Las inundaciones repentinas constituyen un fenómeno frecuente en La Habana, sobre todo en zonas bajas y de deficiente drenaje o próximas a la desembocadura de cauces fluviales.
Aunque son más frecuentes en la temporada ciclónica, que oficialmente
se extiende desde el 1 de junio hasta el 30 de noviembre, también pueden
ocurrir en otras épocas del año.
Entre las más notables
acaecidas en la historia de Cuba aparecen las ocurridas en la noche del 18 de
junio de 1982 y la siguiente madrugada en zonas cercanas al litoral norte y
municipios del este capitalino.
En esa ocasión, la persistencia de un amplio sistema
convectivo determinó la ocurrencia de abundantes precipitaciones, con
acumulados de 650 milímetros en Campo Florido, y 700 en Bacuranao, recuerda un
artículo del diario Granma.
Los ríos Guanabo e Itabo tuvieron crecidas enormes, que inundaron
extensas áreas urbanas aledañas e impidieron el tráfico por Vía Blanca, una de
las principales arterias de la urbe.
La situación llegó a
tal punto que hubo que rescatar y evacuar a centenares de personas.
Otro ejemplo notorio tuvo lugar en varios municipios de la
capital, el 23 de mayo de 2006, que causó uno de los mayores desbordamientos
del río Quibú. Dejó un extraordinario acumulado de 195 milímetros en Palatino,
en solo dos horas.
Hace casi una década, el 29 de noviembre de 2013, un
fenómeno similar interrumpió totalmente el tránsito de vehículos en calles y
avenidas de varios municipios habaneros.
En solo tres horas, la estación meteorológica de Casablanca
registró 72 milímetros de precipitaciones, mientras que otros puntos de la urbe
tuvieron acumulados cercanos o superiores a los 150 milímetros.
Estos son apenas
ejemplos de un fenómeno extremo al que a veces se le presta atención menor por
la ciudadanía, por el carácter súbito del evento atmosférico.
PREVENCIÓN Y EDUCACIÓN AMBIENTAL
La preparación individual y colectiva frente a una tormenta o huracán es generalmente mayor y más efectiva, pues la ciencia moderna permite darles seguimiento especializado y mediático, incluso antes de formarse como tales.
Por eso es importante prepararse tanto para estos últimos
fenómenos extremos, como para las inundaciones súbitas.
En todos los casos, la prevención es la clave, pues muchas
veces la propia actividad humana tiene un efecto bumerang: en no pocas
ocasiones, los drenajes de nuestras comunidades son tupidos u obstruidos por
latas, cartones, pomos e infinidad de materiales que fueron lanzados a las
calles por ciudadanos inconscientes y mal educados.
Las fuertes lluvias arrastran todo aquel material y, como
consecuencia, se favorecen las inundaciones, perjudicando a quienes residen en
las zonas bajas o cercanas a los litorales y provocando daños considerables a los
pobladores, incluidos los inconscientes que arrojaron los mencionados
obstáculos.
La educación cívica y
medioambiental cobra cada vez mayor importancia en sentido general, y
particularmente frente a fenómenos severos, como los evocados en este
comentario.
Ello es aplicable a
todas las comunidades humanas.
En el caso de las inundaciones súbitas, deben extremar la prevención las poblaciones de las ciudades, sobre todo donde se combinan el deficiente drenaje y las modificaciones a la infraestructura introducidas por la actividad humana, causas de que queden pocos espacios de salida para evacuar con rapidez el agua acumulada, subraya el máster en Ciencias Armando Caymares, especialista principal del Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología. (Francis Norniella Yaujar)