Hace 131 años se inauguró en La Habana el Acueducto de Albear, una de las Siete Maravillas de la Ingeniería Civil Cubana, adscrita el pasado año a la Red Global de Museos del Agua, de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Más que belleza, que la tiene, es la funcionalidad lo que distingue
esta obra del ingeniero Francisco de Albear y Fernández de Lara (La Habana,
1816-1887), la cual garantiza, aún hoy, el abasto por gravedad de agua potable a
alrededor del 15 por ciento de la población de la capital.
Esta impresionante
estructura cuenta con más de 12 kilómetros de longitud y se extiende por varios municipios habaneros.
A lo largo de los
años, ha sido restaurado y conservado para preservar su valor histórico y
cultural.
Además de su importancia como infraestructura vital para la
ciudad, también es un atractivo para visitantes interesados en la historia y la
arquitectura de la principal urbe cubana.
El 11 de mayo de 1997, el Acueducto Albear fue declarado
Monumento Nacional de Cuba, en reconocimiento a sus valores históricos,
arquitectónicos y culturales.
ANTECENDENTES DE UNA MARAVILLA
Por ser Cuba una isla larga y estrecha, de aproximadamente
114 mil kilómetros cuadrados de extensión, con ríos poco caudalosos, el
abastecimiento de agua constituyó un problema vital desde los inicios de la
colonización española.
Esta circunstancia fue de gran influencia en el desarrollo
de las primeras villas, como puede apreciarse en la fundación de San Cristóbal de La Habana, cuya postrera ubicación de 1519, en la zona occidental de la
bahía del mismo nombre, respondió en buena medida a la necesidad de agua.
Durante las primeras
décadas, los habitantes de la villa se abastecieron de los pozos de su entorno,
favorecidos por las características de un subsuelo rico en aguas subterráneas,
y por la escasa profundidad del manto acuífero.
Uno de los más nombrados, cuya explotación se inició en
1559, fue el denominado de La Anoria, cuyas aguas, a unos 800 metros del
puerto, eran abundantes y de buena calidad.
Otras fuentes de agua aprovechadas desde los primeros
tiempos fueron las del río Luyanó, que desembocaban en la propia bahía, y las
del río La Chorrera (actual Almendares), distante unos 10 kilómetros al oeste.
El primero era una fuente de escaso caudal y dependiente de
las lluvias, cuya composición, muy alta en sales, la hacía poco adecuada para
el consumo humano.
Las aguas de La Chorrera, de superior calidad, se tomaban
del Pozo de la Madama, distante poco más de dos kilómetros de la desembocadura
del río, y eran trasladadas en toneles por pequeñas embarcaciones que,
partiendo de la bahía, bordeaban el litoral, o mediante tinajas y botijas que,
a lomo de mulos, debían recorrer un camino de difícil tránsito.
Desde 1592, la
definitiva capital de Cuba dependió en lo fundamental del suministro de agua a
partir de la Zanja Real, canal descubierto de unos 10 kilómetros de
longitud, y más tarde del Acueducto de Fernando VII, concluido en 1835, que pasó
a formar parte del sistema de acueductos de La Habana colonial.
Sin embargo, ni en cantidad ni en calidad esas vías
garantizaban el abastecimiento adecuado de una ciudad que, a mediados del siglo
XIX, poseía ya una población de 100 mil habitantes.
Así, a solicitud del capitán general de la Isla, el coronel
de ingenieros Francisco de Albear y Fernández de Lara presentó, en 1855, una Memoria acerca del Proyecto de conducción a
La Habana de las aguas de los manantiales de Vento, que proyectaba un
sistema de acueducto de mampostería, cerrado, que conduciría por gravedad las
aguas de dichos manantiales hasta su destino final, a una distancia de 11 kilómetros.
En la Memoria…,
Albear realizó un estudio de los antecedentes y las posibilidades de
aprovechamiento de los acueductos anteriores, efectuó un cálculo de la dotación
de agua para la ciudad, valoró las dificultades para lograr la obra de
captación en Vento y propuso el trazado del canal hasta el depósito.
Atendiendo a la extraordinaria complejidad de la obra y a
las dificultades de su ejecución, en el convulso período de la Guerra de los Diez
Años (1868-1878), Albear elaboró y presentó en 1876 dos nuevos documentos: la Memoria del Proyecto de depósito de
recepción y de distribución de las obras del Canal de Vento, y la Memoria del Proyecto de la distribución del
agua de Vento en La Habana.
En la primera, valoraba los aspectos relacionados con la
ubicación, altura, capacidad y dimensiones del depósito, así como también otros
aspectos tecnológicos; mientras que en la segunda se argumentaban las
condiciones requeridas para un buen sistema de distribución, dividido en dos
partes (interior y exterior), además de las particularidades y aportes de cada
una.
LA INAUGURACIÓN DE LA OBRA
La inauguración del Acueducto de Albear, denominado
finalmente así tras la muerte de su artífice el 22 de octubre de 1887, no
ocurrió hasta seis años más tarde, el 23
de enero de 1893, en medio de condiciones políticas y económicas sumamente
adversas, plagadas de dificultades no solo topográficas y tecnológicas,
sino incluso higiénicas, en momentos en que las llamadas “fiebres de Vento”
diezmaban a sus constructores.
La etapa final de las obras, a cargo de la firma Runkle,
Smith and Co., de Nueva York, y encabezada por el ingeniero Sherman Gould por
la parte norteamericana, fue dirigida de acuerdo con los proyectos originales
por un discípulo y continuador de Albear, el coronel de ingenieros Joaquín
Ruiz.
No obstante, su artífice llegó a tener en vida la
satisfacción de ver su proyecto premiado con Medalla de Oro en la Exposición
Universal de París de 1878, donde se la consideró como una obra maestra de la
ingeniería del siglo XIX.
CONSTRUCCIÓN
Esta monumental construcción de gran precisión técnica está
integrada por las obras de captación en los manantiales de Vento, el túnel en
el río Almendares, el Canal de Vento, los depósitos de Palatino y el sistema de
distribución.
El proceso comienza
cuando el agua, de unos 400 manantiales de Vento, se recoge en una gran taza de
cantería, conocida como Taza de Vento. Uno de los lados de esta taza colectora
sirve de muro de contención frente a las aguas del Río Almendares durante sus
crecidas.
Por debajo del lecho del río se encuentra un túnel con dos
conductoras que conectan la taza con el canal, hasta los tanques de
distribución de Palatino.
Más de 20 torres cilíndricas sirven para el registro e
inspección de la obra y la circulación del aire en el conducto, por medio de
rejas ventiladoras.
Después de su viaje, el agua llega a los tanques de Palatino
construidos con el propósito de depositar la cantidad de agua necesaria para el
consumo de un día, sin interrupción del servicio. Cada lado tiene su aliviadero
a la zanja de desagüe, y todas esas operaciones se efectúan por medio de
compuertas.
RESULTADOS DEL PROYECTO
Todo es singular en esta obra: la precisión técnica, la
belleza de sus construcciones civiles, la garantía de un agua sana y la
seguridad de su funcionamiento, que no
necesita combustible y solo requiere desinfección mediante cloración. Este
proyecto incluye entre sus elementos:
·
El canal de conducción
·
La red de distribución
·
Una presa
·
El paso del río
·
Obras en la cañada de Vento
·
El canal de toma y derivación
·
El depósito de almacenamiento
·
Su estanque de captación y reunión de los
manantiales
·
Casa y estanque de compuertas y maniobras de los
sifones del paso del río
(Redacción digital. Con información de Ecured. Imagen de portada: Radio Habana Cuba)
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