La bata cubana: desmontando un mito (+ fotos)

La bata colonial cubana es una pieza distintiva del vestuario femenino tradicional, tema tratado por la escritora Renée Méndez Capote (La Habana, 1901-1989) en su bello libro Memorias de una cubanita que nació con el siglo.

Nunca ha sido lo usado por las rumberas: ese vestido pegado al cuerpo y con mangas y ruedos repletos de vuelos.

Si alguien pensó que podríamos encontrar la mejor explicación sobre la bata cubana en textos del siglo XIX…, pues debo decir que no he hallado ninguna en toda la bibliografía que he revisado, excepto algunas alusiones a los vestidos que Amalia Simoni, dama camagüeyana y esposa de Ignacio Agramonte, El Mayor, tuvo que coserse en la manigua, deshaciendo las sábanas finas de su ajuar de novia, porque vestidos costosos ya no le quedaban, confiscados todos en la casa vivienda de la hacienda familiar La Matilde por las tropas españolas o desgarrados entre el ramaje de la manigua.

Escribe Renée:

“… las batas, privilegio exclusivo de las señoras casadas, aquellas batas criollas que el teatro, en su afán de estilización equivocada, ha convertido en una cosa indecente y ridícula, aquellas batas de holán de hilo llenas de alforcitas, de aplicaciones, de vuelos y de bordados, con sus largas mangas perdidas y la moña de cinta prendida al final del escote moderado. Aquellas batas que caían rectas, anchas abajo y con una cola que rozaba el suelo…”

Recientemente, publiqué un trabajo sobre el óleo La siesta, del pintor cubano Guillermo Collazo, realizado, según unos, en 1886, y otros, en 1888, y expliqué por qué el vestuario de la dama que contempla la caída de la tarde sobre el mar, cómodamente reclinada en una gran butaca de mimbre, NO es la bata cubana verdadera. Renée, que alcanzó a ver a su bella madre vistiendo las muchas que poseyó, pensaría lo mismo.

Quizá sea necesario aclarar, para mejor entendimiento de las generaciones cubanas menores de 70 años, que la bata cubana fue una adaptación del deshabillé francés de la época, y que no apareció primero en Cuba, sino en Haití y otras colonias del Caribe en poder de los franceses.

Era un vestuario lleno de gracia, de color blanco y tejidos suavísimos y muy ligeros, adornado con encajes y bordados, aplicaciones y pasamanerías, y en ocasiones alforzas; con escote profundo que dejaba sin cubrir el cuello, el pecho hasta el comienzo del busto y buena parte de los hombros y ceñía el cuerpo por debajo de los senos con una cinta o banda no muy ancha que formaba una moña de colores pastel; amplio y largo hasta casi rozar el suelo y con una cola, muy adecuado para sobrellevar el fuerte calor tropical de las islas caribeñas. Los tejidos más ligeros dejaban pasar la luz solar y transparentaban delicadamente las formas femeninas. Era un vestuario fresco, para estar en casa, para moverse por la plantación tal vez, pero nunca lejos de la casa vivienda del hacendado.

Jamás fue una indumentaria para fiestas, teatros, visitas, excursiones campestres, etc., pero de todos modos era un traje tan bonito que cuando una señora se había aburrido de una de sus batas, la regalaba a su esclava favorita, y esta corría a ponérsela para lucirla en las calles, pues poseer algo como aquello, que había pertenecido al guardarropas de una dama, se convertía de inmediato en una marca de estatus.

Combinación de encaje y crochet que también
se usó en las batas cubanas.

Pero en la República, sobre todo después de 1930, la bata cubana llegó al teatro, probablemente a través de los Bufos. El caso es que comenzó a sufrir transformaciones que la convirtieron en esa cosa pegada al cuerpo de la cubana, casi siempre de carnes rebosantes, bajó el escote hasta un límite procaz, y las que habían sido mangas largas y amplias que se retraían sobre los codos cuando la señora movía sus brazos, dejándolos entonces sensualmente expuestos a la vista, se pegaron también a las extremidades, y la bata, muy ceñida en las rodillas y los codos, se llenó de una profusión de vuelos que la asemejó desagradablemente a cierto vestuario de las mujeres andaluzas y de las cupleteras, ese mismo que aparece con harta frecuencia en los tablaos gitanos de la madre patria y en los escenarios de las sociedades españolas donde bailan nuestras hijas. También, sin dejar el color blanco, se volvió de toda la gama posible y con una viveza y saturación de color, al tiempo que con un brillo tal de los tejidos empleados en su confección, que aquello degeneró en algo más bien vulgar.

Rumberos cubanos de los años 40 y 50 con sus vestuarios.

Lo verdaderamente increíble de este tema es que al buscar en las imágenes de Google la bata cubana, es precisamente esto lo que se ofrece. Únicamente en la revista Opus Habana encontré una foto bastante aceptable de lo que pudo haber sido la bata cubana.

Muchos lectores preguntarán qué es, entonces, lo que visten las bellas mulatas que se pasean por el centro histórico de la capital vendiendo flores, como parte de un proyecto de animación cultural de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.

Lamentablemente los vestidos de vuelos multicolores que ellas llevan no tienen nada que ver con la bata cubana, y sí mucho con el vestuario de las libertas y mujeres de las clases sociales menos favorecidas en la colonia. Siempre he pensado que para que aquel proyecto no solo estuviera completo, sino que cumpliera a cabalidad el propósito para el que fue concebido, se debió elegir alguna de nuestras mansiones coloniales del centro histórico, decorarla como una casa de los siglos XVII o XIX, y poblarla con una familia habanera en traje de época acompañada por su dotación de “esclavos”. Así y solo así, en aquel museo vivo, hubieran podido los turistas y los visitantes del país ver en toda su verdad la intimidad un palacio de La Habana colonial. Creo que, incluso, ello hubiera podido hacerse en el mismo Palacio de los Capitanes Generales. Pero por alguna razón, probablemente de presupuesto, nunca se hizo.

Sin embargo, supongo que un poco (bastante) por intuición, los artesanos comenzaron a crear modelos muy cercanos a la tradicional bata colonial cubana.

Los he visto en algodón, en lino y sobre todo en lienzo blanqueado; algunos, verdaderas obras de arte y casi, casi… batas cubanas de verdad.

Este es un trabajo de calado, también muy empleado en la confección de la bata cubana original.

He tomado varias fotos de distintos sitios de Internet que muestran tejidos a crochet, obras de encajería, elementos que, unidos en la imaginación, podrían dar una idea de lo que fue la bata cubana, al menos la vestida por las damas de cierta posición económica. 

Enorme semejanza con las batas que habrían usado las madres
de Renée Méndez Capote, de Dulce María Loynaz y, mucho antes,
las damas decimonónicas de varias islas caribeñas.

No puedo entender por qué no se conserva ningún ejemplar de la bata tradicional cubana, pero razones puede haber muchas, entre ellas los rigores del clima. ¿Quién sabe…? (Gina Picart Baluja. Fotos: tomadas de Internet)

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