Todos los estudios sobre la décima en Cuba reconocen la enorme significación que ha tenido, para el desarrollo de esta estrofa, la obra poética y el magisterio de Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí.
Tanto en el plano de la oralidad como en el de la
escritura, dicha obra es considerada un parteaguas en el proceso de
consolidación de la espinela como uno de los signos de nuestra identidad
cultural.
Cuando, a fines de 1930, Naborí irrumpe en el
panorama de la literatura popular cubana, la décima, tanto escrita como
improvisada, mostraba una verdadera pobreza de recursos poéticos. Era una
décima que se apoyaba, básicamente, en la imagen visual, descriptiva, marcada
por una tropología simple, donde el símil resultaba el recurso más usado. En el
caso específico de la improvisación, la reflexión profunda o la búsqueda de las
esencias poéticas cedían ante la preferencia por el enfrentamiento descarnado
entre dos contendientes, que resultaban mejores en la medida en que fueran más
agresivos.
De todos modos, no pocos poetas de esas primeras
décadas del pasado siglo contribuyeron, con mayor o menor fortuna, a la
transformación de la décima cubana. Algunos de ellos, tanto en el plano de la
oralidad como en la escritura, merecen ser estudiados por sus indudables
aportes renovadores, pero fue Orta Ruiz quien propició el punto de giro de la
décima cubana siendo, al mismo tiempo, uno de sus mayores exponentes.
Una noche de 1940, Naborí introdujo en la décima
improvisada algunos de los elementos que van a indicar ya su revitalización.
Recordaba el poeta que, en aquella controversia, y en un momento de plena
lucidez, frente a una luna germinal que se divisaba a través de la ventana y
sobre la torre de la iglesia, le vino esta estupenda redondilla:
La luz de la luna fría
penetra por la ventana
y desprende a la campana
una muda sinfonía.
Nunca una paradoja tuvo mayor significado. Para
los poetas repentistas que lo acompañaban, aquella muda sinfonía era una
especie de disparate inaceptable. Se podría escribir un largo relato sobre las
polémicas que provocó. Era lógico, para la mayoría de los repentistas resultaba
difícil aceptar que la décima podía desplazarse de una imagen visual, puramente
externa, a la que estaban acostumbrados, a una imagen visionaria donde el plano
evocativo se impone al real, donde lo abstracto podía concretarse, donde lo
simbólico tiene mayor penetración y donde la elegía o el madrigal encuentran
acomodo.
Hoy es universalmente aceptada la renovación
iniciada por el Indio Naborí y se habla de una décima “prenaboriana y de otra
postnaboriana”, pero no fue sencillo para el poeta romper con la tradición y
hacerse respetar primero y admirar después por sus contemporáneos y sobre todo
por las nuevas generaciones de poetas que, como es sabido, intentan casi
siempre construir su propia identidad negando a los autores que la preceden.
Fueron muchas canturías, controversias sin fin,
en el escenario y en el libro, las que necesitó para hacer valer su propósito,
señala un artículo, cuya lectura íntegra se puede disfrutar en Cubaperiodistas.
En Naborí, se juntan el trovador y el juglar, el
poeta que legó una imprescindible obra escrita en los más diversos metros y
sobre los más variados temas, y el improvisador que todos reconocen como el de
más hondo calado en la tradición oral de la poesía cubana e iberoamericana. En
él confluyeron condiciones excepcionales, a saber: una gran sensibilidad
poética, un talento precoz que fue cultivando con esmero, y una voz muy
peculiar que le distinguía del conjunto de sus compañeros poetas por su
melodía, su timbre lírico, su agradable cadencia y una flexibilidad que le
permitió asumir la tonada justa para el sentimiento particular.
El inagotable afán de conocimiento que siempre
acompañó a Naborí fue sedimentando en él, desde muy temprano, una sólida y
diversa formación cultural que se expresa tanto en su obra poética como en su
labor investigativa.
En una entrevista que le hiciera para la Gaceta de Cuba, en ocasión de habérsele otorgado el Premio Nacional de Literatura, Naborí me cuenta que, desde muy joven, y aunque ya gozaba de fama como repentista, comenzó a sentirse inconforme con el legado que había recibido de su familia campesina, conservadora de la tradición cultural de nuestros campos, y relata su encuentro con Juan Marinello, a quien lleva sus primeros versos.
De
esa conversación con el gran intelectual, Naborí recordaba, especialmente, la
acertada definición que hizo de la estrofa. “La décima criolla, dijo Marinello,
es un tesoro entrañable que hay que ennoblecer. Cuesta trabajo grabar bien en
ella, pero lo que se graba bien, queda. Lo más importante es que, con ella, se
llega a lo más criollo y campesino de nuestra tierra”. Decía Naborí que, desde
entonces, comenzó a buscar caminos para “ennoblecer tan bella joya de la
tradición guajira”. (Redacción digital)