La imponente y majestuosa Estatua de la República, en el Capitolio de La Habana, custodiaba uno de los mayores tesoros que ha poseído Cuba: el fabuloso diamante. La joya original, como tantas otras legendarias del catálogo de piedras preciosas enormes y valiosas de la historia humana, formó parte del tesoro imperial de los zares de Rusia.
Su destino no era permanecer demasiado tiempo expuesta a las miradas deslumbradas de los visitantes del Capitolio de La Habana, mientras descansaba a los pies de la estatua en una urna de cristal herméticamente sellada.
El diamante fue colocado como perla en su ostra para marcar el kilómetro 0 de la Carretera Central, otra de las obras emprendidas y terminadas por la Administración del presidente Gerardo Machado durante sus dos períodos de mandato.
La piedra preciosa se vio envuelta en uno de los más rocambolescos episodios republicanos, cuando desapareció como por arte de magia el 25 de marzo de 1946, durante el Gobierno del presidente Ramón Grau San Martín.
Nunca se ha encontrado una explicación para aquel robo, digno únicamente del gran mago escapista Houdini. Sin embargo, de la misma forma inexplicable en que la joya abandonó su lecho, reapareció el 2 de junio de 1947 sobre el escritorio del mencionado mandatario.
Cómo el sabichoso señor presidente accedió a entregar la custodia de la valiosa piedra al Banco Nacional de Cuba, es algo sobre lo que no poseo información.
Solo sé que la joya continúa en una bóveda celosamente custodiada.
Lo que hoy pueden ver los visitantes cubanos y extranjeros al pie de la Estatua de la República es una réplica. (Gina Picart Baluja. Foto: San Cristóbal de La Habana)
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