De tanto subvertir el “orden natural del mundo”, que a la mesa de los
ricos pone más manjares, y a la de los pobres, más culpas, una Isla enhiesta en
medio del mar ha terminado por convertir en límpidos ejemplos de amor procesos
mediados en casi todo el planeta por la ambición y el poder descarnado.
Este domingo que dejamos atrás,
pero que determinó el futuro, las elecciones en Cuba fueron una vez más
aquellas que soñaba Martí, las que se “hacen en calma cuando la libertad es ya
esencia en la naturaleza, y el respeto al derecho ajeno es la garantía del
propio”.
No son solo las urnas custodiadas por niñas y niños que no tienen más
armas que la sinceridad, no es solo la gente sencilla sosteniendo un proceso
con la voluntad como lema, no son solo los candidatos al Parlamento que ven el
probable cargo como ara y no pedestal, no son solo las banderas ni la música,
ni el barrio redivivo.
Es, sobre todo, el orgullo de saberse parte de algo más grande que
cualquiera por separado: un proyecto social que sostiene la utopía que hace
caminar, justo cuando nos cuentan que los tiempos de repartir el pan se han
acabado, y que solo resta olvidar la poesía y entregarse a la religión del
mucho tener y el poco pensar.
De ahí, de esa responsabilidad
repartida, de la rebeldía metida en la sangre contra los entreguismos y la
soberbia imperial, y del compromiso con las muchas manos que sostuvieron la
bandera hasta la muerte, viene esa esencia inasible que hace a Cuba escapar de
todos los convencionalismos y resistirse a todas las previsiones.
Donde la lógica de la derecha del mundo (que es el mundo al revés)
indica que un pueblo hostigado, frente a un enemigo poderoso –que se ha
dispuesto a rendirlo por hambre, desesperación y cansancio por un lado,
mientras por el otro lo seduce con cantos de sirena–, terminará por ceder al
descontento generalizado y renunciar a la gloria que se ha vivido, las cubanas
y los cubanos acuden de forma mayoritaria a las urnas, y el porcentaje de
votación deja atónitos a quienes no nos comprenden, porque no les alcanza el
alma.
En tiempos tan ásperos, y
sabiendo que cada elección aquí es un referendo para la Revolución, recibimos
este resultado electoral como el necesario abrazo para seguir. Es la
confirmación de que la política cara a cara funciona, de que la cubanía vive, y
de que nuestra gente es más grande, mucho más grande, de lo que se imagina.
Si debemos buscar una explicación, vayamos a Martí, porque él sabía que
arde la Patria perennemente en el espíritu de los hombres que ampara y cobija:
arde a las veces con luz lánguida; pero cuando la encienden desventuras, viva y
brilladora y hermosa es la luz.
Amando, así se crea. Amando, así vamos. Es nuestra la fe en que mejor es posible. La luz es nuestra. (Redacción digital. Con información de Granma)