Nicolás de Azcárate, hijo ilustre de la villa habanera de Guanabacoa

Nicolás de Azcárate, hijo ilustre de la villa habanera de Guanabacoa

La vida de José Martí es conocida por los cubanos, pero algunos de sus episodios sobresalen con mayor relieve, no solo por la grandeza del Homagno, sino, en ocasiones, por ser, digamos, sucesos pintorescos por lo insólito.

Así ocurre con el discurso que, en 1879, pronunció en el Liceo de Guanabacoa en honor del poeta Alfredo Torroella, fallecido aquel mismo año, uno de los primeros que ofrecía de manera oficial al público habanero.

Habló desde el podio con el ardor incendiario de su oratoria florida, que muchos entre quienes pudieron escucharle en vida calificaron de arrebatada.

Se refirió a la situación de Cuba, con tal fervor que el capitán general, quien se encontraba presente, escribió: “Martí es un loco, pero un loco peligroso”.

Sin embargo, ¿quién fue el osado, el atrevido intelectual cubano que, conociendo la personalidad y el carácter de Martí, así como también sus ideas políticas, corrió el riesgo de presentarlo al auditorio en aquella sesión inolvidable? Nada menos que Nicolás de Azcárate.

Hijo de un tratante de esclavos, De Azcárate nació en La Habana el 21 de Julio de 1828. Estudió Leyes en Madrid y llegó a tener uno de los mejores bufetes de abogados de la capital cubana. También fue gran orador forense y cofundador de la Revista de Jurisprudencia.

En 1866, resultó elegido comisionado de la Junta de Información. Fundó en Madrid El Siglo XIX y dirigió después la revista La Constitución. Fue abolicionista y reformista, sin llegar a ser partidario de la independencia de Cuba del colonialismo español.

Sus ideas políticas le valieron ser condenado al exilio por las autoridades españolas. En México, publicó el periódico El Eco de Ambos Mundos, y allí conoció a Martí, a Juan Gualberto Gómez y al afamado violinista Brindis de Salas.

Martí y De Azcárate retornaron juntos a Cuba en 1878, ya convertidos en grandes amigos. En La Habana, el Apóstol trabajó como abogado en el bufete del segundo.

De Azcárate, hombre de acción y pensamiento, fue, además, un dinámico animador cultural. En 1861, fundó el Liceo de Guanabacoa, presidió su sección de Literatura y nombró a Martí su secretario.

Cuando las autoridades colonialistas españolas suprimieron las reuniones culturales, De Azcárate nucleó a los miembros en su domicilio y llamó a aquellas veladas semiclandestinas Noches Literarias.

En 1882, las trasladó a la casa de José María Céspedes, donde funcionaron hasta 1886. Fue presidente del Nuevo Liceo de La Habana y tuvo que ver con la fundación de la Asociación de Escritores y Artistas Cubanos. Creó el Partido Democrático y organizó la institución El Progreso de Jesús del Monte.

Ha sido descrito como “un gran señor y lo que es peor, un gran señor demócrata. Cargado de talentos, dispuesto a hacer la felicidad del país... pero tenía que ser desde un salón elegante, con frase galana, con moderación, sin violencias, paternalmente... Fue siempre “un buen autonomista español”.

Cuando De Azcárate murió en 1884, Martí publicó en el periódico Patria un muy sentido obituario en su memoria, del cual cito algunos párrafos que ilustran de manera conmovedora aquella amistad entre dos hombres desiguales en el pensamiento, pero comparables en la generosidad del alma:

Ha muerto el amigo, el periodista, el organizador, el orador. Expira, en la silla estrecha de un empleo español, el cubano cuya nativa majestad vino a parecer como apocada y oscura, por el vano empeño de acomodar su carácter pródigo y rebelde a una nación rapaz, despótica y traicionera.

Vive infeliz, y como fuera de sí, el hombre que no obedece plenamente el mandato de su naturaleza, ni emplea íntegra, sin miedo y sin demora, la suma de energía y entendimiento de que es depositario. Son nulas, y deshonrosas a veces, las capacidades del hombre, cuando no las usa en servicio del pueblo que se las caldea y alimenta. Ni dañinas ni nulas fueron las de Azcárate, que con el fuego del corazón, fuente única de la grandeza, lavó cuanto error, sincero u obligatorio, pudo nacer del desacuerdo entre su concepto teórico y tímido de la vida cubana, y la nacionalidad de Cuba, suficiente y briosa, y en los comienzos fea y revuelta, como las entrañas y las raíces.

Lágrimas ásperas lloró Azcárate en vida, muy a solas, y quien las vio correr, y sabe que su pasión por la libertad nunca fue menos que la que tuvo por las pompas del mundo, ni encubrirá con falsía inútil las deficiencias del cubano indeciso, ni le negará la rosa de oro que la patria debe poner sobre su sepultura. De lo saliente de su vida, no hay cubano que no sepa: de sus brillantes estudios, de sus altivas defensas, de su indignado y magnífico abolicionismo, de su confianza y laboriosidad inútiles en la junta de Información en Madrid, de sus servicios grandes y burlados-en bolsa e inteligencia e influjo -a la democracia española […].

[…] Cayó en barbecho la revolución, por causas transitorias y de resultas sanas,

que la crítica ligera pudo tener por definitivas y mortales; y el abogado terco de la unión de España y Cuba vio con triste sorpresa, cómo su tierra, que oía con calma aparente de otros labios la defensa de esta liga irracional, la repelía en él, su víctima y su apóstol.

En las letras halló consuelo, y empleo a su actividad voraz aquel espíritu constructor; y los años no dejarán morir-a pesar de su equivocado silencio y luctuosa intervención en la época sagrada de su patria-la memoria del cubano pujante cuya culpa mayor fue acaso la de haber malogrado su natural grandeza en el empeño vano e imposible, con su alma de pobre y de rebelde, de brillar por las pompas del mundo en una sociedad vejada y despótica.

(Gina Picart Baluja. Imagen de portada: red social X)

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