Ballet Español de Cuba: un momento para la memoria (+ video)

Hace muchos años conocí a Eduardo Veitía, director del Ballet Español de Cuba, porque fui a entrevistarlo para la web de Radio Metropolitana.

Me encontré frente a frente con una persona cordial, amable, paciente, que me atendió en pulóver y mallas porque estaba en medio de un ensayo, que dejó para recibirme en la que era, por aquel entonces, su oficina en el Gran Teatro de La Habana.

De esa entrevista no guardo copia. La radio, aún la web de una emisora con lo que tiene en común con la prensa plana, es efímera y pasa como los remolinos del viento, casi siempre sin dejar huella. De aquella época sobrevivieron en mi poder solo unas cuantas entrevistas que hoy conforman un libro inédito, pero aquella…, aquella no.

Desde entonces fui con frecuencia al Gran Teatro a presenciar los ensayos. Descendiente como soy de catalanes, gallegos y canarios, siempre me ha emocionado cualquier señal de que nuestras raíces hispanas siguen vivas. Incluso, matriculé a mi hijita, entonces de unos seis años, en una escuela de bailes españoles que pertenecía a la Sociedad de Los Hijos de La Lin, de la que eran miembros mi madre y sus hermanos.

Fue muy hermoso buscar una tela roja con lunares para coserle a mi pequeña una falda con volantes, buscar unos zapatos de carácter que se ajustaran a su pie y sobre todo una peineta, que nunca apareció, aunque la mantilla fue más fácil, porque yo conservaba la de encajes que había usado en mi primera comunión. Cuando la vi vestida para salir a escena, la emoción me dejó sin palabras.

Era una época de renacimiento de los bailes españoles, un revival, como dicen los irlandeses, vocablo que se nos hizo familiar cuando ese pueblo resucitó las danzas tradicionales celtas que tan gustadas fueron en todo el mundo.

Muchas de nuestras niñas querían pertenecer a alguna sociedad española y querían bailar, pero lo más inspirador fue que todas las razas, hasta niñas y niños chino descendientes, taconeaban con fervor sobre los tablados, haciendo realidad la definición del gran etnólogo cubano don Fernando Ortíz: “Cuba es un ajiaco”, crisol de razas y culturas, todo mezclado, san Berenito, todo mezclado.

Pero de aquello hace ya muchos años. Ahora el reguetón ha desplazado a una gran parte de nuestra cultura nacional, al crisol que nos define. Algunos dicen que es música, pero mala, y otros niegan que sea más que un conjunto de ruidos con ritmo y letras soeces, misóginas y marginales, pero lo cierto es que no se va, no cede el lugar a otras manifestaciones de la cultura, sino que permanece con una tozudez viciosa y lamentable, como si su propósito manifiesto fuera hacer la guerra a los mejores valores de una sociedad sana.

Hoy he querido hacer una concesión a mi nostalgia, no porque ya no existan bailes españoles en Cuba, que tenemos más de una compañía y todas de calidad, sino porque el baile español ha quedado como un producto cultural que interesa a pocos, un pintoresquismo para turismo y muy mermadas minorías nacionales, y aunque estas compañías danzarias sigan llenando nuestros teatros ya no son cosa popular, cosa viva, sino un arte poco menos que de vitrina.

Ballet Español de Cuba, Ballet Lizt Alfonso… Dos Guerras de Independencia contra el colonialismo español no bastaron, ni por un instante, para hacer nacer en los corazones de los criollos odio hacia la Madre Patria. De Martí lo aprendimos. Somos una sola sangre, y deberíamos, también, ser una sola memoria. (Gina Picart Baluja. Foto: Ministerio de Cultura de Cuba)



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