Mientras buscaba información para celebrar en un artículo el aniversario
291 de la fundación del pueblo de Santa María del Rosario, di con la historia
de una rebelión de esclavos ocurrida en el ingenio Quiebrahacha, historia que
involucra al conde de Casa Bayona, fundador del poblado.
Al seguir en mi búsqueda, descubrí que el hecho, contado en El
ingenio, el imprescindible libro de Manuel Moreno Fraginals sobre la
historia de la colonia, la esclavitud y el azúcar, fue aprovechado por Tomás Gutiérrez Alea, considerado el genio del cine cubano y uno de los más
importantes cineastas occidentales del siglo XX, como argumento para su filme La última cena, que algunos críticos han reputado como la producción más
importante rodada en Cuba.
La historia es simple: el conde
de Casa Bayona entra en conflicto con el capellán de su ingenio por obligar a
trabajar a la dotación un día de festividad religiosa. Como desagravio a la
Iglesia, el conde elige a 12 de sus esclavos, hace que se les sirva una mesa
fastuosa con manjares exquisitos y, durante la cena, les lava los pies como
hizo Cristo con sus apóstoles durante el último convite que compartieron
juntos. Los 12 esclavos ganan prestigio ante el resto de la dotación y terminan
sublevándola.
Pero hay un desfasaje histórico en la línea de tiempo del filme, pues
uno de sus principales personajes, el maestro de azúcar del ingenio, es un
francés que vino a Cuba huyendo de las masacres llevadas a cabo por los
esclavos rebelados en Haití.
Interpretado por el magistral actor cubano José Antonio Rodríguez, este
personaje alerta constantemente al conde y a sus mayorales sobre los peligros
de una rebelión de esclavos en la isla. Pero la revolución de Haití comenzó
oficialmente en 1789 con una ceremonia vudú llevada a cabo por el houngan o
sacerdote Boukman, en un sitio llamado Bois Caiman, y pocas horas después,
comenzaron las primeras matanzas de blancos en las haciendas.
La historia real de la rebelión
en el ingenio Quiebrahacha es bastante diferente, y no solo en la línea
temporal.
El 14 de abril de 1732 José Bayona Chacón y Calvo Fernández de Córdoba
y Castellón, primer conde de Casa Bayona, procede a fundar el poblado de Santa
María del Rosario, autorizado por una orden de Su Majestad Felipe V; sin
embargo, las tierras en las que se asentaría la nueva población ya formaban
parte de la heredad de este aristócrata, quien tenía en ellas un ingenio
llamado Quiebrahacha, una hacienda ganadera y una plantación. Curiosamente, el
Rey puso una condición: el nuevo poblado solo podría recibir colonos de raza
blanca provenientes de España. Por su parte, el conde se comprometió a edificar
con sus propios dineros la iglesia parroquial.
El favor de Su Majestad con el
señor conde no fue un acto de graciosa benevolencia ni únicamente una manera de
compensarle las pérdidas que había sufrido por causa de la rebelión ocurrida en
su ingenio. En realidad, el poblado con sus nuevos habitantes debía servir como
muro de contención para impedir no solo nuevas sublevaciones, sino que, de
ocurrir estas, se extendieran más lejos que la primera. Como se ve, en fecha tan temprana todavía las
autoridades coloniales de Cuba, su población española y los hacendados y
blancos criollos no estaban poseídos por el terror de que Cuba terminara en un
baño de sangre por manos esclavas, porque la revolución de Haití no había
tenido lugar y demoraría unos cuantos años en ser una realidad histórica; pero
el miedo al negro ya existía. Siempre existió.
¿Qué pasó en Quiebrahacha? ¿Cuál es la verdad histórica?
En 1727, una parte de la dotación esclava del ingenio robó de los
almacenes del conde armas de fuego y machetes, y comenzó una rebelión que se
extendió a gran velocidad a los ingenios cercanos.
Las autoridades coloniales enviaron prestamente un destacamento de
infantería, dragones y gentes del país, que mataron a muchos negros y
capturaron vivos a gran número de ellos.
Las pérdidas económicas
sufridas por el conde no fueron causadas solo por los esclavos, sino más bien
por el propio Rey, quien ordenó demoler el ingenio, arrasar la plantación y
desmontar la hacienda ganadera para edificar el nuevo asentamiento.
Al parecer, tampoco es históricamente cierto que la dotación de
Quiebrahacha estuviera compuesta en su mayoría por esclavos provenientes de
Angola, etnia conocida por su indocilidad y rebeldía y su propensión a
suicidarse en masa. Angola nunca fue una zona de donde los tratantes trajeran a
Cuba cifras importantes de esclavos, ya que los propios hacendados y expertos
en la trata recomendaban que se introdujeran en la isla nativos de otras
regiones, más adaptables a las duras condiciones de trabajo y a la pérdida de
su libertad.
Tanto el origen angolano de los esclavos de Quiebrahacha como la falsa
fecha de la rebelión fueron tomados por Alea de las páginas de El
ingenio, algo que puede comprobarse cuando se contrasta con
afirmaciones diferentes del propio Moreno Fraginals en otro de sus libros, La
historia como arma.
La anécdota del conde que lava los pies de sus esclavos en una cena que
remeda la última de Cristo con sus apóstoles, que Alea tomó también de El
ingenio, tampoco es histórica. Moreno Fraginals dice haberla encontrado
en un documento del Archivo Nacional, pero Alea aseguró en una entrevista que
le fue realizada por el también cineasta Gerardo Chijona con motivo del estreno
del filme, que durante la investigación previa al trabajo de mesa él y su
equipo de filmación hicieron una búsqueda minuciosa en esa institución con
resultados infructuosos. En otras palabras, no hallaron ni rastro del mencionado
documento y no creían que existiera en Cuba ni siquiera una copia del mismo. Lo
que sí es cierto es que, durante las rebeliones, los esclavos sublevados
robaron, de las casas-vivienda de sus amos asesinados y de las capillas que en
ellas había, vestiduras de santos, vasos sagrados y otros objetos religiosos,
como parte de su saqueo. Seguramente también el botín incluyó dineros, joyas y
cualquier cosa de valor que les cayera en sus manos.
Si los esclavos de Quiebrahacha
no fueron inspirados para rebelarse por el ejemplo de Haití, ¿cuál fue la causa
de tal acción, que terminó para aquellos rebeldes de manera tan cruenta, con
las cabezas de quienes sobrevivieron a la cacería de las tropas y los
rancheadores clavadas en picas y cubiertas de moscas?
El reputado historiador colonial Jacobo de la Pezuela cree que la
sublevación pudo tener su origen en abusos de los amos o de los mayorales,
mientras que el geógrafo, historiador y periodista cubano Leví Marrero supone que
Inglaterra estuvo detrás de la rebelión.
Marrero se basa en una carta
del conde de Casa Bayona dirigida a Su Majestad Felipe V y fechada tan temprano
como el 3 de marzo de 1728, apenas un año después de los sucesos sangrientos de
Quiebrahacha, en la que el
poderoso hacendado aventura la sospecha de que en la escuadra del almirante
inglés Hossier, presente por aquellos días en la bahía de La Habana, había
infiltrados agentes de la Corona inglesa cuya misión era instigar sublevaciones
de esclavos en la isla, y que los de su ingenio, o una parte de ellos, habían
llegado a la capital y a su propiedad
traídos por el Asiento inglés.
De tan vivo interés por adquirir Cuba derivó el continuo temor de las
autoridades coloniales ante la presencia de navíos ingleses en las cercanías de
las costas cubanas, temor que se demostró más que fundamentado cuando en 1762
la ciudad fue ocupada por tropas de esa nación durante todo un año, y de no ser
porque España cambió a Inglaterra la isla por su posesión de La Florida, hoy
los cubanos hablarían inglés.
Aunque he encontrado alguna explicación sobre los motivos de Moreno
Fraginals para incurrir en todos esos errores históricos, la fuente me parece
algo tendenciosa, por lo que no suscribiré esa conclusión, aunque por mi parte
no pueda, en su lugar, ofrecer ninguna otra, pues me resulta totalmente
incomprensible que alguien tan capaz como ese autor haya incurrido en tamaños
deslices.
Sin embargo, verdades, verdades a medias, mentiras, errores…, lo único
cierto aquí es que la anécdota del conde que lava humildemente de rodillas a
sus apóstoles negros y siendo luego ultimado por ellos, es tan rica desde el
punto de vista de la ficción, que yo entiendo
perfectamente que Gutiérrez Alea haya decidido aprovecharla para hacer su
película con toda la riqueza visual que la historia merece, y agradezco que
haya llevado su proyecto hasta sus últimas consecuencias, porque dejó para el
cine cubano e hispanoparlante una joya inigualable.
¿Que el documento mencionado por Moreno Fraginals tal vez no haya
existido más que en su imaginación? Eso está entre las posibilidades, porque
los historiadores… ya sabemos que en ocasiones también son capaces de acomodar
un hecho según su fantasía, o su idea de cómo suceden o deberían haber sucedido
las cosas en la Historia.
Al final, lo único que queda de todo ese entramado de acontecimientos es La última cena, y a no ser por la obra de Alea, casi nadie recordaría en Cuba la que fue, tal vez, una de las primeras rebeliones de esclavos en La Habana colonial. (Gina Picart Baluja. Imagen de portada: Ecured)