El Capitolio de La Habana, restaurado parcialmente en varias ocasiones, recibió hace pocos años su única restauración capital, como parte de los homenajes programados para la celebración del aniversario 500 de la fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana.
Se trata de un hermosísimo palacio que, visto hoy en las
noches, semeja una enorme y deslumbrante joya, capaz de cegar la vista bajo la
luna habanera, guardando en su interior tesoros valiosísimos de índole variada.
Además de la Estatua de la República, entre las mayores del
planeta bajo techo, y en su día el enorme diamante colocado a sus pies, están
también los grandes grupos escultóricos de fachada debidos al arte del italiano Ángelo Zanelli, el mismo creador
de la colosal estatua. Estos grupos flanquean la gran escalinata que conduce a
la entrada principal del majestuoso edificio.
Igualmente debidos a Zanelli, existen siete frisos de mármol
esculpidos en bajorrelieve para ornato del pórtico del palacio. En el interior
del edificio, más de 60 tipos de mármoles italianos cubren los suelos de los
espléndidos salones.
Otros tesoros del Capitolio de La Habana son estancias
magníficas, elevadores con bellas puertas de estilo art deco, escaleras con
barandas del más exquisito torneado, relojes, lámparas y muebles de la época,
elegantes y majestuosos, encargados a las mejores casas especializadas de
Europa y los Estados Unidos.
Hay unos faroles de jardín que fueron realizados en una casa
fundidora radicada nada menos que en Luyanó, detalle que me sorprendió muchísimo.
Y no solo son de gran belleza las áreas verdes exteriores
que rodean el palacio. También fueron diseñados para el interior jardines más
pequeños, pero igualmente bellos, que facilitan la ventilación e iluminación
diurna de las estancias.
La mayor parte del edificio fue construido con el empleo de piedra de capellanía, y otra parte de él es de granito.
Valiosas pinturas
murales decoran los hemiciclos. Hay lienzos de pintores muy importantes en la llamada
República neocolonial, como Leopoldo Romañach, Armando Menocal, Enrique García
Cabrera y Manuel Vega, entre otros.
Otro curioso monumento de este edificio es la “Tumba del Mambí Desconocido. Está
ubicada en la parte baja de la escalinata principal; debajo y a ambos lados de
esta, es posible apreciar dos arcos que conducen a un pasaje cubierto donde se
encuentran las entradas a este recinto, que contiene un sarcófago rodeado por seis
figuras de bronce que representan cada una las seis provincias de entonces. Atendiendo
al volumen de su construcción, se estima que es el tercero en importancia por
su conformación monolítica en el mundo y el único de esas características erigido
en el siglo XX. En mis frecuentes visitas al Capitolio de La Habana, nunca he
visto este sitio.
Vale señalar que el
proyecto final de construcción del bello palacio fue encargado por Carlos
Miguel de Céspedes, secretario de Obras Públicas del presidente Gerardo
Machado, a la firma cubana de arquitectos Govantes y Cavarrocas, tan
prestigiosa que también había diseñado las más lujosas edificaciones sociales
y residenciales de la alta burguesía
criolla, como el magnífico y muy costoso palacete renacentista florentino que
el hacendado Juan de Pedro Baró hizo construir en 17 y Paseo para su esposa, la
célebre dama habanera Catalina Lasa del Río.
Sin embargo, la inmensa envergadura del proyecto requirió la
participación de más implicados. Fue designada una comisión a cuyo frente se
encontraba el arquitecto Raúl Otero, en la que participaron también los
miembros de un equipo francés que se encontraba en La Habana trabajando en un
Plan Director para su reordenamiento urbano, a cuyo frente estaba el urbanista
y paisajista galo Forestier (quien también diseñó los jardines de la mansión
Baró-Lasa). Estos aportaron un conjunto de nuevas soluciones, incluidos muchos
de los elementos exteriores del edificio, como la gran escalinata de granito y
las logias laterales de la fachada principal.
El arquitecto cubano Eugenio Raynieri Piedra fue nombrado director
técnico a cargo de la ejecución y el presupuesto de la obra, y terminó por
asumir, además, la parte artística del trabajo hasta su culminación.
Otro profesional a cuyo cargo estuvo el proyecto del
Capitolio de La Habana fue el arquitecto José M. Bens Arrate, quien también
introdujo modificaciones importantes, como la proyección exterior de los
cuerpos laterales de los hemiciclos, la segunda línea de fachada de las logias
y la silueta general de la cúpula.
La empresa estadounidense Purdi & Henderson Company tuvo a su cargo la construcción del edificio, lo cual realizó a partir de estructuras metálicas.
El proyecto resultó tan extraordinariamente complejo que fue
imposible asignarle una autoría exclusiva; constituye en sí una obra que desde
su inicio fue recibiendo, a través de estudios sucesivos, un minucioso trabajo
de diseño particular de los detalles del proyecto, que se hace evidente cuando
se revisan los bocetos y dibujos originales, que constituyen verdaderas obras
de arte en muchos casos.
Sobre la participación de Forestier, la enciclopedia
colaborativa cubana en Internet, EcuRed, añade:
El proyecto para los jardines del Capitolio se concibió como un sistema
de senderos floridos que se correspondían con los accesos de entradas de las
diferentes fachadas del edificio, a la vez que conjugaban con las jerarquías de
las vías que conformaban el trazado versallesco de su diseño. Estas sendas de
terrazo integral en diferentes colores: blanco, gris y negro, emplean una
composición con motivos decorativos de líneas y elementos geométricos que
acentúan direccionales o destacan puntos o áreas determinadas. El estudio de la
vegetación, desarrolló a partir del dominio y el conocimiento del paisajismo,
las áreas exteriores y la jardinería, que Forestier poseía, un diseño
encaminado a significar la monumentalidad del edificio en un juego sencillo de
las especies utilizadas, partiendo de planos de césped, con acentos formados
por macizos de plantas de fluoración como adelfas, lantanas moradas, cannas
rojas y amarillas, embelesos, y un conjunto de palmas reales situadas en los
cuatro ángulos del edificio como culminación del tratamiento, rematando el
concepto con este elemento típico de la vegetación tropical y símbolo de la
nacionalidad cubana. Resulta innegable lo positivo y destacado que significó
para la ciudad el legado y la impronta clara y legible de los proyectos de
remodelación que para la misma realizara el equipo de Forestier, porque estos
marcaron al urbanismo de La Habana de una manera particular, reconocible e
imperecedera.
Cuando uno reflexiona sobre cuántas personas, entre
profesionales, arquitectos, artistas y administrativos, intervinieron en la
creación del Capitolio de La Habana, no puede menos que reverenciar el espíritu
de trabajo en equipo de este gran número de figuras destacadas en sus
especialidades.
Tiene, por fuerza,
que haber existido alguna que otra disonancia en semejante reunión de talentos,
pero el resultado, tan orgánico, demuestra que esos hombres fueron capaces de
superar cualquier diferencia en aras de un resultado grandioso que hicieron
suyo, independientemente de si eran cubanos o de otros países, y eso merece
gran respeto y mucha gratitud por nuestra parte.
He escuchado a muchos turistas extranjeros afirmar que la belleza y magnificencia de nuestro Capitolio es tal que, aunque no fuera más que por esa obra ciclópea, se pudiera pensar que en La Habana se está en Viena, en El Vaticano y aún en la mismísima Roma. Yo no seré quien ponga en duda semejante ilusión. (Gina Picart Baluja. Fotos: Cubadebate/red social X.)
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