Nada más distante de la Torre de Babel que el historiador
cubano Pedro Pablo Rodríguez, a cargo de la edición crítica de las Obras
Completas de José Martí (1853-1895), pero también de las más mundanas
obligaciones de la casa.
El doctor en Ciencias Históricas y Premio Nacional de
Ciencias Sociales y Humanísticas (2009) vive en un sencillo apartamento a unos
100 metros del malecón habanero, en la popular barriada de Cayo Hueso, uno de
los reservorios históricos de cubanía en La Habana.
También está a escasos pasos de la Fragua Martiana, donde
radicaran las canteras de San Lázaro, lugar donde el Apóstol de la
independencia conoció en carne propia la crueldad del presidio español por ser
tachado de infidente con solo 17 años.
Desde allí, rodeado de libros diversos, el investigador del
Centro de Estudios Martianos estudia la vida y obra del Héroe Nacional cubano,
a la vez que lucha contra los altos decibeles del reggaetón de turno que
transgrede la privacidad de su hogar a las más altas horas de la noche,
violando los límites de la decencia y el civismo.
Conversador inteligente e incansable, el también profesor
confiesa que sigue aprendiendo a sus 72 años, mientras escudriña cada día entre
los significados de cada palabra escrita por el Maestro, como también llaman a
Martí en la isla caribeña.
Pero nada humano le es ajeno, mucho menos los conflictos
terrenales que enfrenta Cuba en estos tiempos de creciente zozobra global y de
riesgos para la nación, amenazada desde siempre por la codicia imperial, motivo
de su alerta sobre la importancia de promover y defender los más altos valores
de la cultura del país.
En entrevista exclusiva para Prensa Latina, subrayó que,
para Martí, la cultura en su sentido más amplio, también la artística y
literaria, era un elemento básico a fin de sostener la unidad entre los cubanos
en las luchas por la independencia.
Explicó que para el escritor y poeta también eran parte de
la cultura la educación, los aportes de la investigación científica y todo
aquello que estudiara a los seres humanos, los pueblos, identidades,
costumbres, hábitos, fiestas populares, comidas tradicionales.
Aclaró que, al mismo tiempo, dio una relevancia particular a
las distintas expresiones del arte y la literatura, a sus más renombrados
exponentes de la época, tanto en Cuba como en el mundo, y de todo aquello
escribió artículos, crónicas y reseñas en diferentes publicaciones.
“No sé cómo lo lograba, ni me lo imagino, pero estaba muy
informado de lo que se hacía en América Latina, sobre todo en Cuba”, indicó,
llamando la atención sobre los textos martianos acerca de las principales
figuras de la cultura cubana.
Puso de ejemplo cómo en México aprovechó el paso del músico
José White -violinista y compositor afrocubano (1836-1918)-, a quien admiró
mucho, y le dedicó “unas crónicas deliciosas”.
A la vez escribió sobre otros artistas como Nicolás Ruiz
Espadero -compositor, pianista y profesor (1832-1890), el pintor José Joaquín
Tejada (1867-1943), y Emilio Agramonte (1844-1918), con una escuela de música y
oratoria en Nueva York donde la mayoría de sus alumnos eran latinos, sobre
todo, cubanos.
CON SENTIDO DE NACIÓN
Rodríguez resaltó que en sus investigaciones halló alrededor de 45 textos de Martí dedicados específicamente a figuras de la cultura artística y literaria cubana, de ellos más de la mitad publicados en Patria, el periódico del Partido Revolucionario Cubano (PCR).
“¿Por qué en Patria, que sin duda tenía un sentido y una
orientación, hoy diríamos político-ideológica, un periódico formador de
conciencia patriótica, para impulsar la unidad de la emigración y la unidad de
los emigrados con los patriotas dentro de Cuba?”, dijo.
En su opinión, el líder independentista lo hizo porque sabía
que a través de los artistas y escritores se expresaban los valores, la
identidad, la manera de ser del pueblo, algo que contribuiría con su sentido de
nación.
“Por eso trató de educar y mantener a sus lectores al tanto
de lo que estaban haciendo los representantes de la cultura artística y
literaria cubana, tanto en la isla como fuera del país. Para él no había
diferencias entre el que estaba en Cuba y el que apoyaba las luchas por la
independencia en los clubes del PRC conformados en la emigración”.
El estudioso de la vida del Apóstol comentó que la mayoría
de los artistas cubanos emigrados contribuyeron con la obra del Partido e
incluso algunos de ellos viajaron a Tampa y Cayo Hueso, que no eran grandes
plazas para el arte, pero constituían centros de los enemigos del gobierno
español.
Significó que en esas ciudades se presentaban, exponían y
trabajaban gratuitamente, en el caso de los músicos, para la emigración cubana.
Esos eventos se convertían en actos patrióticos, donde además se hacían
colectas de fondos para el PRC.
Tales iniciativas resultaron exitosas en el propósito de
alcanzar la unidad y de romper las diferencias entre personas que no estaban
vinculadas al debate político, apuntó.
El historiador llamó la atención sobre el hecho de que en
aquel momento buena parte de la población del país era analfabeta, por lo que
el dirigente cubano vinculó los intercambios y encuentros entre emigrados e
intelectuales con la educación, que para él tenía un sentido patriótico.
Martí apoyó y formó parte del claustro de profesores de la
Liga, una asociación de cubanos en Brooklyn, Nueva York, la mayoría negros y
obreros de las tabaquerías, a quienes impartió clases y les llevó a Gonzalo de
Quesada (1868-1915), entre otras figuras de la emigración que eran parte del
movimiento independentista cubano.
Según el periodista, en esos encuentros lo mismo se hablaba
de política que de El Quijote, de los grandes exponentes de las letras
españolas, o del último libro de un cubano o de un hispanoamericano.
Así les fue abriendo horizontes a aquellas personas para que
comprendieran por qué eran valiosos el sentido cultural de lo cubano, los
propios hábitos, costumbres y la defensa de la nación, refirió.
Según el miembro de la Academia de Ciencias de Cuba, Martí
entendió perfectamente que la cultura artística y literaria tenía un papel
decisivo en las luchas por la unidad de los cubanos frente al colonialismo
español. (Prensa Latina)