Andrew Lloyd Webber quería actores que fuesen capaces de cantar las muy difíciles 25 canciones compuestas por Charles Hart, y la partitura sinfónica que él había creado.
Gerard Butler, aun con su voz de tenor, no era, sin embargo, un cantante lírico; hasta el momento de su actuación en la película, solo había cantado con bandas de rock.
En su interpretación del Fantasma, Butler, actor de teatro y cine, demostró que su temperamento era capaz de responder a las exigencias dramáticas del personaje, de muy altas cotas en verdad, y que su voz, con una expresividad intensa, algo salvaje e impregnada de un erotismo inquietante y una oscura atracción, podía trasmitir un amplio registro de matices emocionales.
Cuando Lloyd Webber decidió que la película fuera doblada al español, francés, alemán e italiano, volvió a surgir el conflicto: los nuevos Fantasmas no podían desmerecer de la creación de Butler.
En España, el doblaje fue realizado por los mismos actores que habían protagonizado el musical en Madrid, con Juan Carlos Barona en el rol principal. En una entrevista, Barona describe el proceso de trabajo:
Fueron audiciones ciegas; para los que hacían la selección en Londres cada uno de los que participamos éramos un número, ellos solo escuchaban la voz y la manera en que se adaptaba a la personalidad y los labios del personaje, en realidad no hacía falta más. Entonces yo no sabía doblar, pero me dirigieron muy bien. […] El musical es una franquicia, así que la preparación del personaje está muy mecanizada, lo que buscan es que lo hagas lo más parecido posible al que lo está haciendo en Broadway o en el West End. Los americanos, además, son grandes trabajadores pero muy fríos, lo pasé realmente mal tratando de gustarles… No parecía interesarles mucho la propuesta personal del actor, querían que fuésemos dóciles como la plastilina. Yo lo fui, pero luego traté de crecer en el escenario día a día, escuchando al personaje desde dentro, reaccionando a las escenas con la mayor verdad posible.
La hermosa y viril voz de Barona salvó los posibles escollos del doblaje y, en ocasiones, aportó aún más violencia, erotismo, pasión y crueldad a la proyección psicológica del personaje creado por Butler.
Pero… todos los recursos empleados en el rodaje, el magnífico casting con su química mágica entre el trío protagónico (¡ese morbo casi insoportable que brota de la pareja Butler/Rossum!), la música sensacional de Lloyd Webber con sus letras de fulgurante y trágica emocionalidad, secuencias de impactante belleza, como las de la gruta del Fantasma, el cementerio, la coreografía del ballet Mascarada, el circo de los gitanos y la genial ópera Don Juan triunfante, escrita por el propio Fantasma y puesta en escena por la compañía teatral de la Ópera…, todo eso pudo cristalizar en una película histórica de factura memorable y uno de los mejores musicales de la historia del cine, pero no basta para explicar un hecho cultural que arranca las más apasionadas expresiones de elogio y deja un recuerdo tenaz y henchido de nostalgia que, una vez vista la película, persiste en la memoria del espectador como una imagen grabada en la retina que provoca interminables resonancias.
¿No habría algo más, una especie de raíz subliminal obrando en niveles profundos de conciencia, arraigada en una tierra fértil repleta de latencias, una razón que dialogue con la sensibilidad del receptor más allá de la atención alerta y la vigilia…? (Gina Picart)