El café: de satanizado a deseado (II parte)

¿Cómo pasó el café de Arabia y Turquía a Europa? A través de Italia, concretamente de las poderosas ciudades marítimas de Génova y Venecia, que mantenían importantes relaciones comerciales con el imperio otomano.

Un dato curioso es que, en estas ciudades tan cosmopolitas, al principio la Iglesia católica condenó el café como una bebida procedente de Satán, que incitaba a la comisión de todo tipo de pecados.

Lo mismo ocurriría siglos después en Suecia y en la propia Turquía, donde los opositores del sultán se reunían en los cafés para conspirar. El partido de Los Jóvenes Turcos, liderados por Mustafá Kemal Attaturk, también lo hizo. Puede decirse que el café derrocó al imperio otomano.

¿Y cómo llegó el café al Nuevo Mundo? Pues en 1689, y no fue por ningún territorio de la Corona española, tan históricamente ligada a la cultura árabe después de ocho siglos de ocupación musulmana y la existencia de Al-Ándaluz, sede cultural más importante de Occidente en su época, sino por las Trece Colonias, hijas de Inglaterra, el país más bebedor de té del hemisferio occidental.

Los ingleses, colonialistas de pura cepa, imponían altos gravámenes a las importaciones de té de sus trece colonias norteamericanas, hasta que los colonos se revelaron y lanzaron los cargamentos de té al mar. Sucedió en la ciudad de Boston, y la conspiración para llevar a cabo el motín fue preparada nada menos que en la primera cafetería abierta en esa ciudad, que respondía al raro nombre de El Dragón Verde.

En todas las mitologías, están presentes los dragones: los hay rojos, negros, plateados, dorados, pero ¿verdes…? ¿Por qué será que suena a alquimia…?

Por esa época, los holandeses ya cultivaban café en sus colonias, y entre los obsequios que una embajada de ese país ofreció al rey Luis XIV, de Francia, se encontraban algunas plantas de café que el rey ordenó sembrar en los invernaderos reales, con intención de enviarlas más tarde a su colonia de Martinica.

Se dice que, en 1714, el capitán de infantería Gabriel Mathieu de Clieu ocultó un esqueje de una de aquellas plantas y lo llevó a la colonia de Saint Domingue, nombre que en aquel tiempo recibía la isla caribeña que más tarde se dividió en Haití y Santo Domingo. (Gina Picart)

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