El Centón Epistolario es una colección de cartas recibidas por el
intelectual habanero Domingo Del Monte en una dinámica correspondencia que
sostuvo con colegas de su época y amigos dentro y fuera de Cuba.
Del Monte comenzó a coleccionarlas
desde su temprana juventud, las clasificó, las encuadernó y las conservó,
porque sabía, hombre brillantísimo como fue, que constituían un tesoro del
pensamiento cubano y un valioso legado para la posteridad.
Del Monte nació en 1804 en
Maracaibo, Venezuela, y murió en 1853 en Madrid, España.
Vino muy niño a Cuba, traído por su
familia. Estudió en La Habana, en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio,
donde fue discípulo del presbítero Félix Varela.
Fue mecenas de artistas, entre quienes
descubrió, protegió e impulsó a la fama al esclavo poeta Juan Francisco
Manzano.
Se le considera el primer crítico
literario cubano y orientador del movimiento intelectual de la incipiente
nación en la primera mitad del siglo XIX, cuando Cuba solo era una provincia
española. Viajó por Europa y Estados Unidos y fue un políglota que llegó a
dominar cinco idiomas.
Como crítico intuitivo y sagaz, fue
el primero en percatarse de la importancia del poeta José María Heredia, cuya
obra poética consideró el umbral de la nueva lírica cubana. La parte más
significativa de su obra, sus críticas literarias, fue publicada en la Revista Bimestre de la Isla de Cuba (1831-1834), órgano de la Sociedad Económica de Amigos del País,
de la que fue uno de sus principales animadores.
Uno
de sus más grandes sueños fue impulsar la creación de una Academia Cubana de
Literatura, para que los escritores tuvieran su propia casa donde desarrollar
esta vertiente de la creación artística, pero no pudo materializar esta ambición.
En su lugar, y para poder aglutinar a lo que más valía en el mundo de las
letras, creó sus célebres tertulias, cuya fama ha sobrevivido al tiempo y al
olvido. En ellas se daba lectura a las obras de todos los participantes,
incluso las que aún se encontraban en pruebas de galera y no habían visto la
luz.
Entre
todos los miembros, realizaban críticas constructivas a los textos, buscando
mejorar no solo la redacción, sino también la exposición del pensamiento de los
autores. Entre quienes asistían a esta especie de precursora de los actuales
talleres literarios se encontraban José Manuel de Cárdenas, José Jacinto Milanés y el ya mencionado
poeta negro Juan Francisco Manzano.
Del
Monte publicó también sus trabajos de crítica literaria, al parecer lo más interesante
de su obra personal, en publicaciones de la época como El Revisor Político y Literario, El Plantel, La Moda, La
Revista Bimestre, El Aguinaldo Habanero, El Mensajero Semanal, el Álbum y El Puntero Literario.
Pero
Del Monte no fue solo un intelectual de torre de marfil. Habiendo sido formado
por Varela, tenía una conciencia política, aunque nunca se definió
abiertamente por el independentismo.
Era
opuesto a la esclavitud y se cree que se involucró de algún modo en la fatídica
Conspiración de la Escalera, y aunque las autoridades españolas nunca pudieron
probar su participación debido a la cautela que siempre mantuvo en torno a sus
actividades políticas, fue víctima de persecuciones, a lo que contribuyó su
parentesco con el rico hacendado y conspirador Miguel Aldama, quien edificó el
Palacio Aldama.
Del
Monte entró en esa familia a través del matrimonio con la hija, Rosa Aldama, y la
pareja residió en un ala del mismo inmueble.
Víctima
de acoso incesante, tuvo que exiliarse en Madrid, donde murió ocho años más
tarde.
Apenas
los Aldama y los Del Monte abandonaron Cuba, miembros del Cuerpo de Voluntarios irrumpieron en el palacio y saquearon joyas, obras de arte, muebles, lámparas, espejos,
guardarropas y cuanto pudieron encontrar, incluso hasta la magnífica biblioteca
delmontina, que atesoraba ejemplares del siglo XVI sobre la isla de Cuba. Se
dice que hasta las fastuosas colgaduras fueron arrancadas, y lo que no pudieron sacar,
lo quemaron.
Se
sabe, sin embargo, que una parte de los valiosísimos volúmenes fue a parar al
Casino Español, gracias a lo cual no se perdió.
Aunque
nunca hayan aparecido pruebas claras de una participación activa del gran
intelectual en las inquietudes políticas de su tiempo, bastaría este fragmento
de una carta dirigida a él por Miguel Aldama para incriminarlo y arrastrarlo a
compartir el triste destino de su suegro y de tantos otros intelectuales de su
generación:
Mi queridísimo hermano:
Tengo en mi poder sus
dos apreciables del 6 y 11 de novbre. Ambas traídas por Pepe Alfonso (...)
nosotros por acá, vamos bien sin novedad alguna, a pesar de estar algo
alarmados con el estado de exaltación en que están todas las negradas de las
fincas (...) se nota cada dia mayor firmeza en ellos, mayor tendencia á
sublevarse y á disputar á viva fuerza sus derechos (...) Pero, extrañaríamos
que hombres esclavos se levantaran y pelearan por su libertad? Si es, que ya los
hacendados vuscan seguridad, piden destacamentos en los pueblos de campo y cual
mas, cual menos, piensa en el porvenir. Invéciles que son! Que al tratar de su
seguridad piensan solo en el asesinato y el suplicio para esos infelices. No
consideran que poco hacen las bayonetas cuando son mas fuertes los que pelean
por una causa tan justa y que mientras exista la trata no podrá jamas haber
seguridad...”[1]
El
exquisito gusto de Del Monte queda de manifiesto en la siguiente cita, perteneciente
al prólogo del Volumen I del Centón
Epistolario, debido a la pluma de la investigadora francesa Sophie Andioc, y
publicado por la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz en un ejemplar de más de
500 páginas:
Las cartas cubren, como ya indicamos, de 1822 a 1845. No solo
fueron preservadas y clasificadas, sino que su dueño las dotó de una cuidada y
bella encuadernación llevada a cabo en París por los más célebres especialistas
franceses en estas lides. En particular el tomo VII posee un tratamiento en la
encuadernación y en el trabajo artístico del dorado, obra del afamado maestro
parisino Simier du Roi.
Como
suele suceder con todo verdadero gran crítico literario, su influencia se dejó
sentir en la formación de un gusto nacional que marcó su época y las décadas
posteriores a su muerte. José Martí se refirió a él como “el cubano más real y
útil de su tiempo”.
El Centón Epistolario, publicado en varios países, tuvo una edición en 2002 en la Feria Internacional del Libro de La Habana. (Gina Picart Baluja. Foto: blog Hija del Aire)
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