La admiración que
siempre sentí por Oscar Hurtado, uno de los tres fundadores de la primera
escuela de ciencia ficción en Cuba, me llevó hace muchos años a interesarme por
la vida y obra de este hombre de espectro temático infinito.
Cantaba ópera,
traducía a Shakespeare, era capaz de actuaciones magistrales como demostró en
el rol del párroco en el filme Una pelea
cubana contra los demonios, de Tomás Gutiérrez Alea, fue un ajedrecista tan
incansable como invencible y un conversador no solo ameno, sino cultísimo.
Leí Los papeles de Valencia el Mudo aún en
pruebas de galera, compilación hecha por la escritora Daína Chaviano, y decidí
que, si ella había tenido acceso a la papelería de Hurtado a través de Évora
Tamayo, viuda del escritor, yo lo haría también.
Visité a Évora,
me dio las cajas, que revisé minuciosamente, y encontré, entre muchas cosas
interesantísimas, un fervoroso poema dedicado a alguien llamado Regina. Évora
me dijo que se trataba de la actriz habanera Myriam Acevedo, ícono cultural de
los años 60 en Cuba y amor secreto y no correspondido de Hurtado.
Ya no recuerdo el
poema, pero Myriam Acevedo se convirtió en un enigma que me urgía descifrar.
Casi no había
información sobre ella porque se había exiliado en Italia. Pero el tiempo
cambia muchas cosas. Así, he logrado saber más sobre esta mujer, calificada
como enigmática, excelente cantante y gran actriz, con una presencia escénica
impresionante.
Su típico perfil,
su nombre de ortografía hebrea, y su apellido sefardí, además del tremendo
sentido del humor que se le atribuía, me hacen sospechar que, si tenía esos
ancestros, a ellos debía de alguna manera el impacto causado por sus
interpretaciones en escena, algo que ha caracterizado al teatro judío y sus
actores a través de los siglos.
Todos esos
talentos combinados hicieron de ella la figura central que animó con un show
personalísimo nada menos que las noches de El Gato Tuerto, el cabaret y centro cultural más importante de la década
sesentera en La Habana.
Resultó la musa
alrededor de la cual se nuclearon todas las grandes personalidades habaneras
del mundo del arte y el espectáculo, y la artista que inauguró el concepto de
café-concert, aún antes que algo semejante existiera en París.
Fue gran amiga de
Virgilio Piñera, Pablo Milanés y de otros muchos artistas de la época, todos
fieles de las tertulias de El Gato… gracias a la habilidad nucleadora del gran
promotor cultural Felito Ayón.
Como actriz,
deslumbró al escritor y filósofo francés Jean Paul Sartre, quien la eligió para
representar los protagónicos de sus obras teatrales La ramera respetuosa.
Sobre si también
interpretó el papel de Electra en la obra de Virgilio Piñera Electra Garrigó, las opiniones
divergen. Con La ramera… participó
en el Festival de Teatro Hispanoamericano celebrado en Montevideo, Uruguay. Esa
puesta fue la apertura hacia Latinoamérica que propició el triunfo
revolucionario cubano.
También integró el
elenco de La noche de los asesinos,
de José Triana, dirigida por Vicente Revuelta, en 1966: igualmente otra pieza
emblemática del teatro cubano.
Cuando encontré
en internet imágenes suyas, mi primera reacción fue de impacto, y comprendo lo
que sintieron quienes la conocieron y la vieron actuar.
Era
extraordinariamente bella, siempre vestía de negro y con gran elegancia, y
muchos compararon su look existencialista con el de la actriz y cantante
francesa Juliette Greco, a quien, en mi opinión, superaba en todos los
sentidos.
Su formación
teatral fue sólida. Tras el bachillerato, ingresó en la Academia de Arte
Dramático. Trabajó en el Conjunto Dramático Nacional y con el grupo Teatro Estudio.
En 1955, viajó a
New York, y allí permaneció cinco años en Broadway, donde interpretó Las criadas de Genet en el Community
Players of New York. En esa ciudad, estudió con la maestra Estela Adler,
considerada una de las más importantes seguidoras del método Stanislavski.
A su regreso a
Cuba, tuvo un espectáculo en el cabaret Capri, que le valió una gira por China
y otros países, con gran éxito de público.
El teatro cubano
en tiempos de Myriam se caracterizó por llevar a escena lo mejor y más actual
de la producción teatral nacional y extranjera.
Ella trabajó con
Vicente Revuelta, José Triana y Lizárraga, quien la dirigió en Santa Juana de
América, entre otros grandes directores cubanos. También interpretó obras de
Ibsen y Bertold Bretch.
En 1968, salió de
Cuba con un permiso de trabajo y se instaló en Italia. En 1974, protagonizó
allí Orlando furioso, y mantuvo una
fructífera relación teatral con el director Luca Ronconi, quien la dirigió en
1977 en Calderón, de Pier Paolo
Pasolini. Su magnífica interpretación le valió el Premio Ubú.
Con Ronconi,
fundó el Laboratorio de Teatro y vivió cerca de dos años dentro de una
comunidad cuyo principio de vida era el arte escénico.
En 1991,
representó a Italia en el VI Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami
con el unipersonal A quien pueda
interesar, espectáculo que incluía textos propios, de Guillermo Cabrera
Infante, Reinaldo Arenas y Virgilio Piñera, entre otros autores cubanos.
Falleció en
Italia el 22 de julio de 2013. Su muerte fue muy lamentada por los grandes
críticos del teatro cubano, y su recuerdo ha sido venerado por varias
generaciones de Elsinor, la Escuela de Teatro del Instituto Superior de Arte
(hoy Universidad de las Artes, ISA).
Todo ello a pesar de que nunca grabó un disco y es probable que no existan
testimonios audiovisuales de su quehacer como actriz.
¿Es de extrañar
que alguien como ella se convirtiera en obsesión para un hombre con la
sensibilidad y fantasía de Oscar Hurtado? (Gina Picart Baluja. Foto: Ecured)
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