Rolandito, imprescindible en el pensamiento cinematográfico cubano (+ video)

En el presente mes, en que se celebra el Día de la Prensa Cubana, resulta imposible sustraerse del recuerdo de encumbrados colegas, entre quienes ocupa un lugar cimero Rolando Pérez Betancourt (1945-2023).

Y digo “ocupa” porque -con el perdón de la Gramática castellana- el pasado se resiste a ser el tiempo verbal para evocar a “Rolandito”, Premio Nacional de Periodismo José Martí y, durante muchos años, guionista y conductor del programa televisivo de los viernes en la noche: La séptima puerta, del canal Cubavisión.

La mirada tan aguda del admirable crítico Rolando Pérez Betancourt ha sido esencial en la batalla contra la colonización cultural”, consideró el destacado escritor Abel Prieto Jiménez, exministro de Cultura de Cuba y presidente de la Casa de las Américas, de La Habana.

Pero, dejemos que sea la investigadora, crítica literaria, guionista de cine, radio y televisión Gina Picart Baluja, periodista de Radio Ciudad de La Habana, quien nos traiga de la mano a Rolandito, a través de un artículo que, a todas luces, fue escrito más con el corazón que obedeciendo las órdenes del intelecto:

ROLANDITO, IMPRESCINDIBLE EN EL PENSAMIENTO

CINEMATOGRÁFICO CUBANO

Corría el fin de 1984, y yo, aunque desde niña había repetido mil veces que nunca trabajaría en una imprenta, era por aquel entonces una humilde correctora en una imprentica de La Habana Vieja.

Había pasado un curso de corresponsal obrero en la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) y había probado la adrenalina del periodismo, un “tóxico” del que la víctima ya no se libra nunca.

Un día encontré en el diario Granma una convocatoria para su turno de la madrugada. Necesitaban correctores, y yo vi aquel anuncio como un portón rutilante que se habría ante mí hacia lo que entonces era mi gran sueño: ser una periodista de verdad.

Así entré al diario nacional más importante de Cuba, y desde la primera noche en su salita de correctores, cuando aún existían los linotipos, cajas y chibaletes y cada noche terminábamos apestando a nicotina y ennegrecidos por el plomo de las tintas, vi a Rolandito por primera vez.

Muchacha joven, como era yo entonces, me fijé primero en su apostura, su piel trigueña, sus ojos verdes, su gran bigote, por el que los nuevos comenzamos a llamarle en voz baja “el mexicano”, y su siempre atildada elegancia.

Pero Rolo era, por encima de todo, serio, muy profesional, y no sonreía con facilidad. Tenía una mirada penetrantísima e inteligente, que era como si llegara primero que él a los lugares. Estaba a cargo de la Redacción Cultural y ya era uno de los principales críticos de cine del país. Un hombre de modales finos, muy respetuoso con todos, con una bella voz y una personalidad que, sin alardes, se imponía por su sola presencia.

Tardé poco en escribir un artículo sobre las pinturas misteriosas del desierto de Tassili-in Assier, y no sé cómo me armé de valor para llevárselo a su Redacción. Rolo me lo recibió y me dijo que lo leería. Yo me volví a mi lugar sin esperanzas, porque me sentía demasiado insignificante como para que aquel escritico fuera a aparecer en una página de Granma. ¿Periodista yo…, y de Culturales…?

Era por entonces director del diario Jorge Enrique Mendoza, y sus tres subdirectores Tubal Páez, Elio Constantín y Gustavo Robreño. Rolo no solo leyó mi “trabajito”, sino que se lo dio a Tubal y recomendó su publicación, que Tubal aprobó de inmediato. Para mi total sorpresa y desconcierto, apareció no en una, sino en las dos páginas de Granma Internacional.

Desde entonces, seguí colaborando con su Redacción. Rolo jamás me rechazó un trabajo y siempre me animaba. Incluso cuando escribí una reseña crítica sobre la novela El Perfume, del alemán Patrick Suskind, y fui atacada por otro colega de gran prestigio quien era, ya entonces, un escritor exitoso, Rolo me permitió responder. Lo mismo sucedió en varias ocasiones similares.

Rolo era así, decidido y valiente; en las reuniones de la Dirección, nunca se calló su pensamiento, aunque tuviera que contradecir a Dios, solo que siempre supo ser comedido y tan razonable, que sabía cómo hacerse respetar y escuchar.

Rolo siempre me apoyó y, con el tiempo, llegó a tratarme no solo como a una compañera de trabajo, sino como a una igual. Nada hice en mi carrera literaria y periodística que no mereciera sus comentarios y su estímulo.

Cuando tuve que abandonar el periódico contra mi voluntad, ya dejamos de vernos, pero, siempre que nos encontrábamos, pasábamos siquiera unos minutos de conversación, y la despedida invariablemente era esta: “Nunca dejes de escribir y salúdame a Oscar, que es la decencia misma”. Se refería a Oscar Ferrer, amigo común y excelente periodista de la Redacción de Internacionales, de quien era muy amigo, y que, años más tarde, se convirtió en mi esposo hasta este minuto.

Rolo, soldado eterno del periodismo, quien desde los 16 años comenzó a trabajar en los talleres del periódico Hoy, fue fundador de la Upec y del diario Granma, uno de nuestros más valiosos y sagaces críticos del cine; trabajó hasta sus últimos días en la profesión que tanto amaba.

Ahora acaba de partir, como Rufo Caballero, como otros de los más brillantes intelectuales que he conocido y a quienes tuve el honor infinito de tratar y querer.

No podía en modo alguno dejar de agitar lo que yo llamo, en metáfora robada a Federico García Lorca, “el pañuelo exacto de la despedida”. Mucho pierde Cuba con su ausencia dentro del pensamiento cinematográfico cubano. (Gina Picart Baluja. Imagen de portada: red social X)

FNY

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