Rosalía Abreu y la habanera finca de los monos (II)

Como era costumbre en las familias criollas de fortuna, Rosalía Abreu fue enviada a los Estados Unidos a completar su educación. Mientras, su hermana Rosa se casaba en segundas nupcias en París con el doctor Grancher, célebre médico que había sido asistente del sabio Louis Pasteur.

En 1883 Rosalía se unió a la pareja, que había fijado definitivamente su residencia en la capital gala, y allí, en el círculo de amistades de su cuñado, conoció a Domingo Sánchez Toledo, joven cubano estudiante de Medicina, con quien contrajo matrimonio ese mismo año. En 1889, cuando el flamante doctor recibió su titulación, los cónyuges regresaron a La Habana.

LAS DELICIAS

Don Pedro, padre de las hermanas Abreu, había comprado en La Habana una propiedad de nombre Las Delicias, finca de siete hectáreas, según algunos historiadores, mientras otros no definen si tenía cuatro o solo dos hectáreas.

Pensaba usar el lugar como finca de recreo y veraneo para su familia, pero la muerte le impediría llevar a cabo su propósito. La propiedad estaba ubicada en la calzada de Santa Catalina y Palatino, en el Cerro, por entonces una barriada elegante que fue para la alta burguesía habanera lo que más tarde El Vedado, y donde todavía se alzan las mansiones de algunos aristócratas criollos.

La heredad al parecer tocó en suerte a Rosalía, pero el lugar fue casi completamente destruido por un incendio, tras el que apenas quedaron en pie varios muros y algunas estructuras ruinosas y calcinadas.

Cinco años después del siniestro, Rosalía comenzó a construir sobre estos restos una mansión de estilo gótico francés tardío con un toque del neogótico, diseñada por el arquitecto francés Charles B. Le Brun.

En su reconstrucción, se usó por primera vez en Cuba el hormigón armado, técnica constructiva de moda en los Estados Unidos.

El resultado fue un chateau ecléctico que recuerda un castillo medieval, con interiores de ambientación morisca y neogótica y unos vastos y hermosísimos jardines inspirados en los jardines del palacio de Versalles.

Rosalía contrató al pintor Armando Menocal, el más renombrado artista de la plástica cubana del momento, para que decorara los interiores del chateau con pinturas murales, varias de estas con temáticas de las guerras independentistas cubanas, como el celebérrimo mural de la muerte de Maceo, y otros con temas clásicos de la cultura grecolatina.

Fue inaugurado en 1906, con una fiesta fastuosa que la prensa de la época reseñó como una coral. En aquellas crónicas, se hacía énfasis en el ambiente poco menos que mágico del lugar en los siguientes términos:

«Un verdadero palacio de hadas, con una decoración de las Mil y una Noches. Al entrar en los dominios se abre un vasto parque señorial a la manera inglesa y cree uno entrar en el país del ensueño».

Y no había exageración alguna en tal descripción. La propiedad tiene un lago, y la noche de aquella celebración los invitados, disfrazados con los más extravagantes atuendos, pasearon en barcas que alumbraban la noche con farolitos chinos en sus proas, a la manera de las góndolas venecianas. El buffet era magnífico, costosísimo y muy afrancesado. La música, exquisita.

LA FINCA DE LOS MONOS

No me ha sido posible determinar si el viaje a Francia durante el cual Rosalía adquirió un pequeño chimpancé y una macaca, primeros inquilinos del que llegó a ser el primer zoológico de Cuba, tuvo lugar antes o después de la inauguración del chateau, solo que ambos acontecimientos ocurrieron el mismo año (1906).

Domingo Sánchez poco pudo disfrutar esa joya arquitectónica creada por su esposa, porque él murió en 1907.

El matrimonio tuvo cuatro hijos. El más pequeño falleció por causa de un accidente ocurrido en el baño de la residencia de sus padres. Sobre los detalles de esta dolorosa muerte no he podido encontrar información. Otro hijo, Jean, alcanzó la juventud, estudió en Harvard y perdió la vida en la batalla del Marne, en Francia, durante la Primera Guerra Mundial, cuando se volcó la ambulancia en que trasladaba a un hospital de sangre soldados franceses heridos.

¿Fue la soledad de la viudez, su amor por los animales o su curiosidad científica lo que impulsó a Rosalía Abreu a enviar agentes a diferentes partes del planeta para traerle animales de las más variadas especies? ¿O, tal vez, la fusión de estas tres motivaciones?

Muy por el contrario del modelo femenino que ofrece su hermana Marta, con Rosalía estamos ante una hembra que desafiaba los patrones que regían el comportamiento propio de su época, incluso cuando muchos viajeros, historiadores y estudiosos de la sociedad cubana coinciden en afirmar que siempre en nuestra isla gozó la mujer de gran preponderancia y libertad. Pero Rosalía Abreu fue más lejos en el ejercicio de esas libertades sociales y de rol.

Parece que su exquisita educación cosmopolita, que la dotó de gran refinamiento en cuanto a sus gustos y su cultura, no limitó los impulsos de su carácter intenso, apasionado y libertario.

Si la famosa Macorina fue nuestra primera mujer en conducir un automóvil por el Malecón habanero, Rosalía Abreu formó parte de las tres primeras cubanas que volaron en aeroplano, junto a la escritora Laura Zayas Bazán y la propietaria del hotel Telégrafo, Pilar Samoano del Toro.

La hazaña la llevaron a cabo las tres osadas en una rudimentaria aeronave guiada por Rosillo, pionero de la aviación cubana. No se sabe si en alguna ocasión Rosalía llegó a pilotar, pero sí está documentada su intención de comprar un aeroplano para tenerlo en Las Delicias, ocurrencia entusiasta que nunca completó, aunque recibió en su castillo a muchos famosos pilotos de la aviación internacional y financió con su capital proyectos de aeronáutica.

Era conocida por su fortaleza de carácter, su afición a la controversia y su índole caprichosa.

Según leyendas urbanas, tejidas en torno a la infidelidad de Catalina Lasa a su esposo Pedrito Estévez Abreu, fue Rosalía quien contrató a un detective o agencia de detectives para que descubrieran el lugar en que Catalina y su amante Baró se encontraban a escondidas, que resultó ser una discreta suite del hotel Inglaterra, historia que terminó con Catalina huyendo en un coche cerrado envuelta solo en una sábana. Cuentan también las leyendas que fue idea de Rosalía hacer una subasta pública con las prendas íntimas de Catalina, para exponer a la adúltera a la vergüenza social después de haber hecho pública su traición, y que ella fue, también, quien concibió la idea de denunciar a la Interpool la fuga de los amantes, que trajo como consecuencia su persecución por varios países de Europa.

Era muy extravagante Rosalía para los parámetros epocales, y cuando comenzó a adquirir animales, la alta sociedad a la que pertenecía acordó definitivamente que aquella mujer, una de las propietarias más acaudaladas de Cuba, era una excéntrica ridícula, y una loca tal vez. Los burgueses y aristócratas que no desdeñaban ser invitados a sus salones y disfrutaban hasta la saciedad sus fastuosos saraos y garden-partys, sus amigas más íntimas, los cronistas sociales y hasta el pueblo que atisbaba en las afueras de la mansión, se burlaban de ella sin pudor, hacían corrillos en los que intercambiaban bromas zahirientes y las más perversas suposiciones, como que Rosalía mantenía relaciones sexuales con sus monos, y ni siquiera se cuidaban de no ser escuchados cuando la anfitriona pasaba junto a ellos.

Rosalía oía y callaba, pero tramaba en secreto su venganza. Encargó a su amigo, el pintor Armando Menocal un mural que ella tituló Mes amis (en francés Mis amigos)Menocal pintó el mural en el salón principal de Las Delicias, en horas en que la sociedad no tenía acceso a la propiedad. La noche en que Rosalía decidió hacer público su acto de desagravio, preparó una de las fiestas más lujosas que recuerda La Habana, y cuando los invitados comenzaron a llegar encontraron en el salón principal un gran lienzo de pared cubierto con un paño. Cundió la intriga: ¿Qué habría hecho la loca esta vez?, se preguntaban.

Cuando Rosalía estimó llegado el momento, anunció a la concurrencia que les había preparado una sorpresa, y de un tirón retiró la tela que cubría la pintura. Todos los presentes pudieron verse retratados a sí mismos bailando una danza humillante en torno a la figura de un célebre cronista social de la época que se había atrevido a publicar los infundios más soeces sobre la dama. La nota picante no eran solo los retratos tan verídicos de los “amigos” de Rosalía (Menocal era un retratista magistral), sino que el gacetillero mismo resultaba perfectamente reconocible, aunque… Menocal, por indicación de Rosalía, lo había caracterizado como a Satanás, cuernos incluidos.

Hubo uno de esos momentos de silencio que se producen en una multitud paralizada, pero Rosalía, haciendo gala de gran aplomo, dirigió a sus invitados un breve discurso en el que les dejó muy claro que estaba al tanto de sus bajezas, y les anunció que jamás volverían a entrar en su casa. Tuvieron que retirarse de inmediato, y fue aquella la última fiesta que disfrutaron en el chateau. (Gina Picart. Fotos: verbiclara.wordpress.com)

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