En pleno siglo XXI, muchos
piensan todavía que ciertas artes, profesiones y oficios no se les “dan bien” a
las mujeres, y en esta creencia ocupa un lugar destacado la Filosofía.
Sin embargo, la Historia recoge nombres de mujeres que
no solo incursionaron con brillantez en ese campo del conocimiento, sino que
fueron también importantes y muy destacados miembros de las escuelas de
pensamiento en las que se inscriben sus obras y hasta creadoras de concepciones
nuevas.
Entre ellas se encuentra
la española María Zambrano, que vivió a intervalos en La Habana y fue una
figura de culto para los miembros del Grupo Orígenes.
Un Día Internacional de la Mujer, recordar
su vida y aportes al pensamiento filosófico es, más que un deber, una deuda.
MILITANTE POLÍTICA Y FEMINISTA LIGADA A CUBA
María Zambrano Alarcón nació en 1904 Málaga, España, en el seno de una familia de intelectuales profesionales.
Murió en Madrid en 1991, por lo que, a pesar de su salud
delicada desde la infancia, tuvo una vida larga y fecunda.
Fue intelectual, filósofa y ensayista. Estudió el
bachillerato en un instituto donde solo ella y otra compañera representaban al
sexo femenino.
Se licenció en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Madrid y comenzó un Doctorado.
Tuvo que abandonar España durante la Guerra Civil y residió
a intervalos en La Habana, donde fue amiga personal de José Lezama Lima y tuvo
una presencia importante en los círculos intelectuales de la capital cubana, en
especial entre los Origenistas.
Desde el principio de su carrera, María tuvo una amplia
participación en la vida intelectual madrileña, donde actuó como enlace entre
diferentes generaciones de escritores y artistas, pues fue amiga tanto del
filósofo español Ortega y Gasset como de los jóvenes poetas Federico García
Lorca y Miguel Hernández.
Se integró al aparato de la coalición republicano-socialista
y asistió a la proclamación de la Segunda República Española, en la Puerta del
Sol, pero no aceptó ser candidata a las Cortes como diputada por el Partido
Socialista Obrero Español (PSOE).
Mostró un gran interés por la filosofía, la literatura y el
arte, y comenzó a desarrollar un estilo de escritura caracterizado por su
profundidad y su capacidad para abordar, de manera accesible, temas complejos.
Mientras se encontraba bajo la influencia de Ortega y
Gasset, firmó el Manifiesto y creación del Frente Español, pero, al descubrir
que se trataba de un movimiento político de corte fascista, aprovechó su
influencia dentro de la membresía y lo disolvió.
María ejerció el periodismo y el profesorado. Publicó
artículos y ensayos; fue una presencia importante dentro de las Generaciones
del 27 y el 36 y se afilió al pensamiento republicano durante la Guerra Civil.
Como ocurriría después en La Habana, su casa madrileña se
convirtió en centro de reunión de intelectuales y poetas que asistían fielmente
a sus veladas de té.
Así comenzó María a perfilar su pensamiento filosófico,
pasando de impugnar el racionalismo extremo a ser fuerte defensora de su
sustitución por la razón poética.
En 1936, María contrajo matrimonio con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, secretario de la embajada de España en Chile, país al que viajó el matrimonio. Durante una escala en La Habana, pronunció una conferencia sobre Ortega y Gasset y conoció a Lezama, quien llegó a convertirse en su mejor amigo cubano y uno de los más fieles que tuvo a lo largo de su vida.
Ocho meses después, en plena Guerra Civil Española, la pareja regresó a España, justo cuando ya la guerra se avizoraba perdida para los republicanos.
Su esposo se incorporó al Ejército, y ella colaboró en la defensa de la República desde el consejo de redacción de la revista Hora de España.
Participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia, donde conoció a Octavio Paz, Elena Garro, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y la filósofa francesa Simone Weil.
Fue nombrada consejera de Propaganda y consejera Nacional de la Infancia Evacuada. Participó en la reapertura y gestión de la Casa de la Cultura de Valencia.
Tras la capitulación de Barcelona ante las tropas franquistas, el matrimonio decidió exiliarse.
Radicada en México, fue nombrada profesora en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo de Morelia, (Michoacán), cargo en el que no quiso permanecer.
De 1940 a 1945, trabajó en seminarios y ciclos de conferencias, dictando lecciones y cursos en diversas instituciones cubanas y puertorriqueñas, como el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, la Asociación de Mujeres Graduadas y el Ateneo, o la Asamblea de Profesores de Universidad en el exilio reunida en La Habana.
Continuó su labor periodística y, durante sus errares caribeños, publicó sus libros La Confesión: Género Literario y Método, La agonía de Europa o El pensamiento vivo de Séneca.
Mientras tanto, la Segunda Guerra Mundial había destruido a su familia, y su madre ya no vivía.
Cuando París fue liberada de la ocupación nazi, María se reunió allí con su hermana viuda, y ambas se instalaron en la Ciudad de la Luz. En esa etapa, se divorció.
A partir de entonces, María y su hermana comienzan una vida errante que va de México a La Habana, de La Habana a París, de París a Roma, perseguidas por dificultades económicas y también legales, como ocurrió a muchos intelectuales republicanos españoles que decidieron permanecer en Europa, no así a los que vinieron a países latinoamericanos y caribeños, donde fueron acogidos con gran respeto y pudieron continuar sus carreras en centros prestigiosos, como fue el caso de Herminio Almendros.
En 1953, las hermanas Zambrano regresaron a La Habana, pero la compleja situación política de Cuba las disuadió de instalarse y regresaron a Roma.
A pesar de su salud cada vez más frágil, María se integra a los círculos intelectuales, en los que conoce a numerosos artistas, escritores y pesadores latinoamericanos, norteamericanos y europeos.
Allí escribe un amplio conjunto de artículos, ensayos y libros, entre cuyos títulos figuran España, sueño y verdad y La España de Galdós.
Permaneció en Roma hasta que fue expulsada junto con su hermana por un senador fascista, con el pretexto de que la filósofa había dado hogar a 13 gatos sin las debidas condiciones higiénicas y ambientales.
María tuvo que regresar a París, donde las autoridades la consideraban persona peligrosa. Las hermanas se instalaron en una casa solitaria en medio de un bosque, donde disfrutaban las visitas de sus amigos españoles e italianos. Allí María escribió La tumba de Antígona, El hombre y lo divino y Claros del bosque. En esos años, su obra comenzó a ser reconocida en España.
Tras la muerte de su hermana, regresó a Madrid, donde en 1982 la Universidad de Málaga acordó su nombramiento como doctora honoris causa. Ya anciana, recibió los dos máximos galardones literarios concedidos en España: el Premio Príncipe de Asturias, en 1981, y el Premio Cervantes, en 1988. Al final de su vida, su eterno padecimiento, la tuberculosis, la venció.
Las obras que escribió en sus últimos años abordaron temas como la memoria, el tiempo y la trascendencia, y la relación entre el individuo y el cosmos. Entre sus textos más destacados, se encuentra Claros del bosque (1977), una pieza monumental que refleja su pensamiento maduro y sus reflexiones sobre la existencia humana.
Como nota poética y final, cito que “murió en Madrid el 6 de febrero de 1991, y fue enterrada entre un naranjo y un limonero en el cementerio de Vélez-Málaga. Hermoso detalle que se aviene muy bien con el último lugar de reposo de una mujer que fue tan apegada al espíritu de la poesía.
María Zambrano fue un intelecto brillante, supremamente inquieto y muy versátil. En ella confluyeron armoniosamente el sentido de lo divino —que impregna todo su pensamiento filosófico— y una fervorosa militancia política y feminista de la que nunca abdicó. Su obra es considerada hoy esencial para la consolidación de la literatura española moderna. (Gina Picart Baluja. Foto: red social X)
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