Estamos en temporada ciclónica y, entre vaguadas, tormentas tropicales, áreas de bajas presiones y lluvias torrenciales en pleno día soleado de verano, viene a la mente una pregunta: ¿Cuál fue el primer huracán de que se tiene noticia en Cuba y, en particular, en La Habana?
Al parecer, fue Cristóbal Colón quien dejó el primer reporte de lo que podría haber sido un ciclón, pero tal vez no lo era y le pareció tan temible espectáculo a un hombre que venía de la meseta castellana, árida, seca y prácticamente desarbolada.
Tampoco se puede afirmar que haya tenido lugar en San Cristóbal, villa que por entonces no existía, como tampoco disponía en ese momento el Almirante de mapas fiables que le permitieran ubicar con exactitud el área del suceso.
El hecho es que el cronista Pedro Mártir de Anglería, quien acompañaba a Colón en su segundo viaje, fue también testigo del fenómeno, y dejó escrito en su diario que los vientos eran de tal magnitud que arrancaban los árboles de cuajo, y los ríos se salieron de sus cauces, arrasando las aldeas aborígenes más cercanas a sus márgenes.
Según aparece registrado en la siguiente cronología de huracanes que han azotado la Villa de San Cristóbal [1], el primero de ellos se lanzó sobre la naciente urbe portuaria el 30 de octubre de 1557, y así consta en las Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana, donde dice, además, que ese fenómeno meteorológico causó daños en los caminos vecinales y en la zona donde hoy se alza la Catedral:
[…] vino el huracán en esta villa derribó la carnicería desta villa la cual se ha tornado a cubrir é falta de cercar de la red que primero tenía é porque es cosa conveniente que se cerque de la dicha red porque de otra manera los que pesan la carne é pescado reciben perjuicio de los que la van a comprar que mandaban é mandaron que se ponga en pregón si hay quien la ponga en precio é ansí la mandaron porque se rematara en quien por menos lo hiciere é firmarónlo de sus nombres. Juan de Rojas.- Antonio de la Torre.- Diego de Soto.- Diego López Durán.- Pasó ante mi Francisco Pérez de Borroto escribano público.
[…] después que la tormenta é huracán pasó los caminos de queste pueblo se sirve que bastece en que son el camino de Matanzas el del Matamanó el de el Guanajay están cerrado é tapados a causa de dicha tormenta é huracán é conviene al servicio de Dios é de Su Majestad é bien é pró delta villa que se abran de suerte que se puedan andar:
Asegura la fuente que, aunque no se sabe si ya en aquel tiempo se utilizaba la palabra huracán, sí parece, por la descripción de los daños dejados a su paso, que se trató de un meteoro de gran intensidad. Creo, sin embargo, que los autores del trabajo desconocían, en el momento de la redacción del texto, que nuestros aborígenes tenían entre sus deidades principales, cuyas figuras modeladas en arcilla han sido halladas en yacimientos arqueológicos, a varios personajes, entre los cuales destacaban dos: Corocote y… Huracán. Sin duda, esta manifestación de la naturaleza rebelada debía causarles gran temor, el suficiente para hacerles ofrendas a cambio de que les concediera benignidad.
Otro huracán que dejó memoria hasta en la literatura azotó La Habana el 15 de octubre de 1768. Los habaneros lo llamaron tormenta de Santa Teresa, y se estima que alcanzó la categoría 5 (máxima) en la escala Saffir-Simpson. Informa la misma fuente:
Los daños más significativos en la Capital se atribuyen al impacto dinámico del viento y a las fuertes lluvias que se prolongaron durante varios días. Los valores de la presión atmosférica mínima y de la velocidad del viento son desconocidos. Las víctimas reportadas ascendieron a 43 muertos y 116 heridos, además de contarse 4 144 casas destruidas -96 con cubiertas de teja y 4 048 con cubiertas de madera y guano-. Un dato que permite evaluar la intensidad del viento fue la destrucción de “70 varas de las murallas que rodeaban a la Ciudad”, (unos 60 metros). También se conoció del hundimiento y varadura de buques fondeados en la bahía, forzados por las rachas hacia la ensenada de Atarés, en la parte sur de la rada habanera. El Capitán General, Antonio María Bucarelli, determinó solicitar auxilios al Virreinato de Nueva España (México), con el fin de aliviar la falta de alimentos atribuida a la destrucción de las cosechas, así como algunos materiales para la construcción que ayudasen a paliar los daños causados por el meteoro. Resulta de interés señalar que Cirilo Villaverde y Alejo Carpentier, incluyeron referencias a este huracán en sus novelas Cecilia Valdés y El Siglo de las Luces, respectivamente.
En junio de 1791, ruge sobre La Habana nada menos que el célebre temporal de Barreto, así llamado porque las desbordadas aguas del pacífico río Almendares arrasaron la mansión del conde Barreto, en las cercanías de Puentes Grandes, la misma noche en que estaba teniendo lugar en el salón principal el velatorio del finado aristócrata, quien pasó a mejor -o a peor vida en vista de sus muchas perversidades- sin más compañía que unos pocos esclavos fieles. El torrente se llevó el ataúd ante los ojos de los negros espantados, quienes se treparon a las escaleras de piedra de la casa para evitar acompañar a su amo en su último y húmedo viaje.
Aunque se cree que este huracán solo alcanzó la categoría 3, provocó extensas inundaciones en territorios de las actuales provincias de Artemisa, Mayabeque y La Habana, debido a las intensas lluvias que trajo consigo.
Algunas crónicas -acota nuestra fuente- señalan 33 muertos y 100 heridos y lesionados, pero en otras fuentes aparecen más de 1 000 víctimas, además de unas 11 000 reses ahogadas. Se reportaron severos daños en 20 potreros, 60 estancias y 99 viviendas, así como la destrucción de la infraestructura de caminos. El mayor puente de Cuba (construido en Puentes Grandes, municipio de Marianao) fue demolido por la corriente del río Almendares, que alcanzó 10 metros sobre dicha estructura y movió bloques de piedra cuyo peso se estimó entre tres y cuatro toneladas. Hubo graves daños en los molinos de tabaco del Rey, donde el agua arrancó bloques de piedra de unas cuatro toneladas de peso. En la comarca de Güines se reportó la pérdida de 115 (¿?) de tabaco secado; y gran parte de la masa vacuna, porcina y avícola de la región resultó diezmada por epizootias subsiguientes al evento.
Difícil creer que aquel fenómeno fuera solo un modesto 3.
Pero hay dos ciclones de los cuales, quienes tuvieron la desgracia de haberlos vivido y hoy ya no están entre nosotros, dejaron testimonio para las generaciones posteriores, de que la naturaleza se había ensañado realmente con la ciudad y sus habitantes. Uno de ellos fue el celebérrimo ciclón del 26, que a mí me describían mis abuelos con un horror en sus caras que no se había borrado después de tantos años. Dice la fuente:
La Capital es duramente azotada por un huracán de categoría SS-4 y una extensa inundación costera. En el Observatorio Nacional (Casablanca) se midió una presión atmosférica mínima de 950 hPa, 195 km/h de velocidad del viento, y 500 mm de lluvia en 24 horas. El informe oficial fijó en 583 la cifra de muertes, además de 5 mil heridos y pérdidas económicas por 108 millones de pesos. Fue el primer huracán en golpear la infraestructura técnica de La Habana moderna, pues causó daños muy costosos en las redes de transmisión eléctrica, telefonía, torres de radio, distribución del gas, el acueducto de Albear y el canal de Vento. Miles de árboles en calles y parques fueron arrasados. La intensidad del viento fue tal que retorció y derribó armazones de acero en varias industrias y almacenes de la Ciudad, como ocurrió en la casa de calderas del central Toledo (después, Martínez Prieto), donde los perfiles de acero que sustentaban el techo cayeron doblados, y destruyeron casi toda la maquinaria y dos locomotoras del ferrocarril azucarero; sus chimeneas fueron derribadas por el viento. El centro del meteoro salió al mar por las inmediaciones de Cojímar, y ello dio lugar a la generación de marejadas que inundaron el litoral habanero en el tramo comprendido entre La Punta y El Vedado. Las aguas avanzaron unos 500 metros sobre el área urbana.
Todavía habría que agradecer que no se trató de un categoría 5, pues si un 4 pudo hacer todo eso, uno mayor hubiera dejado a la isla sin capital. Mis dos familias, la paterna y la materna, perdieron todo lo que poseían en las inundaciones, incluidas sus humildes viviendas, que fueron arrastradas por las aguas enfebrecidas.
Mi abuela me contaba que su madre los sacó a ella y sus hermanos atados todos por las cinturas con cuerdas gruesas de varios nudos, y mientras luchaban por abrirse paso entre el embate de las aguas desatadas, veían pasar por su lado cadáveres de personas y animales, incluidos vacas, perros y caballos, y algunos adultos y niños que, aún vivos, braceaban con desesperación, en vano intento por salvar sus vidas.
Mi madre, niña aún en 1944, guardaba muy vívidos recuerdos de la huida de su familia hacia una zona alta durante el ciclón tremebundo de aquel año que, sin embargo, los viejos juraban que no había superado al del 26. Cada cierto tiempo ella revivía aquel día espantoso en que todos creyeron que no verían más el sol. No podía librarse del recuerdo.
Por su situación geográfica, La Habana suele encontrarse en la trayectoria de ciclones, huracanes y meteoros, que vienen por las islas del Caribe muy dispuestos a enrumbar hacia Yucatán o La Florida, pero antes suelen dejar por aquí sus dramáticas tarjetas de visita, como aquella palma que exhibió durante décadas su tronco atravesado por una tabla de pino que los vientos, enloquecidos, habían transformado en una lanza digna de Júpiter Tonante.
La lista es larga, en verdad, y solo hemos querido hacer un poco de memoria, porque siempre la gente se pregunta cuál fue el primer ciclón que azotó La Habana. Ahora ya lo sabemos. (Gina Picart Baluja. Imagen de portada: tomada de la red social X)
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RSL
[1] Cronología de las tormentas tropicales y huracanes que han afectado a La Habana. http://rcm.insmet.cu/index.php/rcm/article/view/493/768