El masaje, que se remonta a la antigüedad, se practicaba en La Habana colonial. Los poderosos poseían esclavos (de uno y otro sexos) que sabían masajear a sus amos para liberarlos de las tensiones de la vida económica en la urbe, y las señoras lo recibían con fines cosméticos.
Aquellos esclavos diestros, al
igual que peinadoras, costureras, herreros, músicos, etc., eran alquilados por
sus dueños a vecinos, amigos y parientes.
Como mismo existió en La Habana una industria perfumística artesanal
muy demandada por todas las clases sociales, también hubo otra muy vinculada a
ella que creaba aceites esenciales, base imprescindible de casi cualquier
masaje corporal.
Los aceites más usados eran los de oliva, girasol, almendra y aguacate, pero, si bien en la farmacopea francesa, por ejemplo, existían utensilios y procedimientos sofisticados para obtenerlos, los esclavos en Cuba se valían de métodos más rudimentarios, como la cocción al vapor, consistente en rellenar un envase de cristal con la planta que se deseaba transformar en aceite esencial, añadir el aceite vegetal hasta el borde, remover con una cuchara y esperar durante un mes a que la mezcla se macerara a temperatura ambiente en un lugar oscuro y fresco, ya que el sol arruinaba el proceso.
Se prefería el aceite de aguacate por su fácil preparación. Su contenido de grasas esenciales es muy beneficioso para nutrir e hidratar la piel, y resulta ideal para aliviar la resequedad causada por la edad o por el sol.
También posee propiedades antioxidantes y alto contenido de vitamina E,
A, ácidos grasos y proteínas, entre otros.
Los esclavos intuían todo esto, ya que en aquel tiempo la base
científica de los aceites esenciales solo era a medias conocida por químicos
expertos en su ciencia.
Las esclavas cortaban el aguacate en dos mitades y, en un bol de
cristal o una olla de cobre, machacaban la pulpa con un mortero durante dos o
tres minutos. Luego, la extendían en capa bien fina sobre una bandeja de madera
y la dejaban secar al sol hasta que se tornaba de un color más oscuro.
Entonces rascaban la madera con una paleta del mismo material, la masa
se colocaba sobre un paño limpio de algodón, y el contenido se exprimía en un
recipiente de vidrio.
Después, las esclavas colocaban
el aceite obtenido en un tarro de cristal, y elegían preferiblemente plantas
secas o tratadas en secaderos, tales como romero, lavanda, caléndula, árnica,
albahaca, canela, eucalipto, limón, manzanilla y muchas otras, pero también
flores, si el objetivo era un masaje que impregnara la piel de un agradable
aroma.
Las esclavas preparadoras eran expertas en herbolaria. Sabían que la
albahaca calmaba los dolores de cabeza y servía como estimulante; que la canela
era afrodisíaca y podían usarla para masajes en casos de impotencia; el
eucalipto aliviaba las crisis de asma, y el limón los dolores reumáticos; la
manzanilla sedaba, ayudaba con las neuralgias y aliviaba irritaciones cutáneas;
la menta energizaba; el pino bajaba la fiebre y tenía propiedades diuréticas y
energéticas; el romero ayudaba en inflamaciones de hígado y vesícula; la salvia
era buena para la fatiga y la hipotensión de la menopausia…
La mala higiene urbanística y el clima húmedo, lluvioso y propenso a
los reumatismos, artritis, dolores articulares y fiebres, dio mucho que hacer
al romero, el limón y el pino.
Los esclavos varones podían masajear, pero no intervenían en la
preparación de los aceites. Tanto ellos como ellas podían masajear a hombres y
mujeres por igual, lo que dependía de la orden dada por sus amos. La iglesia
aconsejaba pudor, pero en la intimidad cada cual hacía lo que le venía en gana
y le daba más placer.
¿Hasta dónde se cubría el cuerpo quien se hacía masajear por sus
esclavos? No he visto reflejadas en la pintura cubana de la época escenas de
tanta intimidad, y en poquísimos textos he encontrado alusiones a estas
prácticas, seguramente porque la iglesia las condenaba, como condenaba todo lo
que considerara adoración del cuerpo y fuente impura de placer, ni sé qué
ocurría cuando la sesión de masaje terminaba, aunque puede imaginarse, sobre
todo en el caso de amos varones masajeados por esclavas jóvenes.
Desde los tiempos más remotos, las relaciones entre amos y esclavos
estuvieron permeadas por un intenso contenido sexual.
Como el procedimiento de la obtención de aceites esenciales es tan sencillo y esas plantas existen en Cuba en cualquier jardín o terreno baldío, la práctica podría renacer, pero ojo: no usar semillas, porque muchas, como el carozo de las cerezas, contienen arsénico y otros tóxicos, y hay una planta tan peligrosa, como bella, que ni se debería tener: la adelfa. Su zumo y resina pueden causar la muerte en minutos, y ni se le ocurra a nadie quemar basura que contenga arbustos de adelfas, porque su humo mata por asfixia. (Gina Picart Baluja)