Comentador incesante de la vida literaria, crítico, polemista y hasta duelista, de Emilio Bobadilla, más conocido por Fray Candil, siempre se habló en Cuba, en España y otros lares de la América Hispana. Y hasta de su muerte se habló también bastante, porque ocurrió un primero de enero, en 1921, y como el lector comprenderá en tal fecha, de júbilo y jolgorio, no es como para emprender el último viaje.
En cualquier caso, al cabo de 103 años, Bobadilla es hoy una personalidad literaria a quien poco se le conoce. Se afirma que su estilo acre, criticón, lo condujo en sus últimos años a destilar «un cierto matiz de amargura, de melancolía», en palabras del ya fallecido profesor y académico Salvador Bueno.
Nuestro personaje explicó un día las razones de su sobrenombre: "Me firmo Fray, porque los frailes gozan de cierta inmunidad para decir cuánto les venga al hábito, y Candil, porque gusto de hacer luz donde imperan las sombras". Con anterioridad a este, había utilizado otro seudónimo, Dagoberto Mármara, con el que firmó epigramas aparecidos en su libro Sal y pimienta, cuyo título da idea del estilo mordaz y el contenido de sus artículos, en ocasiones feroces e irreverentes, como quien se siente en posesión de toda la verdad, que no le ganó mucho aprecio y sí bastantes rencores, querellas y riesgos. Sus artículos y comentarios provocaron polémicas literarias, una de ellas, la más sonada con el español Leopoldo Alas, Clarín, el autor de la novela La Regenta, con quien sostuvo en 1892 un duelo en el que el hispano recibió más de una cortada antes de interrumpirse el combate.
Bobadilla nació en Cárdenas el 24 de julio de 1862 y al estallar la guerra independentista del 68 su familia emigró, primero a Baltimore y más tarde a Veracruz. De vuelta, comenzó los estudios de Derecho en La Universidad de La Habana, al tiempo que colaboraba en publicaciones periódicas, dirigía algún que otro semanario satírico y adquiría renombre. En 1887 embarcó hacia Madrid y dos años después se graduaba de doctor en Derecho Civil y Canónico en esa ciudad.
La contienda independentista de 1895 lo toma en Europa y en París se adhiere a los círculos de emigrados cubanos; publica abundantemente, aun en países que no son de habla española, una nacionalidad que muchos le atribuyen desconociendo su condición de cubano.
Pero ocurre algo en él. "En Bobadilla -escribe Max Henríquez Ureña- parecía haberse estereotipado el procedimiento de juzgar un libro en cuatro palabras, mientras más zahirientes, mejor. En vez de atenuarse su desenfado para emitir juicios caprichosos, se hacía más intenso con los años".
He aquí un ejemplo: "[Salvador] Rueda y [Aniceto] Valdivia, cada cual a su modo, son dos casos de atavismo literario, por mucho que presuman de modernistas. Nietos degenerados de Góngora, no del de los sonetos y las canciones, sino del Góngora estrafalario de Polifemo y Galatea, fábula que, para ser todo oscuridad está dedicada al Conde Niebla, todo lo convierte en imágenes hiperbólicas, en ornato chillón y superfluo".
Don Manuel Sanguily lo contrarresta en modo elegante: "Encuentra natural preciarse de tener él una lengua de la que pregona que no se la merece, jactarse de continuar hablando con la franqueza selvática de su selvático temperamento’; pero no consiente que hagan con él lo mismo que él regocijado hace con otros".
¡Brillante, Don Manuel!
No obstante, hasta sus enemigos literarios le reconocían a Bobadilla el lustre de su palabra y acierto del criterio cuando lo abandonaban las pedanterías, ligerezas y autosuficiencias, por lo que se trataba de un escritor auténtico.
Fray Candil regresó a Cuba en 1909 por dos años. Se le nombró cónsul en Bayona y después en Biarritz, donde murió. Era miembro de la Academia de la Historia de Cuba y de la Academia Nacional de Artes y Letras, y aunque escribió numerosos libros (ensayo, novela, relatos, periodismo, teatro), dejó otros inéditos. De que la palabra la manejaba con maestría no existen dudas. "A pesar de sus fogosidades y violencias, de su temperamento sarcástico y epigramático, de sus caprichos y veleidades, Emilio Bobadilla, que hizo resonar en todo el ámbito de nuestro idioma su seudónimo Fray Candil, dejó una obra notable que merece lugar destacado dentro de las literaturas hispanoamericanas". Son palabras del doctor Salvador Bueno. (Redacción digital. Con artículo de Cubaliteraria)