Hace tiempo alguien me habló de un fenómeno al que denominó exilio espiritual, y lo describió como la inexplicable incapacidad de un individuo para identificarse con su entorno, su cultura, sus tradiciones, eso que las ciencias sociales llaman complejo cultural.
No son pocas las personas
que se recriminan por carecer de sentido de pertenencia no solo a un grupo
social determinado, sino, incluso, a su propia época y país.
Algunos llaman a esta
condición inxilio. Un ejemplo particular: un cubano rechaza la música
cubana, bailar, vivir en esta época, la cocina cubana, el modo de ser de sus
compatriotas, el ron, la cerveza, la pelota y el choteo, marcas todas aceptadas
por consenso como sellos de cubanidad.
En cambio, sueña con una vida en el Egipto de los faraones, en la
Grecia de Alejandro Magno, en los imperios persa u otomano, en la Roma
imperial, en la rutilante Bizancio, en las Cruzadas, en la Irlanda
precristiana, en el Japón medieval o en la Italia del Renacimiento (hay quien
quiere vivir en la constelación de Orión, en Marte o en una ciudad del futuro);
ama con fervor la música del universo espacio-temporal con el que se
identifica, el arte y las modas de ese entonces, las aventuras y hasta puede
que tenga un personaje muy específico que quisiera ser e inspira su actitud
ante la vida, su estilo de estar en el mundo, sus gustos y aficiones y hasta
sus ensoñaciones cotidianas y sus metas más secretas.
Yo daría cualquier cosa
por haber vivido en La Habana colonial.
¿Esquizofrenia, delirios
psicóticos, evasión de la realidad, personalidad desadaptativa, falta de patriotismo…?
De muchas formas ha sido
calificado el fenómeno, en dependencia de la profesión, la religión y hasta la
ideología de quienes califican, y aunque cualquiera puede encontrarse en esa
situación, es más común hallar en ella a algunos artistas, sobre todo a los
calificados como “raros”, quienes van por la vida arrastrando una nostalgia de
imaginarios y universos que arruina su presente y les priva de la posibilidad
de disfrutar su realidad inmediata.
Un caso digno de atención
es nuestro poeta Julián del Casal, uno de los fundadores del movimiento
modernista en Latinoamérica.
Ya se ha escrito mucho, y
lo han hecho importantes intelectuales no solo cubanos, sobre la fascinación de
Casal por el Simbolismo, el Parnasianismo y el Decadentismo francés finisecular,
su vehemente admiración por el pintor Gustave Moreau y los pintores de la
Escuela Belga, por los escritores Joris-Karl Huysmans y Teophile Gautier, los
poetas Rimbaud, Verlaine, Baudelaire y todos los monstruos culturales que
llegaron a La Habana en el famoso baúl que se trajo de París el periodista
Aniceto Valdivia, más conocido como Conde Kostia.
No estuvo Casal solo en su admiración por la cultura francesa, le
acompañaron muchos grandes intelectuales de la época, como José Martí, Rubén
Darío, Manuel Gutiérrez Nájera y otros iniciadores del modernismo, entre los
que ahora se debate si se debe incluir al colombiano Vargas Vila (yo lo haría,
aunque no fuera más que por su novela experimental Salomé, basada en la
historia bíblica de la decapitación de Juan el Bautista).
En su bellísimo ensayo Casal
joven, exótico, aficionado a los retratos[1], Antón Arrufat (y no
solo él piensa así) aventura que el personaje modélico de Casal fue el duque
Des Esseintes, protagonista de la novela À rebours, de Huysmans,
un excéntrico, recluido estético
y antihéroe,
que odia a la burguesía y al utilitarismo del siglo XIX y que trata de
retirarse en un mundo artístico creado por él mismo. […] Huérfano desde la
adolescencia, las relaciones con otros seres humanos no le deparan sino
desilusión. Su padre siempre estuvo ausente, y su madre vivía recluida presa de
su talante depresivo. Una vez acabados sus estudios con los jesuitas, y
comenzada su experiencia de la buena sociedad parisina, descubre que el mundo y
las personas lo aburren tremendamente. Sus familiares son nostálgicos
reaccionarios y sus compañeros de estudios le resultan vulgares y previsibles.
Para su sorpresa, los ambientes intelectuales son caldo de cultivo de
mezquindades y estrechez de miras. […] Acabará por detestar el mundo moderno,
que está repleto de "bribones y estúpidos.
Presa de la misantropía, y en busca de una
vida más intensa, vende su castillo familiar y decide recluirse en una mansión
[…] que decorará de acuerdo con sus gustos decadentistas.
En esta casa se dedica a explorar toda clase de arte: Gustave
Moreau—en especial su cuadros Salomé y La aparición—, Baudelaire,
cuadros, perfumes… […] Des Esseintes es un dandi y esteta rebelde,
que se caracteriza por su cinismo ético y su perversidad moral. Encuentra
placer en la perversidad estética, como forma de invertir las normas y los
valores convencionales que imperan en la sociedad de su tiempo. Se rebela
contra el conformismo moral y los prejuicios sociales. […] cree que los valores
de libertad y progreso de la sociedad moderna son hipócritas y falsos, pues […]
fomentan la insatisfacción espiritual y el dolor de la vida.[2]
Yo también creí esto desde que comencé a estudiar a Casal, y suscribo
tal criterio porque lo respaldan demasiadas evidencias.
Sin embargo, creo que el modelo casaliano fue, en realidad, una fusión entre este duque maldito y Luis II de Baviera, el rey “loco” cuyo tino como gobernante hace dudar seriamente de la supuesta esquizofrenia que se le diagnosticó. (Gina Picart Baluja)