La figura de José Raúl Capablanca y Graupera (1888-1942) continúa siendo un referente imprescindible en la historia del ajedrez. El cubano se convirtió en el tercer campeón mundial y en uno de los jugadores más influyentes del siglo XX.
Su victoria sobre Emanuel
Lasker y la defensa del título entre 1921 y 1927 marcaron una etapa decisiva en
el desarrollo del deporte ciencia en el país.
Desde temprana edad,
Capablanca mostró una precocidad notable, al punto de proclamarse campeón de
Cuba a los 13 años. Ese talento temprano le valió el apelativo de "el
Mozart del ajedrez", mientras que su estilo preciso y su capacidad para
evitar errores lo llevaron a ser reconocido como "la máquina del
ajedrez".
Entre 1916 y 1924,
protagonizó una de las rachas más destacadas registradas: ocho años sin perder
una sola partida, enfrentándose a los principales jugadores del mundo y
manteniéndose invicto en torneos internacionales.
Durante su carrera, el
nacido en La Habana acumuló 302 victorias, 246 tablas y solo 35 derrotas,
cifras que reforzaron su reputación como un jugador de técnica depurada.
Aunque su nombre quedó
asociado para siempre al tablero, el ajedrecista también mantuvo una relación
cercana con el béisbol, deporte que practicó desde niño.
El periodista José A.
Gelabert y primer biógrafo del famoso Capablanca narró que en el año 1898, a la
finca El Destino, en Aguacate —actual Mayabeque—, viajó hasta allí el Marqués
de Valdecilla, Ramón Pelayo de la Torriente, con el propósito de enfrentar al
niño prodigio en una partida. Capablanca, sin embargo, se encontraba jugando
pelota y no quería acudir al llamado de su padre, quien le recordó la
importancia del visitante. Finalmente, fue llevado a regañadientes a cumplir
con el compromiso.
Pocos minutos después, sus
amigos lo vieron salir corriendo y pensaron que había sido liberado del
encuentro, pero el pequeño los sorprendió con una frase que anunciaba su
destino brillante: "No me dejaron. ¡Es que ya le di jaque mate!",
según relató el periodista e historiador del ajedrez Jesús G. Bayolo.
En 1904, Capablanca fue
enviado a Nueva York para estudiar inglés y preparar su ingreso a la
Universidad de Columbia, financiado por el propio Marqués de Valdecilla. Dos
años más tarde matriculó Ingeniería Química, integrándose además al equipo
universitario de béisbol como jugador de cuadro, hasta que una lesión en
segunda base interrumpió su participación.
El biógrafo Jorge Daubar
señala que incluso fue contactado por un cazatalentos de los New York Yankees,
quien le ofreció un contrato que finalmente rechazó.
Sin embargo, el juego de los
strike y las bolas quedó como un pasatiempo. En 1935, cuando el periodista
estadounidense Quentin Reynolds le preguntó por su mejor partida de 1927 —año
en que perdió el título ante Aliojin— Capablanca respondió: "Lo único que
me viene a la mente de ese año son los 60 jonrones de Babe Ruth y la buena
actuación del lanzador cubano Adolfo Luque".
En una anécdota poco
conocida, Olga Chagodaef, segunda esposa del célebre "Máquina
Invencible", reveló que "se reía pensando que si no hubiera sido por
su mal hombro podría haber llegado a convertirse en un jugador profesional de
béisbol".
A más de un siglo de sus mayores hazañas, la figura de Capablanca permanece como un símbolo del ajedrez universal y de la cultura deportiva cubana, cuya influencia continúa vigente.
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(Autoría: Aynelis Sánchez Martínez – Radio COCO)
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