Los Zafiros: ayer, ahora y para siempre (+ video)

Yo era muy niña cuando mis padres, jóvenes y hermosos, salían en las noches a comer en La Bodeguita del Medio y a bailar con sus muchas amistades en los centros nocturnos de La Habana.

Formaban un grupo alegre y elegante, y los sábados, a eso de las 21:00 (hora local), mi cuadra se llenaba con los autos que venían a buscar a Idelcy y Hugo, los mejores bailadores de casino de La Habana, decían todos.

Recuerdo que mis padres eran habituales del Alibar, donde iban con frecuencia para escuchar a Benny Moré; aunque a veces se quedaban en casa, y entonces reinaba la televisión.

En una ocasión, aparecieron en pantalla unos mulatos jóvenes, vistiendo trajes elegantes y acompañados por un guitarrista. Uno de ellos tomó el micrófono y cantó: “He venido a decirte…”. Cuando yo escuché aquella voz se me olvidó el platanito que comía y me convertí en una oreja inmensa que bebía la canción, casi sin respirar.

Eran Los Zafiros, que entonces no eran nadie, aunque el juego de palabras parezca hoy imposible, pero muy pronto se convirtieron en una bomba de fama que arrastraba incontables fans en toda Cuba. Desde aquella noche, yo estuve entre ellos, y todavía sigo militando.

Hoy, ya en la tercera edad, aún se me eriza la piel cuando escucho al cuarteto, y en estos días en que he tenido que buscar en YouTube videos suyos para acompañar estas páginas, me ha torturado la memoria en una forma extraña: mitad plenitud y mitad tremendo dolor.

Creo que, en la cultura cubana, ha habido pocos fenómenos musicales de masas, pero todos fueron compositores y músicos de calidad extraordinaria: Benny Moré, Los Zafiros, La Nueva Trova y… después de eso no he vuelto, al menos yo, que no me siento atraída por las orquestas, a encontrar nada que me estaqueara en medio del patio, como dice Horacio en Rayuela, a no ser el Buenavista Social Club y el tan pronto malogrado Polo Montañez.

Los Zafiros despuntaron en una época en que las agrupaciones vocales aparecían por todas partes en el Nuevo Mundo.

Cuba estaba llena de dúos, tríos y cuartetos, pero, cuando llegaron Los Zafiros, fue como la aparición de un sol de medianoche.

Y que una niña tan pequeña y con oído educado en la música clásica del XIX se diera cuenta de eso, me parece una señal de lo profundo que ellos calaron en el corazón de Cuba.

Yo pertenezco a la generación que tuvo que adorar a Los Beatles en la caverna de Platón, para usar una frase que me quite de encima la necesidad de emplear metáforas más duras. Pero mi generación llenó los cines hasta el desbordamiento cuando, 25 años después de la desaparición de Los Zafiros como agrupación vocal, las carteleras de los cines cubanos anunciaron el filme Zafiros, locura azul, de Hugo Cancio, hijo del único integrante del cuarteto que quedaba con vida, Miguel Cancio, exiliado en Miami.

Nadie los había olvidado, y es más, en las enormes colas para acceder a las salas de proyección, había centenares de jóvenes que no llegaron a conocerlos.

La película enloqueció a La Habana, ganó el premio de la Popularidad en el XIX Festival de Cine Latinoamericano, y a nadie le importó que nunca más se la mencionara entre las listas de películas galardonadas en esos eventos.

Estoy segura de que pocos se dieron cuenta de la omisión, y para quienes sí se la dieron no significó nada. Y ocurrió un fenómeno todavía más inexplicable: de inmediato se formaron grupos de niños, amiguitos de barrio, para cantar las canciones de Los Zafiros.

Yo dirigí en mi casa uno de esos grupos y por poco lo llevo a un programa en Radio Metropolitana, donde trabajaba entonces. Mi sobrino asumió el rol de Miguel Cancio. Nunca se ha visto nada como eso en esta isla. Yo me reía, porque les decía: “Pero si ustedes no se parecen a Los Zafiros, porque tú eres negro, tu eres rubio, tú jabao y tú pelirrojo, y ellos me miraban sin comprender y seguían cantando aferrados a unos micrófonos invisibles, y reproduciendo con exactitud de espejo la gestualidad de sus modelos.

Los integrantes de Los Zafiros eran jóvenes humildes de barrios habaneros que hoy y siempre se han considerado marginales, como San Isidro y Cayo Hueso, y dos de ellos provenían de Matanzas.

De alguna manera todos estaban emparentados o lo estuvieron después, y ninguno, salvo Cancio, tenía formación musical, ni mucho menos había estado en una academia como las que hoy exigen titulación a muchos jóvenes que quieren hacer música y, por no tenerla, acaban con sus sueños rotos, como si este no fuera un país en el que, desde los tiempos de la colonia, negros libertos analfabetos y blancos pobres, apenas capaces de escribir su firma, produjeron muchos de los patrones musicales más complejos del mundo, que intérpretes prestigiosísimos de Europa han confesado ser incapaces de desentrañar, y menos de ejecutar.

Antes de ser Zafiros, desempeñaron oficios populares e insignificantes: uno de ellos fue chapista, otro bailarín, pero tenían unas voces privilegiadas, y aunque en su momento sus detractores los compararon con el quinteto estadounidense Los Platers, y les acusaron de copiarlos, lo cierto es que el registro de los cubanos, en especial el de Ignacio Elijalde, tenorino cercano al registro de un castrato, era muy superior.

De cualquier modo, todas las luminarias que alumbraban el panorama musical de aquella década formaban parte de la explosión artística mundial de los años 60, la década prodigiosa, y así se les debe ver sin perderse vanamente en tantas comparaciones que no pasan de ser mezquinos intentos de engrandecer o minimizar, según los intereses de individuos o bandos.

Los Zafiros se presentaron en La Habana en los programas musicales de horarios privilegiados y mayor teleaudiencia, e hicieron vida de cabaret en el Oasis, en el cabaret Nacional de San Rafael y Prado, en los bajos del teatro Teatro Nacional, en el cabaret Caribe, del hotel Habana Libre, y otros centros nocturnos de todo el país.

En una gira por el extranjero, se presentaron en el teatro Olimpya, uno de los más importantes de París, y arrasaron. El público galo, de pie, les dedicó una ovación que duró 11 minutos, tres menos que la que mereció la actriz cubana Ana de Armas por su interpretación de Marilyn Monroe.

Hay una anécdota según la cual Los Beatles habían escuchado los discos del grupo cubano y estaban interesados en grabar con ellos.

Se ha dicho después que esa historia fue una fabulación de El Chino cuando ya estaba alcoholizado en su casucha de La Habana Vieja. ¿Quién sabe?

También, después de aquella gira, se lanzaron sencillos del grupo en la entonces Unión Soviética y otros países del hoy desaparecido Campo Socialista, que visitaron y donde cosecharon grandes éxitos. (Gina Picart. Foto tomada de Facebook)


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