Un gato negro en La Habana, pero… tuerto (+ fotos y video)


De no ser por la imagen del gato tuerto que anuncia la entrada al bar-restaurante habanero de la calle O entre 17 y 19, de El Vedado, el paseante podría seguir de largo sin que llamara su atención el inmueble que alberga el famoso club nocturno.

Se trata de un emblema de la noche citadina, aunque no sea tan despampanante como Tropicana, sino íntimo y con glamour, aunque sin excesos.

Propiedad de un asturiano infatigable, el Gato Tuerto era, desde su fundación el 31 de agosto de 1960, uno de los dos bares que permanecían abiertos en La Habana durante 24 horas.

Sus frecuentadores podían participar en un singular concurso de copas caracterizado por una simpática particularidad: cada participante debía llevar su propia copa y concursar, valiéndose de ella.

El dueño acompañaba a la concurrencia con largos solos de trompeta que, con el tiempo, comenzaron a atraer al club a músicos populares, y más tarde a toda clase de artistas.

Fue la llegada del impresor y animador cultural Félix Ayón, amigo de toda la bohemia artística de Cuba, el suceso que hizo del Gato Tuerto lo que llegó a ser: un lugar de encuentro para toda la intelectualidad habanera y un sitio selecto, elegante y dinámico donde la cultura reinaba sobre todas las cosas.

De él, ha escrito Rosa Ileana Boudet:

No es extraño que exista una Félix Ayón Collection y tampoco sería raro que en ella estuviera una obra temprana o desconocida de Lam. Felito Ayón tenía muchísimas obras (Lam, Portocarrero, Consuegra) algo más que una colección y hasta varios Carlos Enríquez colgados en su cocina. Quizás el último de los bohemios, fue uno de los más generosos, recordables y simpáticos personajes de la vida cubana, al que Pablo Milanés dedica «Queridos muertos» y Emiliano Salvador uno de sus discos. Hoy que se habla de una colección Félix Ayón, (dónde si no en PD) creo recordar que la casa estaba en la calle Ermita o cerca, en la zona aledaña a la Plaza de la Revolución, se entraba por la cocina y muchas veces se permanecía allí con los olores y los condimentos de una gran sopa. Felito, gran anfitrión, invitaba y recibía en los malos tiempos, con la misma gracia que en su mejor época y en la sala de su casa, en los setenta, oí a Juan Formell mientras se pasaban de mano en mano caricaturas de Guerrero y Felito servía su manjar de «frijoles dormidos». En sus tertulias se oyó — según me contaron– muchísimo filín y en su mullido sofá durmieron más de una vez maridos agraviados, noctámbulos y amigos con algunos tragos de más. Felito era un cultivador de la amistad. Inventor de La Bodeguita del Medio y amigo de Nicolás Guillén, en su imprenta — cercana al restaurante– se editó Elegía a Jesús Menéndez (1951) en papel de bagazo como tres años antes su Elegía a Jacques Roumain. Después, también inventó el Gato Tuerto, más conocido ahora como el gato minusválido

La casona fue remozada y reinaugurada aquel 31 de agosto de 1960. Ya para entonces se celebraban allí las famosas “descargas” que dieron lugar a ese género musical tan sentimental conocido como feeling.

Esa noche, Felito Ayón declaró a la prensa: “Las intenciones de este club son las de crear una tertulia de amor y dicha”. Su gestión convirtió al Gato Tuerto en un café-concert, donde se vendían al público discos, libros, obras de arte, se organizaban lecturas de poesía y otras iniciativas que promovían el lugar, al tiempo que lo convertían en un emporio de difusión cultural y artística muy interesante y útil para la sociedad.

Hasta se llegó a crear un sello discográfico con el nombre de Gato Tuerto, bajo el cual se puso a la venta el primer disco de poemas de Nicolás Guillén.

“En la planta baja de la casona -escribe Fermín Romero- primaría un ambiente oscuro, con sus paredes cubiertas de espejos, una larga barra y una pequeña plataforma para trovadores, pianistas, cantantes y artistas”.

El coctel insignia del club llevaba el pintoresco nombre de El Orgasmo del Gato, elaborado a base de whisky, cremas y cacao.

En el piso alto, estaría el restaurante, con sus paredes decoradas con obras de grandes artistas cubanos de la plástica, como Amelia Peláez, Acosta León, Mariano Rodríguez y otros.

El arquitecto Mario Romañach creó el logo del local a partir de círculos que, al entrelazarse, conforman la cara de un gato con un ojo tapado al estilo pirata.

Felix Ayón fue muy sagaz, al combinar la ubicación del nuevo club en una zona moderna de El Vedado (que él llamaba “vanguardista”, en contraste con la zona más antigua), con la presentación de artistas entonces de moda en la capital: Elena Burke, Omara Portuondo, Moraima Secada, Cesar Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Frank Emilio Flynn, Las Capellas, Frank Domínguez, Gina León y otros intérpretes.

El Gato Tuerto dio también acogida al más importante de los géneros musicales modernos dedicados al amor: el bolero.

En 2001, el club promovió un concurso de cinco días de duración, en el cual se cantó lo que ha sido calificado como el bolero más largo del mundo. Duró 76 horas, sin interrupción, y participaron en él 498 cantantes.

Durante esta hazaña vocalista descomunal sin precedentes, se cantaron dos mil 175 canciones, y todo ello implantó un record Guinnes.

En sus buenos tiempos, el Gato Tuerto, frecuentado por intelectuales de la talla de Virgilio Piñera, Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández, Tomás Gutiérrez Alea y otros muchos nombres de lo más granado en el mundo de la inteligentzia cubana de los años 60, con sus tertulias animadas por el irremplazable Ayón y su aura de capilla cultural, se desempeñó como digno sucesor -en versión caribeña y tercermundista- de sus antecesores parisino y barcelonés.

Hoy, a pesar de las iniciativas comerciales para promocionar el local, con su ubicación muy provechosa para el turismo, aquella primitiva aura chic, ilustrada, casi de fraternidad secreta de artistas, se ha esfumado y queda en su lugar un remedo artificioso del pasado que no vuelve, por parodiar un poco el título de un filme tremendamente melodramático de las primeras décadas del siglo anterior.

A pesar de ello, la simple existencia del Gato Tuerto en esa calle de El Vedado que desciende silenciosa hacia el mar, con la imagen icónica de su gato, iluminada en la noche, inscribe al Gato Tuerto de La Habana, junto con el Au Chat Noir, de Bruselas, el café Le Chat Noir, de Corfú, Grecia, el café El Gato Negro, de Buenos Aires, y otros, en la larga lista de establecimientos internacionales dedicados al placer y el goce de la noche.

Nuestro Gato no tendrá ya su antiguo swing, pero posee al menos -¿quién lo duda?- un ilustre pedigree. (Gina Picart Baluja. Fotos tomadas de Internet)


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