La Habana: ¿boda negra o legendario amor? (+ videos)

Ya he hablado en otras ocasiones sobre mi padre, Hugo Picart Pallarés, trabajador infatigable que tuvo cuatro hobbies: el dominó, la pelota, el baile y el canto.

Lo admiraré siempre por su entrega al trabajo, cualquiera que este fuera, desde parqueador de un garaje privado en su adolescencia, empleo que asumió para poder casarse con mi madre, hasta dirigente a las órdenes del Che Guevara, para continuar largos años como cuadro y terminar como vendedor de pasteles y mensajero de bodega, sus últimas ocupaciones antes de morir. Trabajar era para él el cumplimiento del deber.

Lo que sí no tenía nada que ver con esa rígida ética catalana que siempre lo caracterizó y sí muchísimo con su sensibilidad, eran esos cuatro gustos. Yo no pude participar en el dominó ni en la pelota porque nunca me gustaron, y hacerme bailar fue el gran fracaso de mi padre conmigo porque, siendo él un casinero consumado, nunca logró que yo diera un paso.

Pero en el canto sí que disfruté a don Hugo, quien, además de ser muy bien parecido, tenía una voz preciosa, lo que le valió siempre que en las fiestas mis amistades me pidieran incansablemente que llevara a mi papá.

Él nunca estudió música, pero manejaba como un profesional su repertorio de la Trova Tradicional cubana. En ese repertorio, un 50 por ciento lo formaban las canciones interpretadas por María Teresa Vera, en especial Boda negra.

Sin embargo, mi papá no sabía que ese bolero no era solo una canción, sino una historia real. Se ha escrito mucho sobre el tema, pero cada individuo tiene su propia percepción de las cosas, ligada a sus vivencias personales, por lo que ningún tema se agota jamás y todo soporta un nuevo enfoque.

LOS ORÍGENES APUNTAN A LA HABANA

Según cuenta la historia de la música latinoamericana, la idea original partió en 1890 de un sacerdote venezolano llamado Carlos Borges, quien escribió un poema que tituló Boda macabra.

Más tarde, la retomó el poeta colombiano Julio Flores, quien llamó a su composición lírica Boda negra.

Al parecer, ambos se inspiraron en una historia de amores trágicos ocurrida… en La Habana.

Que un venezolano y un colombiano tomaran su tema de nuestra capital, habiendo en todo el continente sobradas historias semejantes, es algo que se me antoja raro, pero no puedo impugnarlo.

Lo que sí parece estar debidamente documentado es que, a finales del siglo XIX, vivió en La Habana Francisco Caamaño, un poeta y periodista joven, comprometido para casarse con una muchacha capitalina de singular belleza.

Ella se llamaba Irene Gay y murió a los 18 años de tuberculosis, conocida entonces como Mal del Siglo.

Es impresionante la cantidad de jovencitas y adolescentes segadas en la época por esa desgracia, a tal punto que fue esa patología la responsable de que el movimiento romántico legara a la posteridad, como imagen de su heroína icónica, la de una doncella virgen extremadamente pálida, con ojos brillantes por la fiebre y una boca muy roja, además de su extrema delgadez y una languidez agónica. La única foto de ella que he logrado ver forma parte del documental María Teresa Vera, la madre de la canción cubana, conducido por Armando López.

La imagen no tiene pie, por lo que no puedo garantizar que sea realmente Irene, pero, si lo es, ella fue una beldad digna de que la hubieran retratado los pintores prerrafaelitas ingleses. Aquí incluyo ese video, que contiene también el bolero en cuestión.


Cuenta la leyenda que Francisco estaba perdidamente enamorado de aquella joven bella y frágil, y ella también debió amarlo mucho, pues su última voluntad fue que la enterraran vestida de novia y coronada de flores. Este deseo fue cumplido, pero tanto la familia de Irene como Francisco y la suya no disponían de capital para sepultar a la muchacha, no ya en un monumento o una capilla, sino ni siquiera para darle como última morada un panteón digno en alguna de las mejores zonas de la necrópolis Cristóbal Colón, por lo que Irene fue a dormir a la parte de los muertos pobres. Allí iba a descansar mientras las familias pudieran pagar las tarifas requeridas, algo que pasados tres años ya no les resultó posible, por lo que se procedería a la exhumación.

Francisco solicitó que lo que quedaba de su novia le fuera entregado. Ante la negativa de las autoridades, pidió ayuda a un médico amigo, quien expidió un certificado en el cual se hacía constar que los restos serían usados por los alumnos de Cirugía de la Facultad de Medicina, pero, como Irene había muerto de tisis, las autoridades volvieron a negarse.

Francisco no se rindió ante los obstáculos legales que se interponían entre Irene y él como antes se había interpuesto el destino, y acudió al único expediente que le quedaba: sobornó a los sepultureros, desenterró a Irene y se la llevó a su domicilio, donde la guardó en una caja. Su intención era buscar el modo de ganar un poco más de dinero y ahorrarlo para, algún día, construirle a su amada una capillita y honrarla definitivamente en la muerte.

¿Supieron del hecho las familias de los jóvenes? Puede que él no las hiciera partícipes de su decisión de robar los restos, pero al poco tiempo los vecinos de Francisco sí se enteraron, nadie sabe cómo, de la presencia de la muerta en la vivienda del desolado semiviudo, y comenzó a circular el rumor de que el muchacho practicaba necrofilia. Es difícil creer que, tres años después de sepultada, quedaran de la bella algo más que unos pocos huesos y una calavera, pero la leyenda circuló de boca en boca y con ella el miedo de que los restos desataran un brote de tuberculosis en el vecindario.

Temeroso de que las autoridades intervinieran para quitarle su macabro tesoro, Francisco huyó a Oriente. ¿Con Irene o sin ella? Otra incógnita, aunque se cree que la Policía sí allanó el domicilio y se llevó los restos. Se conoce que en aquella provincia el infortunado novio encontró trabajo como periodista en el diario El Rebelde.

El trovador oriental Alberto Villalón, compositor, guitarrista e intérprete, se enteró de la trágica historia, ¿cómo?, pues tal vez por el propio Francisco o porque los rumores persiguieron a este a través de la isla, pero sí hay indicios de que el enamorado ladrón de tumbas se la contó nada menos que a su barbero, quien a su vez la contó al poeta colombiano, quien quedó tan impactado que allí mismo, en el sillón de la barbería, escribió los versos a los que más tarde Villalón musicalizó, y así nació el célebre bolero que hoy conocemos.

¿Tomó Flores la idea de un sacerdote venezolano, como asegura la leyenda que envuelve a esta preciosa y conmovedora pieza musical, o se la contaron en una barbería de Oriente…? La celebración de la boda ¿ocurrió en realidad o fue fruto de una excitada imaginación poética…? ¿Se llevó la Policía los despojos de la novia? ¿Dónde están…? Nada se sabe de cierto. Solo ha triunfado la canción que ha eternizado la leyenda.

A través de internet, he conocido detalles de las vidas del venezolano Carlos Borges y el colombiano José Flores. No demasiados, porque no los hay en abundancia, pero resulta que los dos fueron hombres turbulentos, aficionados a las aventuras sexuales, al alcohol y a cuanta locura se le pueda ocurrir a alguien. Cualquiera de ellos vivió experiencias rocambolescas que les hubieran permitido escribir los versos de Boda negra, y de hecho los dos por separado se atribuyeron la autoría.

Alberto Villalón, en cambio, aunque llegó a ser uno de los trovadores más famosos de Cuba y grabó cientos de canciones de géneros varios dentro y fuera del país, solo una vez compuso una letra, dedicándose a musicalizar letras ajenas.

Su bolero llegó a ser uno de los platos fuertes del repertorio de la gran trovadora cubana María Teresa Vera, con quien seguramente se relacionó, ya que tanto Villalón como ella eran grandes amigos de Ignacio Piñeiro, a quien María Teresa le vendió un sexteto que había fundado, luego convertido en el famoso Sexteto Nacional.

Boda negra ha sido versionado por autores y agrupaciones cubanos y extranjeros, pero… aunque no las he escuchado todas, con los ojos cerrados doy mi voto a María Teresa, con su inigualable estilo.

Mi padre también la veneraba, y cada vez que cantaba Boda negra se transformaba en alguien muy diferente de quien era siempre. Se tornaba muy serio, muy solemne, y su interpretación trasmitía un dolor muy profundo, a pesar de que Hugo Picart fue un hombre tremendamente alegre, jaranero, con muchos amigos, que disfrutó a plenitud de la vida, mientras no le llegaron sus años tristes.

Tal es la fuerza de esta tristísima, pero bellísima canción, cuya narrativa es parecida a la de La Milagrosa, ese personaje tremendamente célebre entre cubanos y extranjeros que yace en la siempre florida tumba de la necrópolis habanera.

Fueron dos parejas de amantes habaneros que hicieron honor a uno de los más maravillosos fragmentos del Cantar de los cantares: “Ponme como un sello sobre tu corazón, que el amor es más fuerte que la muerte. No pueden aguas copiosas extinguirlo ni arrastrarlo los ríos”. (Gina Picart Baluja. Fotos: red social X)


FNY

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