida, ella terminó como Cora Pearl, Cleo de Merode, Emilianne de Alenzon y otras bellezas, quienes, al apagarse, tuvieron que recurrir a la venta de sus posesiones, sus joyas y sus pieles, y terminó, dicen, recogida en un cuartito de cierta familia amiga, pobre y modestísima, sin que sus antiguos protectores y amantes acudieran a sus frecuentes llamados de auxilio.

Otras versiones de sus últimos años hablan de que llegó a regentar burdeles, y así aparece en una novela de Miguel de Carrión, convertida en el personaje de La Aviadora. Murió en La Habana el 15 de junio de 1977.

María Nodarse, contra su voluntad alias La Macorina, dejó una huella indeleble en la memoria de los cubanos, y no solo en la pintura, donde, como ya dije. la inmortalizó Cundo Bermúdez en 1978, sino también en la poesía y en la música.

Dicen que el poeta español Alfonso Camín, exiliado en La Habana por causa de la Guerra Civil Española, le dedicó este hermoso poema:

Tus pies dejaban la estera/ Y se escapaba tu saya/ Buscando la guardarraya/ Que al ver tu talle tan fino/ Las cañas azucareras / Se echaban por el camino/ Para que tú las molieras/ Como si fueras molino. / Ponme la mano aquí, Macorina / Que me muero, Macorina, / Ponme la mano aquí, Macorina, / Que me duele, Macorina. /Tus senos, carne de anón, /Tu boca una bendición /De guanábana madura, /Y era tu fina cintura /La misma de aquel danzón /Caliente de aquel danzón. /Ponme la mano aquí, Macorina / Que me muero, Macorina, / Ponme la mano aquí, Macorina,/ Que me duele, Macorina./ Después el amanecer /Que de mis brazos te lleva, /Y yo sin saber qué hacer/ De aquel olor a mujer, / A mango y a caña nueva /Con que me llenaste el son/ Caliente de aquel danzón.

Esta versión del poema de Camín la he bajado de Internet, por lo que no puedo afirmar que sea literal. Desgraciadamente no poseo, ni creo se haya publicado en Cuba, ninguna edición de la obra de este autor en el último medio siglo.

De cualquier modo, la atenta lectura de estos versos sugiere un grado de intimidad entre Camín y María que rebasaría los límites de una mera amistad, y habla sin rodeos de una pasión turbulenta por el poeta, quien tuvo fama de adorador del género femenino cubano.

También quedó para la Historia la letra de un danzón, cantado por Abelardo Barroso, con acompañamiento de la orquesta Sensación, cuya autoría aún hoy no ha sido definitivamente esclarecida. El discurso dista mucho del empaque y lirismo del poema de Camín:

Ponme la mano aquí Macorina./ Ponme la mano aquí. / Pon, pon, pon… /Yo conozco una vecina/ Que me tiene alborotao./ Me enteré que en los saraos /Le llaman la Macorina./ Ponme la mano aquí, Macorina/ Que me muero, Macorina./ Ponme la mano aquí, Macorina/ Que estoy loco, Macorina. /Ella gasta gasolina/ En su carro colorao/ y sigue con el tumbao/ Que ella es la gran Macorina. /Ponme la mano aquí, Macorina /Que me muero, Macorina./ Ponme la mano aquí, Macorina, /Que me duele, Macorina. /Allá va la Macorina /En su carro colorao /Ella va pa’ los saraos /Con su tremendo tumbao /Le dicen la Macorina./ Con su carro colorao,/ Colorao…. /Pon, pon, pon… /Ponme la mano aquí, / Macorina./Ponme la mano aquí. / Pon, pon, pon…

Afortunadamente, cuando la célebre cantante mexicana Chabela Vargas, intérprete de melodías tan conocidas como La llorona, Volver, volver, Los ejes de mi carreta, Cuando tú te hayas ido, Santa (de Agustín Lara) y de muchas otras piezas antológicas, decidió hacer un arreglo musical sobre el tema de La Macorina para incorporarlo a su repertorio, eligió el poema de Camín.

Chabela había llevado una vida tumultuosa y llena de escándalos. Una vez, durante una de sus actuaciones, disparó sobre el público; sus amantes se salvaban por poco de sus ataques de ira y de celos, y hasta se dice que, por divertirse, ella robaba a la gente montada a caballo en la calle Insurgentes de la capital mexicana.

Llegó a ser apodada Chabela Pistolas. Le gustaba subir a los escenarios vistiendo poncho y pantalón, y ya en su ancianidad reconoció públicamente su homosexualidad.

¿Vino a Cuba alguna vez, como tantos cantantes mexicanos hicieron en aquellos años? ¿Conoció en La Habana a La Macorina? ¿Existió entre ellas un romance…? Ni Ciro Bianchi, maestro de la crónica periodística cubana, ha podido darme información al respecto.

¿Por qué se interesó Chabela Vargas en cantar el poema de Alfonso Camín…? Un periodista le preguntó muchos años después del estreno:

“Dicen que usted fue la primera mujer que le cantó una canción de amor a otra mujer. ¿Qué precio pagó por su forma de llamar al pan, pan? ¿Con la Macorina, por ejemplo?”.

Y Chabela respondió:

“El arreglo de la Macorina es mío. Es una canción del siglo XVII; la prohibieron en tiempos de la Colonia, porque consideraban indecente decir ponme la mano aquí. A mí también me lo prohibieron. A los niños les apagaban el tocadiscos cuando llegaban a las casas.” (Gina Picart)

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