Todos coinciden en que Fidel Castro Ruz era un líder mundial, la voz más autorizada e influyente de los pueblos del llamado Tercer Mundo y un enemigo respetado y temido por el imperialismo norteamericano. Para los cubanos era sencillamente nuestro Comandante en Jefe.
Muchos libros y
artículos se han publicado sobre quien es considerado por muchos una de las
figuras más descollantes del siglo XX, y no pocos han intentado descubrir las
claves de su indiscutible liderazgo en Cuba, en América Latina, el Caribe y en
el mundo.
Tal vez buscan en vano, porque Fidel no seguía un patrón,
era, sencillamente, Fidel.
Entre los cubanos, que lo conocimos y vimos de cerca,
algunos se preguntaron alguna vez el porqué de su magnetismo, capaz de mantener
de pie durante sus discursos en la Plaza de la Revolución a más de un millón de
personas por varias horas y con un entusiasmo creciente, sin muestras de
aburrimiento o cansancio y, coreando combativas consignas.
Es que Fidel y el pueblo eran uno solo. La gente se
identificaba con él, y este, durante toda su vida, respondió siempre a los
intereses e inquietudes del pueblo, de su pueblo.
En sus habituales
visitas a fábricas y cooperativas -en su conocido jeep militar-, comía en
comedores obreros, criticaba lo mal hecho y estimulaba los buenos ejemplos.
Algunos dijeron que, en su voz, habitual durante muchos años
con varios discursos cada día, estaba el secreto. Para muchos era conocimiento
convertido en sonido, que hacía fácil entender lo difícil, o el aliento que
penetraba en los oídos y se convertía en energía para enfrentar las
dificultades de la vida diaria, que desde el triunfo fueron parte de una
batalla por la supervivencia de la Revolución frente a un enemigo poderoso.
Otros, cuando lo veían, se impresionaban por su altura, su
sencillez, casi siempre con el mismo uniforme verde olivo; por su vitalidad,
que la edad pudo disminuir, pero nunca eliminar, y por lo imprevisible de un
comportamiento que muchas veces ponía en aprietos a su escolta, al bajarse del
jeep o del auto para hablar con un grupo de personas.
Así pasó en los duros años del periodo especial (crisis
económica en Cuba en los años 90), cuando un nutrido grupo de personas se
congregó en el Malecón habanero, instigado y llamado al desorden y la
violencia. Sin embargo, allí llegó Fidel con su escolta, desarmados, y pasó lo
impensable: tras un momento de asombro, la muchedumbre congregada, otrora
agitada y violenta, comenzó a aplaudirlo y a corear su nombre, a escuchar lo
que quería decirles de que confiaran en la Revolución, y todo volvió a la
normalidad. Ese era Fidel; recordando una frase del gran poeta español, “no os
asombréis de nada”.
Si hubiera que destacar un sentimiento que despertaba Fidel,
habría que subrayar la mezcla de confianza, valentía, optimismo y respeto.
Confianza en el hombre que fue capaz de poner en peligro el
desembarco del yate Granma, al retrasarlo varias horas dando vueltas en el mar,
porque la Revolución nunca abandona a uno de sus combatientes.
Valentía, no solo para organizar el asalto al Cuartel
Moncada con un puñado de hombres, o para enfrentar y derrotar en la Sierra
Maestra a un Ejército armado, financiado y entrenado por Estados Unidos; o para
reconocer el fracaso de la llamada Zafra
de los diez millones, proclamando que al pueblo hay que decirle siempre la
verdad por dura que fuese, sino también para enfrentarse directamente a las
autoridades de Washington durante la Crisis de Octubre, con su pueblo dispuesto
a inmolarse en defensa de su soberanía e independencia.
Optimismo, porque
Fidel siempre fue capaz de infundir al pueblo la esperanza de un futuro mejor,
sin mentirle sobre las dificultades que había que vencer para llegar a ello,
pero estimulando a los vanguardias de distintos sectores sociales en esa
heroica lucha, aplicando sanciones ejemplarizantes a quienes pretendieron
lucrar con los recursos del pueblo, y sustituyendo a quienes fueron incapaces
de lograr una gestión eficiente.
Respeto, porque al verlo aparecer en cualquier lugar, su
figura iba precedida de su historia, de la verticalidad de pensamiento desde su
vida estudiantil, porque logró cumplir el programa del Moncada, aplicar la
Reforma Agraria, comenzar a resolver el agudo problema de la vivienda, dar los
primeros pasos para industrializar el país, eliminar el analfabetismo en solo
un año y construir un sistema de salud gratuita para todos, en un país que se
había quedado prácticamente sin médicos por la acción yanqui.
Algo que Fidel detestaba era la mentira y a quienes
intentaban engañarlo para encubrir ineficiencias. Por eso estudiaba de todo y
todo el tiempo; y sus preguntas, reiteradas hasta entender un tema, obligaban a
prepararse debidamente a quienes debían exponer algo ante él.
Tuve la oportunidad
de demostrar (*) que era falso eso de que a Fidel no se le podía contradecir en
nada. En un Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba, hizo un planteamiento
sobre el que consideré que estaba mal informado y se lo dije, públicamente, en
el plenario.
Al contrario de la reacción que algunos pronosticaron esa
madrugada, al terminar la sesión, al otro día el Comandante en Jefe inició la
plenaria apoyando el planteamiento y reforzando la necesidad de fortalecer una
entidad que había considerado eliminar.
Así era Fidel, el mismo que en otro Congreso, antes de
marcharse los delegados, se acordó de algo importante y les habló en el pasillo
parado en una silla, en medio del aplauso de todos.
Muchos se preguntan cómo podía trabajar todos los días,
hasta altas horas de la madrugada, y estar al día siguiente temprano en
cualquier actividad, sin muestras de cansancio.
Indudablemente, su
afición al deporte desde la juventud le habrá ayudado. A las 03:00 de la
madrugada, comenzaba reuniones, y ministros o funcionarios sabían que era a
esas horas cuando él podía atender cosas de Estado, sin dejar de hacer
recorridos durante el día o de participar en eventos importantes.
Pretender estereotiparlo no solo es imposible, sino también
injusto, pues él nunca pretendió ser un líder de Cuba ni del mundo, pero lo
fue, porque las grandes personalidades son irrepetibles.
Los cubanos tuvimos la suerte de tener a Fidel, un hombre de gigantesca talla. Lo honramos siguiendo su ejemplo, para construir el futuro independiente y próspero por el cual él luchó y tantos murieron. (Redacción digital. Con información del diario Granma)
*Autor del artículo oroginal: Pedro Ríoseco López-Trigo.