Hubo una primera versión de la novela Cecilia Valdés o La loma del Ángel, en la que el personaje protagónico era casi una aristócrata de la Ilustración que hasta sabía tocar el arpa, y aseguran quienes la han leído que tenía un lenguaje deficiente y muy monótono.
Es solo en la versión que conocemos
(que terminó en 1879 y publicó por vez primera en Nueva York en 1882) donde ya Cirilo Villaverde tuvo a su personaje completamente dado a luz, con la densidad carnal
que hoy nos deslumbra, y donde puso en escena el habla de diferentes estratos
sociales.
Mucho he escuchado el comentario de que habiendo sido Villaverde un hombre políticamente tan comprometido, su Cecilia fuera, por el contrario, una mujer perfectamente desentendida de todo lo que no se relacionara con túnicos, bailes y pasiones donde tenía más peso la carne que el espíritu. Pero no se debe olvidar que en la Cuba colonial el sensor no era un personaje más o menos disimulado tras un buró y un cargo de funcionario de Cultura en apariencia inofensivo y elegantemente enguayaberado, sino un ser muy real, una autoridad colonial que ostentaba un puesto con ese nombre, sin tapujos y con ilimitados poderes.
Villaverde tuvo que aplicar a su literatura una especie de control aséptico del que prescindió, sin embargo, en su periodismo. Hoy lo llamaríamos autocensura. Para los muchos espectadores que se han declarado insatisfechos con la versión para cine que hiciera Humberto Solás de la novela, constituiría, sin duda, un buen ejercicio intelectual dedicarse a comprender que, de haber podido, Villaverde habría escrito una novela quizá más politizada que la película tan duramente criticada por su falta de fidelidad al original.
Realista, como toda novela de
costumbres, Cecilia Valdé rebasó con creces los marcos del costumbrismo
criollo que imperaba en las literaturas de su época (y aún después) para convertirse en
uno de esos productos de las literaturas nacionales que encierran en sus
páginas un mundo tan fielmente retratado, que hasta supera en consistencia a la
propia realidad, y a casi siglo y medio de haber sido escrita, aún sigue
conmoviéndonos y no solo conserva, sino que ha reacreditado su total y absoluta
vigencia en la sociedad cubana de ahora mismo, al tiempo que legó a nuestras
letras un monumento que nada ni nadie ha podido remover de su lugar, y cuya grandeza se hace cada día más visible
e incuestionable: lección que deberían estudiar y aprender todos aquellos que
pretenden escribir un libro “cubano”, caricaturizando y estereotipando una
realidad que, en el fondo, están muy lejos de entender.
Dos siglos después, Cirilo Villaverde y su Cecilia Valdés no han podido ser superados en Cuba como los ejemplos icónicos de aquellas célebres palabras dichas por Stendhal, otro grande de la literatura universal: “Una novela es un espejo que se pasea a lo largo de un camino”. (Gina Picart. Foto: ACN)
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