Coney Island Tropical: La Quiebra del Sueño del Parque de Diversiones de La Habana Republicana

Coney Island Tropical: La Quiebra del Sueño del Parque de Diversiones de La Habana Republicana
Coney Island Tropical: Parque de Diversiones de La Habana Republicana. Foto tomada de Internet 

La Habana de los años 50 era el epítome del glamour, el juego y la sofisticación caribeña. Pero más allá del lujo de los hoteles de lujo y los cabarets de fama mundial, existía una aspiración más familiar, más popular: crear un parque de diversiones masivo, un "Coney Island tropical" que rivalizara con los grandes de Estados Unidos. 

Este sueño, sin embargo, se convertiría en una de las grandes quimeras empresariales de la era republicana, un símbolo de ambiciones desmedidas y de la frágil economía bajo la superficie del esplendor.

El proyecto se llamó "Parque Luna" (no confundir con el modesto parque infantil del Malecón) y fue concebido a finales de los 40 por un consorcio de inversionistas cubanos y norteamericanos. Su ubicación planeada era estratégica: una vasta extensión en la barriada de Miramar, cerca del entonces futurista túnel bajo la bahía. 

Los planos, exhibidos con bombos y platillos en los diarios, mostraban una fantasía de acero y luces: una montaña rusa de madera que se alzaría sobre la costa, una noria gigante con vistas al mar, un tren fantasma con temática de piratas, piscinas de olas y decenas de atracciones mecánicas. 

Se prometía un lugar donde la clase media emergente y los turistas podrían disfrutar de "diversión sana y moderna".

La prensa de la época lo bautizó como "el sueño de la Habana moderna". Se vendieron bonos, se hicieron campañas publicitarias y hasta se colocó la primera piedra en una ceremonia a la que asistió el propio presidente. Sin embargo, pronto comenzaron los problemas. Las licencias se enredaron en una maraña de corrupción y sobornos. 

Los costos de importar la maquinaria desde EE.UU. se dispararon debido a aranceles y la burocracia. Los terrenos, ganados al mar, presentaron inesperados desafíos de cimentación. 

Pero el golpe definitivo fue financiero: los fondos, manejados de manera opaca, comenzaron a desviarse. Rumores de malversación llenaron las páginas de los periódicos sensacionalistas.

Para 1956, el "Parque Luna" era solo un solar vallado, lleno de maleza y de estructuras metálicas oxidadas que nunca se ensamblaron. Era una cicatriz urbana, un recordatorio grotesco de una promesa incumplida. Los niños que soñaron con montar en su carrusel se hicieron adolescentes viendo cómo el óxido consumía su ilusión. 

El parque se convirtió en metáfora de la época: grandilocuencia en la superficie, vacío y corrupción en los cimientos. Mientras La Habana vivía su última y febril fiesta, el solar fantasma de Miramar era un mudo presagio del derrumbe que se avecinaba. 

El sueño del "Coney Island" tropical nunca despegó, y sus ruinas, finalmente demolidas en los 60, quedaron como una atracción fallida en el parque de diversiones de la historia republicana.

Por Gina Picart 

SST -JCDT 

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