Porque, aunque el 23 de diciembre de 1791 se
bendijo la sala de ese inmueble donde celebraría sus sesiones el Ayuntamiento
habanero, instalado provisionalmente en un entresuelo de la parte que ocupaba
Las Casas, y en 1792 se alquilaban ya varias accesorias de la mansión, el
palacio no se pudo considerar terminado hasta el tiempo del mando de Miguel
Tacón.
Fue en 1835 cuando el coronel de ingenieros
Manuel Pastor, a quien tanto debe la capital de la Isla, unificó las cuatro
fachadas del edificio y subdividió la planta baja en departamentos y los dotó
de sus entresuelos correspondientes.
El ciclón de Santa Teresa, 15 de octubre de 1768,
arrasó la casa que la ciudad adquiriera para que sesionara el Ayuntamiento. Las
sesiones del Cabildo se debieron celebrar entonces en uno de los salones de la
Casa de Aróstegui, residencia del gobernador en aquellos tiempos. Querían los
regidores, por supuesto, contar con edificio propio, y acordaron construirlo en
el espacio que ocupó la casa asolada por el meteoro.
Como no había dinero suficiente para ello, se
pidió al rey la autorización pertinente para utilizar en dicho propósito los
sobrantes de la llamada sisa de la Zanja Real, esto es, el impuesto que se
había cobrado para la construcción del primer acueducto habanero. Cuando se
dispuso al fin del dinero necesario, enfrentaron los regidores un nuevo
tropiezo: ningún contratista parecía interesado en acometer la obra. Al menos,
ninguno concurrió a las sesiones en las que su construcción se sacó a subasta,
pese a los pregones que en ese sentido se hicieron entre 1770 y 1773.
Fue así que en el Cabildo extraordinario de 28 de
enero de 1773 el gobernador y capitán general Marqués de la Torre dio a conocer
un plan que contemplaba la demolición de la Parroquial Mayor (cada vez más
deteriorada desde 1741, cuando estalló en el puerto el navío Invencible) y su
traslado al Colegio de los Jesuitas, actual Catedral, a fin de edificar la
residencia y despacho oficial del gobernador, el Ayuntamiento y la Cárcel en el
espacio que ocupaba la iglesia demolida. La propuesta fue aprobada por la
Corona y aceptada con regocijo por los integrantes del Cabildo.
Antonio Fernández de Trebejos y Zaldívar fue el
autor de las obras de la Plaza de Armas y del proyecto de la casa de gobierno,
en tanto que el arquitecto gaditano Pedro Medina fue el ejecutor de la
edificación del palacio. Lo fue, asimismo, del frente de la Catedral y de la
enfermería de Belén, entre otras construcciones, según dijera Tomás Romay en el
elogio fúnebre de Medina, reseña un artículo del periodista y ensayista Ciro Bianchi,
publicado en el sitio digital Cubadebate.
La edificación del palacio comenzó en 1776.
Cierto es que se trabajó con tesón en la obra, pero tan vasta construcción fue
confiada a no más de diez negros esclavos comprados con tal propósito y a unos
pocos reclusos que allí laboraron en calidad de operarios. Para la alimentación
de los negros se asignó un real diario per cápita, cantidad exigua que, para colmo,
no se abonaba con puntualidad. Lo que trajo como consecuencia que a la vuelta
de pocos meses solo quedaran tres de aquellos 10 esclavos.
Aun así, la obra avanzaba. En 1782 había ya tres
piezas terminadas que comenzaron a alquilarse para levantar fondos. En ese
mismo año, en septiembre, se paralizó la construcción. Existía entonces gran
interés por dejar concluida la parte del edificio donde radicaría la cárcel.
Como se quería encerrar en esta a “muchos malos pagadores que había en La
Habana”, alguien aportó, de su propio peculio, el dinero necesario, y ya el 23
de diciembre del año mencionado el nuevo local, oscuro y poco ventilado, acogía
a los presos.
Con la conclusión de esa parte del edificio se
paralizaron otra vez las obras y habría que esperar hasta 1785 para que se
reanudaran. (Redacción digital)