Los dramatizados televisivos cubanos se han caracterizado durante mucho tiempo por un “respeto” exacerbado –que muchos llamarían acomodamiento– a los géneros y formatos dramáticos más tradicionales en las parrillas.
Las mismas fórmulas y búsquedas artísticas, junto a
criterios anquilosados de cómo hacer un audiovisual, han terminado viciando los
contenidos y desplazando el gusto popular hacia propuestas internacionales
favorecidas por mejores empaques y novedosos discursos.
El formato serie en Cuba es aún un camino representacional
estrecho, impreciso, carente de seguimiento y de miradas mucho más
comprometidas con el país que somos. Por tal razón, es muy fácil reconocer
cuando una obra se propone y logra marcar rupturas en un género determinado. Es
entonces cuando las audiencias responden a los cambios y conectan con la
propuesta.
No es un secreto para nadie que Calendario ha significado un antes y un después en la creación de series juveniles. La pertinencia y honestidad de las historias, acompañada de una buena factura y un riguroso trabajo con la estructura dramática, la convierten en un producto redondo, sin costuras, con una habilidad comunicacional increíble y una notable vocación formativa.
La serie tuvo a bien en su primera temporada, tomar prestado fórmulas y modos de hacer de series extranjeras contemporáneas, en el que la apertura de los conflictos permite al guionista y los realizadores pensar en la continuidad como un recurso expresivo más.
La continuidad de Calendario resultó ser una segunda
temporada que no traiciona las esencias de la primera, pero que da un paso más
allá, abordando con madurez ciertos temas y reconfigurando la estructura
inicial.
Esta vez la obra se siente mucho más coral; hay un
seguimiento orgánico de las subtramas, preocupadas por aportar nuevos colores a
los personajes ya conocidos. Amalia
es ahora una profesora más segura de sus habilidades como docente, pero llena
de decepciones relacionadas al amor, que la hacen desconfiar, estar alerta.
Como ella, los protagonistas adolescentes que permanecen en
la trama han dado un giro de 180 grados en relación con la temporada anterior.
Casos
como el de Inés y Leonardo son ejemplos claros de una trasformación abismal de
sus arcos, para así discursar de temas que no por menos tratados, resultan
ajenos a nuestra sociedad. El abuso sexual a niñas y adolescentes, el consumo
de drogas, la prostitución masculina y las relaciones de pareja abiertas son
algunos de los nuevos tópicos tratados con mucho tino en esta segunda entrega.
Amílcar Salatti esta vez es más conciso en los diálogos, más
directo. Son demasiados los conflictos puestos en el tintero, por ende, la
agilidad de las peripecias y la síntesis narrativa deben ir de la mano para no
perder la atención de los públicos, menos pacientes y habituados a los regodeos
que en décadas anteriores.
Pese a notables cambios en la narrativa audiovisual, Calendario conserva el mismo regusto luminoso y esperanzador que le ganó el favor del público el año pasado; esto se debe en gran medida a la rigurosa puesta en pantalla, concebida por la directora general del proyecto, Magda González Grau.
Magda comprende que historias, por momentos escabrosas,
requieren un tratamiento más amable desde lo visual; es retratar la realidad
desde la franqueza, pero también desde lo hermoso. Las diferentes
especialidades técnicas redondean con su trabajo los objetivos que persiguen,
tanto el guionista como la experimentada realizadora.
Ana María González es quien asume en esta ocasión la
dirección de fotografía, respetando la amabilidad en el tratamiento de los
planos, pero desaprovecha las posibilidades de los paisajes naturales y los
exteriores. Es mucho más efectiva su concepción de los interiores, auxiliándose
de un inteligente diseño de luces.
Nuevamente Lilmara Cruz Pavón se hace cargo de la edición,
traduciendo el ritmo interno del guion de Salatti, mucho más conciso y
trepidante. Las cortinas animadas entre escenas continúan redondeando la
efectividad de tan interesante montaje.
Israel Estrabao en el diseño escenográfico, caracteriza con mucho acierto los modos de vidas de los personajes protagónicos y sus familias. Cada mueble, cuadro colgado, cortina o mancha en la pared, están hablando desde otros presupuestos, sobre quiénes son estas criaturas.
El elenco actoral
vuelve a ser de excelencia, liderados por una Clarita García cada día más
conocedora de las motivaciones internas de su personaje. Su Amalia viene
con más miedos e inseguridades, que son interpretadas por la actriz desde la
sutileza gestual, los silencios y las transiciones.
La incorporación al elenco de actores de la talla de
Jacqueline Arenal, Natasha Díaz, Yaremis Pérez o Roberto Perdomo, no hace más
que aportar intensidades y buenos enfrentamientos histriónicos para el
lucimiento de los jóvenes protagonistas. En tal sentido, es muy meritorio que
actores noveles, como Jomy Marull, Jennifer Pupo, Ignacio Hernández y Karla
Santos, se hayan insertado de manera tan fluida en las dinámicas de este grupo
de preuniversitario que da continuidad a las peripecias del 9no. 3 de la temporada
pasada.
Calendario reconectó en muy pocas semanas con el público
cubano; lo hizo desde la sinceridad, la búsqueda de los problemas que nos
afectan como sociedad y el interés de aportar un mensaje esperanzador y
luminoso. Tal logro nos sigue hablando del antes y el después en un género
complejo, demandante y poco dado a complacer a todas las audiencias. (Portal
de la TVCubana)